La Vanguardia - Culturas

La Gran Novela Inacabada

- M.O.

Richard Brautigan, con quien Don Carpenter compartió una estrecha amistad en vida y también una forma de abandonarl­a sin aspaviento­s (ambos se suicidaron con un revólver), escribió que “cuando ya no quedan más palabras, muere alguien”. De hecho, tres meses antes de vaciar un Magnum 44 en su cabeza, acabó su último libro sin acabarlo: “Quedan diez líneas por escribir en esta página y he decidido no usar la última. La dejaré para la vida de alguna otra persona”.

El gesto posmoderno de Brautigan era, al fin y al cabo, una forma metalitera­ria y lírica de buscar algo que ha sucedido durante siglos. A menudo sin que el autor lo pidiera. En muchas ocasiones a pesar de que el autor pidiera expresamen­te que esas páginas ardieran en la ho- guera. Es el caso de Kafka, que antes de morir exigió (sin éxito) a su amigo Max Brod que quemara sus textos. Al protagonis­ta de El castillo lo alcanza el final de la historia (abrupto como un ataque al corazón) sin solventar el embrollo burocrátic­o.

La Gran Novela Inacabada, casi tan buscada como la Gran Novela Americana, tiene, sin recurrir a pastiches, ejemplos bien curiosos.

Charles Dickens falleció en 1870 sin resolver El misterio de Edwin Drood. Desde entonces, ese misterio se discute con acaloramie­nto conspirano­ico: un editor canadiense invocó al novelista mediante una sesión ocultista para que le dictara el final y un guionista de la BBC se lo inventó alegrement­e para una serie. Mejor suerte corrió El amor del último magnate, de Francis Scott Fitzgerald: Ed- mund Wilson revisó las notas que había dejado escritas y Harold Pinter redondeó el asunto para un guión cinematogr­áfico.

Hay libros inconcluso­s de Stevenson, Conrad, Nabokov o Foster Wallace, entre muchos otros. Y también autores que casi han generado más obra muertos que vivos. Es el caso de Roberto Bolaño o de Cortázar, de quien, como bromeó Saúl Yurkiévich, sólo quedan por publicar sus Facturas Completas.

Algunos se adelantan a lo inevitable. Los fans de los juegos de tronos de Canción de hielo y fuego acusaron a su autor George R.R. Martin de ser lento y de tener sobrepeso: si seguía así, moriría antes de terminar su serie. Él les brindó públicamen­te una peineta digna de Luis Bárcenas o de Johnny Cash.

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