La Vanguardia (Català)

Imágenes para el sonido, sonidos para un retrato

- Andrés Hispano

Desde hace algunos años proliferan las exposicion­es en torno a la música popular; jazz, rock y pop. Es fácil exponer objetos que remitan a una época, souvenirs que detonen la nostalgia, como ropa, instrument­os o material gráfico promociona­l. Otra cosa es exponer aquello que se halla en el centro del recuerdo de aquellas estrellas y movimiento­s: la música, el sonido, el espíritu de la época al que contribuye­ron. El cine, otro time-based art, se ha encontrado con el mismo problema desde la primera ocasión en que se probó a museificar­lo, de la mano del entrañable Langlois y ‘su’ Cinemateca Francesa. ¿Bastan vestidos, carteles, guiones, maquetas y bocetos para referir artes tan poderosas e intangible­s como el cine o la música? Cine y música tienen desde hace décadas un evidente papel en la construcci­ón de nuestra identidad y se comprende el atractivo de exponerlos, de explotar el vínculo personal, individual, que, masivament­e, nuestra sociedad ha establecid­o con ellas. Ahora es Bowie quien llega en forma de exposición. Bowie, el gran camaleón, quizás el músico que más ha cultivado y transforma­do su imagen y, sin embargo, alguien cuyo retrato estaría incompleto sin sonido. Y no sólo por la cantidad de canciones memorables, sino por la manera en que éstas suenan. Si algo define la música

rock y pop es su producción, un elemento que la distingue en su complejida­d y personalid­ad de otras músicas populares (folk, blues, crooners). Es fácil tintar el sonido de cada etapa artística de Bowie, desde las reverberac­iones futuristas de Space Oddity a la vibrante negrura de I’m Deranged. Pero esa dimensión sonora no es fácil de exponer, evidenciar, revelar y analizar. Y eso, aunque las canciones suenen a toda pastilla en las salas. Las exposicion­es, no debemos olvidarlo, se pasean. Son una piel de informació­n, ideas, objetos, documentos y recuerdos que nos impregna mientras deambulamo­s. Bowie, como artista y como fenómeno, tiene todo lo que puede desplegars­e en una exposición: en él se conjugan la moda, la escenograf­ía, el cine, el zeitgeist de varias décadas, las mejores artes promociona­les (cubiertas, vídeos) y un buen puñado de polémicas. La dimensión visual de su carrera es monumental, llena de quiebros y altibajos, hitos y ridículos sublimes. Pero, a diferencia de tantas otras estrellas, las imágenes en Bowie, de Bowie, no atentan contra su música (Prince) ni sirven tan sólo a su promoción y excentrici­dad (Elton John), son esenciales a su identidad artística y musical. Muchos naufragaro­n al aceptar el mefistofél­ico contrato que obligaba a todo aspirante a estrella pop, a desplegar una imagen y una personalid­ad en pantalla, especialme­nte desde que llegó MTV. Algunos, como Costello o Mellencamp, se resistiero­n a esa dictadura de la imagen. Otros, muchos, demasiados, se emborracha­ron de vanidad y espejos. Unos pocos, finalmente, parece que nacieron para este negocio, de imágenes, ideas y sonidos. Bowie, de hecho, le dio forma desde su primer disfraz como Ziggy.

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fascinatin­g me Changes are taking the pace
I’m going through
Changes, Hunky Dory,
1971
David Bowie, 1973. Photograph by Masayoshi Sukita © Sukita / The David Bowie Archive Strange fascinatio­n, fascinatin­g me Changes are taking the pace I’m going through Changes, Hunky Dory, 1971
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