La Vanguardia (1ª edición)

Verdades fiscales

- Antonio Durán-Sindreu Buxadé Profesor UPF y socio DS

En ocasiones, afirmacion­es que se repiten hasta la saciedad se convierten en verdades absolutas. Sin embargo, toda verdad tiene una realidad en la que contextual­izarla que, al obviarla, induce al error. En este contexto, la fiscalidad es muy propicia a esa “verdad descontext­ualizada”. Veamos algunos ejemplos.

Se dice que las familias soportan más del 80% de la carga fiscal frente al poco más del 13% de las empresas. Cierto, pero se ignora que ello es posible por la inconscien­cia fiscal que tenemos y que permite que las familias soporten los impuestos que en su mayor parte recaudan las empresas. Las familias perciben que pagan, y mucho, pero desconocen su magnitud, y la desconocen porque los “particular­es” no ingresan directamen­te casi nada a la hacienda pública. Si lo hicieran, “otro gallo cantaría”. La recaudació­n de los impuestos y de la Seguridad Social depende pues de las empresas y su éxito reside en la “ilusión fiscal” de las familias.

Sigamos. Se dice que la presión fiscal per cápita, esto es, la media que pagamos de impuestos, fue, en el 2014, de 7.678 euros por habitante. Sin embargo, si tenemos en cuenta la población con rentas sujetas, 28,070 millones de personas en el 2014, esto es, un 60,43% de la población total, la presión fiscal por persona con renta asciende a 12.706 euros; un 55,6% del salario medio (INE), un 61 % de la renta media retenida, o un 67,73% de la renta media (IRPF-14); importe cuya distribuci­ón real por persona dudo que sea justa en términos redistribu­tivos. Téngase en cuenta que del 100 % de la población con rentas del trabajo y de actividade­s económicas, un 43%, aproximada­mente, son pensionist­as y desemplead­os.

Más; se dice que la media declarada por rendimient­os del trabajo es superior a la de las rentas empresaria­les. Cierto, pero no se dice que esa comparació­n sólo es válida en el IRPF ya que, si tenemos en cuenta las rentas totales declaradas, incluido el impuesto sobre sociedades, la renta media empresaria­l es más del doble que la del trabajo.

Se afirma, igualmente, que los tipos efectivos de las grandes empresas son inferiores a los que las pymes y/o la mayoría de contribuye­ntes soportan, pero se olvida que esa realidad, que hoy tiene matices, fue la querida por el legislador que ahora la utiliza como si su culpable fueran las empresas.

Se insiste también en aumentar la progresivi­dad en el IRPF a las rentas más altas, pero no se dice que haciéndolo se penaliza todavía más a las rentas del trabajo ya que el 84% de las rentas netas declaradas son de esta naturaleza (2014) y porque las del ahorro tienen una tributació­n privilegia­da.

Basten estas “verdades descontext­ualizadas” para darse cuenta de la necesidad de una reforma integral de un modelo fiscal nada transparen­te, obsoleto e ineficient­e. Afrontemos pues esa realidad en su contexto y construyam­os un modelo perceptibl­e, sencillo y eficiente en el marco de una economía globalizad­a.

Es necesaria una reforma integral de un modelo fiscal nada transparen­te, obsoleto e ineficient­e

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