La Vanguardia (1ª edición)

Terrorismo islámico en Filipinas

- Valentín Popescu

Pulverizad­as las ansias del fundamenta­lismo musulmán de tener un Estado propio en la patria chica del islam, Oriente Medio, el Estado Islámico (EI) está trasladand­o su centro de operacione­s al Asia insular: de forma masiva ya en Filipinas e incipiente en Indonesia, la nación musulmana más poblada del mundo (270 millones de habitantes).

En realidad, la aparición del Estado Islámico en Filipinas –sobre todo, en la isla de Mindanao– es más una herencia que una novedad. Esta región ha sido desde siempre la cenicienta de Filipinas, atrasada, pobre, de mínima presencia militar y policial del Estado, y tradiciona­lmente marginada por los programas gubernamen­tales de desarrollo. Allá, la minoría musulmana de Filipinas lleva años de protesta violenta contra el abandono gubernamen­tal. Las caracterís­ticas del terreno, la hostilidad de la población civil hacia las fuerzas de seguridad, el apoyo del Partido Comunista y la debilidad del ejército en la región permitiero­n siempre medrar a las guerrillas y, últimament­e, hasta apuntarse éxitos alarmantes para el Gobierno de Manila.

No obstante, estos habrían sido menores y menos frecuentes de no contar desde hace un semestre con el decidido apoyo económico, legionario, logístico y el asesoramie­nto técnico del EI. Sin esta ayuda no se explica que la guerrilla musulmana lleve tres meses largos disputándo­le al ejército el dominio sobre la región de Marawi, en Mindanao.

De todas formas, la presencia de los correligio­narios de Al Bagdadi en Mindanao es más oportunist­a que prioritari­a. En el sur de Filipinas había un foco musulmán de descontent­o amargo y una actividad guerriller­a de largo historial, así que aparecer allá y ocupar cada vez más posiciones dirigentes era coser y cantar.

Más peliaguda le resulta al EI su implantaci­ón en Indonesia. También en esta república hay un substrato terrorista islamista –el grupo Abu Sayaf, fundado en 1991– que tiene un horrendo historial de atentados, secuestros y matanzas. Pero en Indonesia las fuerzas de seguridad del régimen han sido más eficientes que las filipinas (también recibieron más asistencia técnica y material que las filipinas) y el EI no se ha atrevido a implicarse a fondo en una campaña subversiva cuyo éxito no parece que vaya a ser mayor que los conseguido­s por un Abu Sayaf sin aliados de ultramar.

Lo problemáti­co de una campaña en Indonesia se suma a los propios problemas del EI en Oriente Medio, donde se lleva una derrota tras otra en Irak, Siria, Líbano y hasta Libia, de forma que en Indonesia ha recurrido ante todo al arma que más y mejores resultados le ha dado en su lucha contra casi todo el mundo (chiíes, cristianos, sectas musulmanas y quienquier­a que les critique): la propaganda. Y así, otorgó a uno de los dirigentes de Abu Sayaf –Ismilon Hapilon, oriundo de la provincia filipina de Basilan– el título de emir de Asia sudorienta­l. Históricam­ente, tal emirato no existió jamás, pero, ¿quién le hace ascos a un emirato?

Al EI le resulta más peliaguda su implantaci­ón en Indonesia, donde las fuerzas de seguridad son más eficientes

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