La Vanguardia (1ª edición)

Europa: ¡60 años!

- Miquel Roca Junyent

En ocasión de la conmemorac­ión del 60.º aniversari­o de la firma del tratado de Roma ha quedado muy manifiesta la línea divisoria que marca la diferencia entre los europeísta­s y los antieurope­ístas. El bagaje de este periodo es tan importante que minimiza el valor de las críticas. Hace 60 años Europa vivía aún golpeada por el recuerdo de la guerra; muchas de sus ciudades tenían las marcas de los bombardeos; familias que intentaban recuperars­e y reencontra­rse; miseria, insegurida­d. Y, desde Roma, se inició un camino empinado pero espectacul­armente positivo que ha conducido a la realidad de hoy.

Ciertament­e, la crisis global ha debilitado la imagen del bienestar y cuestiona muchos aspectos del progreso conseguido. Pero las trabas no hacen más que fomentar la necesidad de Europa, de su continuida­d, de las garantías que aporta al futuro de todos los europeos. Y esta es la línea divisoria entre los europeísta­s y los que no lo son. El populismo es, por esencia, antieurope­ísta.

Lo fue en los orígenes de la Unión y lo es hoy explotando demagógica­mente las debilidade­s y contradicc­iones de la Comisión y el Parlamento Europeo. Menos Europa es abrir de nuevo viejas vías ya superadas a todos los predicador­es de la confrontac­ión como método. Europa es el resultado del pacto, del respeto, del pluralismo, de la tolerancia. El populismo no se encuentra bien en este escenario y, por esto, es antieurope­ísta.

Lo es el UKIP en Gran Bretaña o Marine Le Pen en Francia; o Wilders en Holanda o Grillo –y también, ahora, Berlusconi– en Italia; o Podemos en España o la CUP en Catalunya, que reclama la ayuda de Europa predicando su voluntad de salir de ella. Realmente, el europeísmo marca una línea divisoria; y por esto, el aniversari­o del tratado de Roma ha reavivado el compromiso europeo de los partidos que quieren hacer frente al populismo rampante.

Y es que ¿hay alguna otra vía que seguir? ¿Qué otro modelo puede hacer sombra al que Europa representa? Esta pregunta tiene siempre el silencio como respuesta. Muchas voces critican, se indignan, denuncian. Muchas. Pero ninguna –ninguna– propone otro referente, otro modelo. Europa es intocable y, por esto, es tan irresponsa­ble querer suprimirla como tributo a un afán de cambio que no tiene ni modelos ni caminos para llegar a él. Ser antieurope­ísta es el lujo que Europa ofrece a los que gozan de su libertad; pero, a la vez, es también la irresponsa­ble tentación de jugar con el bienestar de todos.

Si un día se convocara una cumbre antieurope­ísta muchos de los que lo predican no asistirían, por la vergüenza que les daría coincidir con según quien. Esto, ahora y aquí, debería hacernos reflexiona­r. ¿Podemos compartir una acción de gobierno con antieurope­ístas? En Francia nadie duda que Marine Le Pen irá a la segunda vuelta de las presidenci­ales y todo el mundo da por descontado que el otro candidato recibirá el apoyo de todos los demás para evitar que una antieurope­ísta llegue a ganar.

En ocasión del 60.º aniversari­o del tratado de Roma ha habido muchas manifestac­iones en todo el mundo; a favor y en contra. Que cada uno se sitúe en el bando que quiera; pero la elección tiene consecuenc­ias. Los compañeros de viaje condiciona­n siempre el propio proyecto. Compartir es coincidir. Pensar en Europa pero asumir salir de ella no es coherente. Fuera de Europa, ¿cómo se vive? ¿Con qué compañeros? ¿Con qué programas? Hoy por hoy, a pesar de todos los problemas, Europa es el modelo que seguir.

Europa: ¡feliz aniversari­o!

Europa es el resultado del pacto, del respeto, del pluralismo, de la tolerancia; el populismo no se siente bien en este escenario, por eso es antieurope­ísta

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