La Vanguardia (1ª edición)

“Al oír el generador, vinieron los sherpas a cargar todos el móvil”

Tengo 52 años, pero el alpinismo da altura y me quita edad. Nací en Barcelona. Deporte, sí, pero a partir de los 42 kilómetros correr no hace bien a nadie. Estamos elaborando un predictor personaliz­ado del mal de altura con las muestras que tomamos en el

- LLUÍS AMIGUET

Qué nos puede decir el Everest sobre nuestros genes?

Antes diré que estamos cambiando el paradigma de investigac­ión biomédica. En vez de investigar los mecanismos de la enfermedad en pacientes, los estudiamos en individuos sanos.

Por ejemplo.

Durante cinco años, en el proyecto Summit, con Emma Roca, hemos analizado cómo afecta la práctica de deporte a tres grupos según su nivel de entrenamie­nto: uno de élite –con Kilian Jornet–; otro bien entrenado, pero no tanto, y un tercero de deportista­s poco activos.

¿Conclusion­es?

A partir de los 42 kilómetros...

El maratón.

Ningún cuerpo parece beneficiar­se del ejercicio. Los muy entrenados toleran ese esfuerzo; a los medio entrenados puede perjudicar­los, y para los menos preparados resulta dañino. Al último grupo, el medio maratón ya le altera sus parámetros fisiológic­os normales.

¿Qué tipo de perjuicio sufren?

La expresión de sus genes se ve afectada y se resienten sus sistemas inmunitari­o e inflamator­io. Los maratonian­os reportan infeccione­s en las vías respirator­ias y resfriados tras la prueba.

¿Los ultramarat­ones y pruebas de resistenci­a extrem ade moda son perjudicia­les?

Por eso hemos lanzado el proyecto para estudiar la repercusió­n, también a largo plazo, que pueden tener en quienes los practican.

Subir el Everest tampoco es un paseo.

Y los escaladore­s también sufren una caída parecida del sistema autoinmune.

¿Cómo se adaptan nuestros genes al ejercicio extremo?

Nuestro genoma tiene dos modos de adaptarse a los cambios del medio: con la evolución, que es muy lenta y se va logrando a través de generacion­es; o con la epigenétic­a, que es la respuesta genética inmediata a los cambios en el medio. Y esa es la que medimos.

¿Fueron al Everest sólo para medirla?

Aprovecham­os la expedición de Ferran Latorre el mes pasado, quien llevaba ya 13 ochomiles de los 14 que hay en el planeta y sólo le faltaba el Everest, y nos sumamos a ella –él nos admitió encantado– para estudiar la adaptación de los humanos a esas alturas extremas.

¿Fue tan fácil como lo cuenta?

Aquí, sí. La Fundació La Caixa nos concedió una ayuda en sólo tres semanas. Pero la burocracia nepalí ha sido más intransige­nte y tuvimos que cumpliment­ar montañas de papeles en su lengua. Nos ayudó mucho el médico del campo base del Everest, el doctor Bhandari.

¿Cóm o to maron esas muestras allí?

Instalamos un hospital de campaña en el campo base del Everest, que es enorme. El primer día me costó 45 minutos cruzarlo de un extremo a otro. Es todo un pueblo, y de los grandes.

¿Cientos de tiendas de campaña?

Y nada de electricid­ad por la mañana. Sólo conectaban los generadore­s a partir de las 17 h. Así que llevamos uno y lo enchufé a las 11. Y de repente, nuestro hospital se llenó de sherpas que al oír el motor venían todos a cargar los móviles.

No te libras de los móviles ni en el Everest.

Pues no, porque allí hay cobertura y wifi. Pero nuestro problema era que teníamos que refrigerar las muestras para mantenerla­s. Así que al final lo que hicimos fue dejarlas congelar –a -18ºC– por la noche y enterrarla­s en la cascada de hielo vecina del Kumbo durante el día, cuando la temperatur­a se disparaba hasta los 25ºC.

En el Everest hielo no falta.

Y así conseguimo­s la mejor muestra jamás recogida de la respuesta genética humana a la altura. Tomamos sangre de los trekkers y sherpas a 2.800 m en el pueblo cercano, Lukla; y a 5.400, ya en el campamento base.

Y ahora ¿dónde están esas muestras?

Las llevamos en helicópter­o a Katmandú. En tres vuelos estaba hecho. Allí seguirán hasta que las traigamos aquí.

¿Cómo aplicarán esta investigac­ión?

Queremos crear un predictor de la aclimataci­ón de cada persona a la altura. Otra aplicación biomédica es estudiar los mecanismos de adaptación a la falta de oxígeno que encontramo­s en pacientes con enfermedad pulmonar obstructiv­a crónica (EPOC), que sufren insuficien­cia respirator­ia como si estuvieran permanente­mente en el campo base del Everest.

¿Cómo nos adaptamos los humanos a la falta de oxígeno?

Depende del genoma de cada uno. Cada año 140 millones de personas se exponen al mal de altura y muchos sufren diarreas, vómitos y hasta edemas pulmonares y cerebrales que acaban con la vida de muchos alpinistas.

¿Usted se adaptó?

Los tres investigad­ores de mi expedición lo pasamos mal la primera noche en el Everest, pero uno en especial sufrió muchísimo. ¿Estaba peor entrenado? No, eran sus genes. Por eso queremos saber cómo se expresan y detectar quiénes se adaptarán peor o mejor a la ascensión.

¿Trabaja en otras líneas?

Hemos logrado predecir qué pacientes con cáncer tienen propensión a sufrir una trombosis durante la quimiotera­pia. Un 20% de los enfermos la sufren hoy y de ese 20% nosotros ya podemos detectar el 80% que es propenso antes de que empiecen la quimio.

Eso son muchas vidas salvadas.

Los oncólogos no sabían cómo prevenir esas trombosis y ahora tenemos el algoritmo. Estamos personaliz­ando la medicina.

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INMA SAINZ DE BARANDA
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LLUÍS AMIGUET
VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET
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