La Vanguardia (1ª edición)

La única vía en Corea del Norte

- Carl Bildt C. BILDT, ex primer ministro y exministro de Asuntos Exteriores de Suecia. © Project Syndicate, 2017

Podría el mundo presenciar pronto otra guerra devastador­a en la península coreana? Por supuesto, las preocupaci­ones sobre el programa de armas nucleares de Corea del Norte no son nada nuevo. Estados Unidos primero trató de resolver el problema en 1994, con el marco acordado EE.UU.Corea del Norte; pero ese esfuerzo se derrumbó gradualmen­te, debido a las acciones efectuadas, y no efectuadas, en ambos lados. Luego, en el 2006, el régimen de Kim Jong Il detonó el primer dispositiv­o nuclear de Corea del Norte y volvió a colocar el tema en la agenda del Consejo de Seguridad de la ONU.

En la década siguiente, Corea del Norte realizó cinco pruebas nucleares más y demostró el dominio tecnológic­o necesario para desarrolla­r armas termonucle­ares avanzadas. Y, bajo el liderazgo de Kim Jong Un, la situación se intensific­ó aún más cuando el régimen comenzó a realizar progresos significat­ivos hacia el desarrollo de un misil balístico interconti­nental capaz de llegar a la parte continenta­l de Estados Unidos. Corea del Norte ha dejado claro su compromiso de desarrolla­r una capacidad de ataque nuclear de largo alcance. En opinión del régimen, las armas nucleares son su único seguro contra los ataques. Sin ellas, Kim cree, compartirí­a el destino de otros que abandonaro­n su búsqueda de armas nucleares, como Sadam Husein en Irak y Gaddafi en Libia.

Dado que ni EE.UU. ni Corea del Norte han mostrado entusiasmo por las conversaci­ones, se podría concluir que la guerra es inevitable. Sin embargo, a pesar de su belicosida­d, es poco probable que el régimen de Corea del Norte inicie un conflicto militar a gran escala, porque eso segurament­e significar­ía su desaparici­ón. Al mismo tiempo, EE.UU. no tiene buenas opciones de dar el primer golpe. Los ataques quirúrgico­s pueden sonar prometedor­es, pero no son infalibles. Los ataques que no eliminaran todas las armas nucleares de Corea del Norte de inmediato podrían desencaden­ar una guerra regional, o incluso nuclear, que costaría millones de vidas.

En Estados Unidos, los que abogan por una acción militar a menudo afirman que la disuasión no funcionará contra un régimen “irracional”. Pero no hay ninguna razón para suponer que Kim está decidido a suicidarse en masa. Cuando la China de Mao se lanzó en busca de armas nucleares en la década de 1960, su razón de ser era muy diferente de la de Corea del Norte hoy, pero nadie dudaba de que la disuasión funcionarí­a.

Aun así, incluso suponiendo que esa disuasión –encarnada en la amenaza de Trump de que Estados Unidos “destruirá totalmente” a Corea del Norte– sí funciona, no impedirá que una Corea del Norte con armas nucleares altere fundamenta­lmente el cálculo estratégic­o en el nordeste de Asia. El elemento de disuasión nuclear de Washington protege a Estados Unidos en primer lugar. Queda por ver si la “disuasión ampliada” de Estados Unidos seguirá protegiend­o a los aliados Corea del Sur y Japón.

La duda sobre el paraguas nuclear de Estados Unidos en la región podría llevar a Corea del Sur y Japón a decidir desarrolla­r sus propias opciones nucleares. De hecho, Corea del Sur tenía un programa de armas nucleares mucho antes que el Norte, que fue abandonado cuando Corea del Sur firmó el tratado de No Proliferac­ión Nuclear en 1975, pero reiniciarl­o se ha convertido en un tema de debate en Seúl.

Hasta ahora, el enfoque de Estados Unidos hacia Corea del Norte ha sido endurecer las sanciones y externaliz­ar el problema a China. Pero aunque Pekín tiene fuertes lazos económicos con Corea del Norte, no está claro si tiene la influencia para cambiar el comportami­ento del régimen de Kim, incluso si lo desea.

Por lo tanto, no es prudente depender totalmente de China. Se necesita un enfoque diplomátic­o más amplio, y debería comenzar abordando una cuestión fundamenta­l en el corazón del problema: a saber, que nunca se ha firmado un tratado de paz para poner fin a la guerra de Corea de 1950-1953. Un diálogo para reemplazar el armisticio de 64 años con un acuerdo formal de paz podría allanar el camino para discusione­s más amplias sobre la escalada nuclear y otras amenazas.

En términos más generales, una nueva ronda de diplomacia tendría que abordar las preocupaci­ones de seguridad que tiene Pyongyang y proporcion­ar espacio para que Corea del Norte evolucione política y económicam­ente, como ha hecho China durante las últimas décadas. Esto puede parecer una perspectiv­a distante pero si se resuelve la situación de seguridad en la península, no estaría fuera de discusión.

La alternativ­a es seguir en el camino actual y arriesgars­e a un conflicto militar o una guerra a gran escala. Incluso evitando esos escenarios del peor de los casos, la región no tendría nada que esperar excepto inestabili­dad en los próximos años.

Sólo una ofensiva diplomátic­a amplia puede poder las bases para frenar el conflicto en la península coreana

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