Estilo ‘New Yorker’
Pasé buena parte del verano del año 2012 pendiente del buzón. Hacía algunos meses que recibía The New Yorker y, dado el poco tiempo que dedicaba a leer la revista, la suscripción se había convertido, en realidad, más bien en un estéril esnobismo cultureta.
Pero aquel verano iba a ser distinto. Esperaba con ansiedad el número que debía incluir el anunciado retrato de Bruce Springsteen escrito por el director del mítico semanario. De David Remnick había leído ya sus espléndidas biografías sobre Muhammad Ali y el presidente Obama, pero aún no el que tal vez sea su gran reportaje: La tumba de Lenin, su magna crónica sobre el hundimiento del Imperio Soviético que escribió siendo corresponsal del Washington Post en Moscú y que le hizo merecedor del premio Pulitzer.
Pasó julio, pasó agosto, llegaron las revistas con puntualidad, pero el dichoso número protagonizado por el Boss parecía haberse esfumado. Hasta que llegó septiembre y una vecina, que sin avisar lo había guardado para que no se acumulasen más cartas en nuestro buzón, me lo entregó. Había valido la pena esperar.
Me fije un instante en la cubierta –una terraza barcelonesa pintadaporJavierMariscal–ymezampé del tirón las 19 páginas de una biografía breve que es un ejemplo modélico del estilo de Remnick: entrevistas al protagonista y a gentes de su círculo de confianza, descripción de espacios donde su personaje desarrolla su actividad pública pero también su cotidianidad, trabajo de hemeroteca cosido a un relato que alterna pasado y presente... Es perfecto. Ypara rematar, como si lo hubiese escrito para satisfacer nuestro ombligo local, como una fotografía sonora, los primeros segundos del último concierto de Bruce en el Estadi Olímpic. “Hola, Barcelona! He cried out to a sea of forty-five thousand people. Hola, Catalu- nya!”. Este retrato de Springsteen debió ser la principal novedad de la segunda edición inglesa de Reporting, un libro que se acaba de traducir ahora por primera vez al castellano.
Exceptuando el homenot dedicado al cantante de New Jersey, el volumen recopila reportajes biográficos escritos entre 1997 –los de la editora del Post Katherine Graham y el novelista Don DeLillo– y 2005 –el último, dedicado a la situación de Palestina tras la muerte de Arafat–. Sus protagonistas son o bien escritores de primera fila mundial (Philip Roth, Amos Oz) o bien algunos de los principales líderes políticos internacionales (Blair, Havel, Putin o Netanyahu). La suma acaba por construir el background de la mejor mentalidad progresista estadounidense. Pero lo singular del libro es que esa mentalidad responde a un período de la historia reciente, que ya parece muy lejano, pero que no loestanto,porquefueelmomento previo al estallido de la gran crisis económicaycuandolahegemonía de Estados Unidos, vencedor inapelable de la guerra fría pero sacudido por los atentados del 11-S, estaba controlada por los halcones neoliberales que tensaron la convivencia mundial a partir de la invasión de Iraq. Estas son las coor-
La agudeza psicológica acompaña al talento para fundir una charla privada y una descripción pública
denadas para comprender el libro. Porque, a diferencia de los grandes maestros del retrato literario estadounidense –un Capote, un Talese–, el periodista Remnick da un paso más allá inscribiendo la vidas de los grandes tipos a los que retrata en el devenir del Occidente contemporáneo.
Así se entiende mejor, creo, por qué Reportero se abre con el retrato de Al Gore, vicepresidente con Clinton y candidato que en el 2000 ganó voto popular pero que perdió las elecciones presidenciales frente a Bush hijo.
Junto a la agudeza del análisis psicológico, junto al talento para fundir una charla privada con la descripción de la actividad pública del republicano retirado, Remnick encadena una serie de preguntas retóricas para reflexionar qué habría pasado en el mundo si Gore hubiese sido presidente. Ese mundo, interpretado a medida humana, es el tema de este libro de gran periodismo.