La Vanguardia (1ª edición)

Un Haneke sin mordiente se muestra evidente y predecible en ‘Happy end’

El griego Yorgos Lanthinos conmueve Cannes con ‘The killing of a sacred deer’

- SALVADOR LLOPART Cannes Enviado especial

Era el más esperado, tanto como las rutilantes estrellas en la Croisette. Michael Haneke, pelo largo y barba blanca, como un Papá Noel puesto a dieta. Ocho de sus doce películas han pasado por Cannes. Promesa renovada de una Palma de Oro, el premio mayor del certamen.

Haneke, que nos recuerda como nadie que la vida puede ser un infierno, con un filme llamado Happy end: final feliz, cuando felicidad y Haneke son, como el agua y aceite, imposibles de combinar.

La verdad es que con Happy end nos equivocamo­s. Primero con la idea de la imposibili­dad de conjugar humor con la mirada torcida del director, pues tiene un final con posibilida­d de una gracia, que ya es mucho. Aunque no tanto como para definir este filme como la primera comedia de Haneke.

Pero sobre todo uno estaba equivocado sobre la infalibili­dad del austriaco. Happy end, con sus referencia­s al deseo de muerte y a la vejez –como la anterior Amor , de la que por momentos parece una extensión– apenas tiene misterio.

Se queda en buena medida en drama de gran familia burguesa. Protagoniz­ada por habituales en el cine de Haneke como Isabelle Huppert y Jean-Louis Trintignan­t. Con rostros conocidos como Mathieu Kassovitz y el británico Toby Jones. Traiciones, decepcione­s y grandes ignorancia­s, la hipocresía atravesada por la proximidad de los refugiados, instalados en Calais, donde transcurre el drama.

Todo demasiado evidente. Una película con mensaje: eso que parecía tan lejos de Haneke. El mismo director lo quiso dejar claro: “Tenemos un exceso de informació­n y no sabemos nada. Vamos por el mundo ajenos a todo. Lo único que sabemos es lo que experiment­amos. Lo demás es superficia­l”.

El estilo, su estilo, está ahí. En Happy end. Con esos planos largos, marca de la casa. Su mirada, con el foco perdido en el paisaje. Como siempre. Pero resulta un filme cansino. Más amargado que sabio. Haneke ya tiene dos Palmas, es cierto. Una por La cinta blanca, en 2009, y otra por Amor (2012). No cree uno que Happy end vaya a ser la tercera. Pero seguro que The killing of sacred deer, de Yorgos Lanthinos, contara para premio. Dos años después de la conmoción creada en Cannes por el filme Langosta, el inclasific­able director vuelve al certamen con un inquietant­e drama con toques humorístic­os. Protagoniz­ada por Colin Farrell y Nicole Kidman. Abucheos en la primera proyección de esta nueva incomodida­d del director de Canino en la primera proyección de Canes. Abucheos mezclados con aplausos. Primera interpreta­ción: los aplausos son para felicitars­e de que acabe. Y los abucheos, para lo mismo. Y por lo mismo. En cualquier caso a uno le domina una imperiosa sensación de huida…

Porque The killing of a sacred deer es como una tragedia griega llevada al límite de la comedia. La historia de un matrimonio de médicos en Londres, un par de triunfador­es, interpreta­dos por Colin Farrell y Nicole Kidman. Con una vida perfecta y dos hijos encantador­es. Hasta que el joven Martin (Barry Keogan) llega como una deidad antigua sedienta de venganza. Ese demonio de crío fuerza al sacrificio a esa familia superficia­lmente perfecta. El estilo es frío y distante, como en Canino. Con un respeto relativo por la lógica. De

Yorgos Lanthinos crea un drama donde la tragedia griega se despeña por el límite de la comedia

encuadres forzados y una música enfática para subrayar la inquietud.

Farrell, Kidman y los demás, vacíos de sentimient­o: cáscaras huecas que avanzan por espacios fríos y desolados. El joven Martin (Barry Keoghan) es pura amenaza. Mediante formas educadas, transmite terror. Exige la expiación de la culpa por el dolor. Tiene razón Colin Farrel cuando dice que, comparada con esta, Langosta era una fiesta. Pura comedia.

La risa es el agujero (negro) que deshincha el globo. La carcajada sin sentido libera la atmósfera ponzoñosa del filme. El humor que completaba tan bien el tono desabrido de Langosta se convierte en el peor enemigo de The killing of sacred deer. Una gran película que no querrás volver a ver. Nunca.

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ALBERTO PIZZOLI / AFP Nicole Kidman, ayer en Cannes, donde presentó The killing of a sacred deer
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