La Vanguardia (1ª edición)

La gran dinastía del toreo azteca

- MIGUEL ESPINOSA ‘ARMILLITA’ (1958-2017) Torero PACO MARCH

La fiesta de los toros, mal e impropiame­nte llamada nacional, pues su historia y vigencia no la limita a España, tiene en México uno de sus mayores exponentes. Y allí, en la muy taurina ciudad de Aguascalie­ntes nació Miguel Espinosa Armillita o Armillita chico, apodo heredado de su padre Fermín Espinosa (el Joselito mexicano )y hermano menor de Fermín y Manuel. Todos ellos eslabones de la más importante dinastía torera mexicana, iniciada por el abuelo Fermín, continuada también por los otros hijos de este, Zenaido, José y Juan, y ahora por el joven Fermín Espinosa Armillita IV.

Las dinastías toreras españolas (los Gallo, Dominguín, Bienvenida, Ordóñez entre las más significat­ivas) y mexicanas (Armillita, Silveti Capetillo… ahora los Adame) han dado nombres fundamenta­les a la tauromaqui­a y el de Miguel Espinosa Armillita, que ha fallecido repentinam­ente en su ciudad natal, deja la impronta de una personalid­ad especial (cierta tendencia a la abulia le impidió alcanzar mayores cotas), regusto artístico y enorme clase.

De ello empezó a dar muestra ya desde su debut como novillero en Monterrey recién cumplidos los 18 años. En 1977 toreó treinta festejos en su país y otros tantos en España, donde se presentó en el mes de abril en Barcelona, y salió a hombros. Después lo haría en plazas de primera, salvo Madrid, y sin anunciarse todavía en la Plaza México del DF, tomó la alternativ­a en Querétaro el 26 de noviembre de 1977 de manos del gran mandón del toreo mexicano en ese tiempo, Manolo Martínez, en corrida de ocho toros, lo que supuso que fueran dos los testigos de la ceremonia, el mexicano Eloy Cavazos y el alicantino José María Manzanares.

La confirmaci­ón de alternativ­a en Las Ventas hubo de esperar hasta 1983, pues la prevista para el 16 de mayo de 1978 no pudo ser por una cogida previa en Nimes. Aplazada diez días la ceremonia, tampoco se hizo efectiva al no estar recuperado. Pero antes, en marzo de ese año, la Monumental de Barcelona fue testigo de su presentaci­ón en España y de un nuevo triunfo, cimentado en un toreo con la mano izquierda a la altura de los más grandes.

En México, Armillita tuvo categoría de máxima figura tanto por el número de contratos (en especial durante toda la década de los ochenta) como por los éxitos conseguido­s, principalm­ente en el Coso de Insurgente­s capitalino, lo que no dejaba de ser una contradicc­ión con el conformism­o que se le achacaba. Y fue en ese inmenso templo taurino donde, en mayo de 1986, alcanzó su cima cortando el rabo al toro Tenor de Begoña. Luego, en 1995, repitió la gesta.

Alternando viajes a un lado y otro del Atlántico, grandes tardes y otras intrascend­entes, sufrió graves cogidas y, en 1995, un percance que a punto estuvo de costarle la vida cuando, toreando en Madrid, una banderilla le produjo una herida en el cuello que afectó a la faringe, la carótida y la yugular. Se retiró en el 2005, en mano a mano con Enrique Ponce en Aguascalie­ntes. Más de un cuarto de siglo en los ruedos, figura principal en México y la huella de un torero que dignificó una saga que es historia grande del toreo.

Para la historia quedaría su actuación en octubre de 1992 en Las Ventas. Acaban de cumplirse 25 años de aquel festival en homenaje al diestro salmantino Julio Robles en el que Armillita soñó el toreo y enloqueció a los aficionado­s con su mano izquierda dibujando naturales inmensos. Hoy, en el momento de su muerte, regresan a la memoria y es un fogonazo de luz entre tanta penumbra.

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M.H. DE LEÓN / EFE

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