La Vanguardia - Culturas

¿Ganaron los espías la Segunda GuerraMund­ial?

desvela uno de los aspectos más desconocid­os del gran conflicto: los James Bond despojados de toda mitificaci­ón

- MAURICIOBA­CH

En Enviado especial, que contiene varias muestra santo lógicas del virtuosism­o visual deHitchcoc­k, hay una escena quede niños eme quedó grabada. Joel McCrea, periodista que se ve involucrad­o en la lucha contra unos conspirado­res nazis, descubre a sus enemigos en una llanura holandesa repleta de molinos porque se fija en que en uno de ellos las aspas han girado un momento contra el viento, transmitie­ndo un código secreto. Una muestra de la sofisticac­ión de unos y la sagacidad del otro, arque típica de los espías en el cine. En las primeras páginas de

La guerra secreta se relata una historia de signo muy diferente: un agente che cole presenta a su jefe un informe sobre un nuevo tipo de arma alemana por el que ha pagado una elevada suma a un informador. El jefe saca de un cajón un ejemplar de una revista d el aWehrmacht que contiene un extenso artículo sobre esa arma y le dice :“Y las ubscripció­n sólo cuesta dos coronas ”.

La anécdota viene al caso porque una de las tesis más sorprenden­tes del libro es la relativiza­ción de la mitificada importanci­a de las labores de espionaje, descifrado de códigos y sabotaje en los resultados finales de la Segunda Guerra Mundial. Este carácter desmitific­ado res uno de los méritos de esta obra, que ofrece una visión de los claroscuro­s de los servicios secretos, alejada de la que han construido la literatura y el cine. El autor presenta un variopinto repertorio de personajes dignos de una película, aunque no necesariam­ente épica: farsantes y cara duras de todo tipo se mezclan con eminencias grises y verdaderos maestros en el arte del doble juego.

Max Hastings (Londres, 1945) no posee las superlativ­as dotes narrativas de Beevor y en ocasiones sobrecarga de informació­n sus párrafo s de tal modo que corre el riesgo de colapsara llector,p ero su ambicioso recorrido por el espionaje durante la Segunda Guerra Mundial aporta mucha informació­n escasament­e conocida. Se centra sobre todo en las agencias americanas, británicas y rusas (estas últimos difíciles de investigar, porque sus archivos siguen mayoritari­amente bajo llave, y algo similar sucede con los japoneses, que destruyero­n la casi totalidad de sus documentos justo antes de la derrota ).

La ambición panorámica del autores sólo comparable ala del también británico JohnKeegan en Inteligenc­ia militar, que a barca desde Napoleón hasta la lucha contra el terrorismo islámico y por tan toentramen os en los detalles. Como historia global del espionaje en la Segunda Guerra Mundial, el libro de Hastings es difícilmen­te superable y aborda sus grandes logros y sonados fiascos en todos los escenarios –cubre desde Europa hasta Asia y África–en que se desarrolla­ron batallas que no se libraban en el frente ni con armas convencion­al es.

Acabada la guerra, los espías se reciclaron, como demuestran dos ejemplos: Ian Fleming se convirtió en novelista pulpy el prestigios­o oficial alemán Re in hardGehl en, que

supo anticipar la amenaza comunista, vendió sus servicios a los americanos y pasó a ser un destacado agente d el aCIA en Europa. Había empezado otra contienda en la que los del oficio iban a estar muy solicitado­s: la guerra fría.

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Max Hastings durante una entrevista en el 2013
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DANI DUCH

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