Josep Maria Miró
AUTOR Y DIRECTOR DE TEATRO
Josep Maria Miró ha logrado un éxito mundial con su obra de teatro El principi d’Arquimedes. Ahora regresa a la cartelera con Cúbit, un montaje sobre la memoria resuelto hábilmente y con una excelente interpretación.
Es difícil pronosticar el recorrido que podrá hacer Cúbit de Josep Maria Miró (Vic, 1977) en el mercado teatral, que hasta ahora le ha estado muy propicio. Realmente, allí donde se valoran la escritura escénica del prolífico autor, la seguridad y naturalidad que alcanza su lenguaje coloquial es seguro que surgirá la necesidad de representar esta última obra, como ha sucedido en tantas otras que le han sido traducidas a más de una quincena de lenguas.
Estrenada en el Espai Lliure para hacer una breve temporada, Cúbit denota la preocupación máxima del dramaturgo para que el espectador se sienta cautivado por la autenticidad de los diálogos desde la primera escena. Mejor dicho: desde el primer momento. Y no sólo eso. Los cuatro personajes de la obra harán evidente las distintas maneras de juzgar un pasado más o menos común, y como consecuencia, el inevitable proceso que los llevará a borrar la memoria, a modificarla sustancialmente o a sustituirla por otra. Y todo en un clima de hostilidad que parece provocarse repentinamente y que se mantendrá hasta el final.
Paula (Anna Azcona) recibe inesperadamente la visita de su hijo Bernat (Sergi Torrecilla) y poco después la de su segundo hijo, Lluc (David Menéndez). Ambos han llegado sin avisar, pero la desazón que crea esta circunstancia no es nada si se compara con el enfado que experimentan los dos hijos al saber que tendrán que convivir con Oriol (Alberto Díaz), un chico de su edad que la madre ha querido tener cerca para que la ayude en un trabajo especial. Se trata de la confección de un libro que tiene que conmemorar los veinticinco años de la fundación que crearon los padres de los tres chicos, dos parejas que tuvieron que superar bastantes desavenencias.
Los hijos reprochan a la madre que haya encomendado a Oriol un trabajo que ellos habrían podido realizar perfectamente, a la vez que creen recordar los antiguos conflictos de una manera muy distinta de como Paula cree que sucedieron. La controversia familiar, que ha ideado y dirigido Josep Maria Miró con mucha maña, se resuelve hábilmente y con una excelente interpretación. Eso, sin embargo, no impide que el acusado carácter discursivo de la pieza resulte al final un poco pesado.
Creo que el dramaturgo habría evitado este peligro si de aquella fundación, que se menciona sin que se explique nada, el público conociera su finalidad y objetivos, convertida en un elemento tangible para añadir y esponjar la discusión doméstica.