En casa de Roque
El personaje más olvidado en este cuarto centenario de la muerte de Cervantes es el bandolero catalán del Quijote. Yo le rendí homenaje el sábado pasado, visitando su casa. La caminata desde Oristà, entre trigales, granjas y cabañas de pastores, fue suave, aunque soleada y calurosa. Tras pasar la masía de Can Miquelet, el sendero asciende hasta una construcción del siglo XVI en ruinas. Hay que acceder con cuidado, apartando la maleza crecida entre sus maltrechas paredes de piedra.
Se da por hecho de que allí nació, en 1582, Pere Rocaguinarda, quien llegaría a ser jefe de bandoleros, líder nyerro en la lucha de banderías de la época contra los
cadells, terror de los caminos, eterno rival del obispo Robuster de Vic, y después del virrey de Catalunya. Alto, fuerte, valiente y generoso; fanático, seductor y cortés, y por todo ello muy popular, según los cronistas de la época.
A Cervantes le debía fascinar el personaje, puesto que lo menciona en su entremés La Cueva de Sala
manca y luego, bajo el nombre de Roque Guinart, le da un papel estelar en su obra cumbre. Con él y con su banda topan don Quijote y Sancho apenas llegados a Catalunya. Aunque el Caballero de la Triste Figura fracasa en convencer a sus hombres para que abandonen la delincuencia, alaba las buenas maneras de Guinart, y la ecuanimidad con que gobierna a los suyos. Es Roque quien le da una carta para su amigo el caballero barcelonés Antonio Moreno, quien le acogerá en la ciudad.
Rocaguinarda, conocido también como Perot lo Lladre, tenía todos los puntos para el patíbulo. Pero fue inteligente y, como diríamos ahora, supo reinventarse a sí mismo: antes de cumplir los treinta abandonó su oficio, consiguió un indulto y marchó a Nápoles como capitán de los Tercios españoles. Murió apaciblemente en Italia, varios años después de que Cervantes le hiciera inmortal.