La Vanguardia - Culturas

Ocaso y fin de la vieja Europa

El asesinato de Francisco Fernando de Austria, heredero del trono imperial, fue la consecuenc­ia de una marea de ceguera acrítica que sumió al continente en el conflicto mas destructiv­o de la historia reciente

- JOSÉ ENRIQUE RUIZ-DOMÈNEC

Al caer la tarde de un día de la primavera de 1914, tres serbobosni­os llegaron aS ar ajev otras unacci dentado viaje, que incluso les obligó a separarse en algún momento. Entre Belgrado y Šabac, Gavrilo Princip, Nedeljko abrinovi y Trifun Grabež hablaron mucho del control policial y consumiero­n abundantes panfletos contra la política del imperio austrohúng­aro en los Balcanes. La tensión entre el gobierno de Viena y los nacionalis­tas serbios de Nikola Paši alcanzaba su máxima expresión. Al acercarse al ríoDri na, un silencio tácito les hizo aceptar que Bosnia, Herzegovin­a, D al macia, Ist ria, Croacia y Es lo- venia debían formar parte de la Gran Serbia, como países yugoslavos que eran, al margen de que unos eran ortodoxos, otros católicos y otros musulmanes; y al cruzar el famoso puente se dieron cuenta del alcance de su viaje: atentar contra el archiduque Francisco Fernando de Austria, el heredero al trono imperial, de viaje en esas fechas por diversas ciudades de Bosnia. Los tres formaban parte de un grupo de siete que había preparado la organizaci­ón Crna Ruka (Mano Negra ), con la ayuda de los servicios secretos de Serbia.

Al pasear por S ar aj evo, se disiparon las pocas dudas que les quedaba( a los otros cuatro, al parecer, ninguna). Entre el perfil otomano de la mezquita de Baš aršija, construida por Havedža Durak en 1528 y el Secessions­stil de algunos edificios singulares, el misterio y la tristeza de la ciudad se consuman en los nexos entre las piedras de su historia y el río Mil jack aquel a atraviesa. Los tres jóvenes iban a hacer realidad el espectro fratricida del que habla Ivo Andric en su novela póstuma( e inconclusa) La casa ais

lada. Miramos hoy sus andanzas de aquellos días y nos interesamo­s por la anexión austrohúng­ara de 1908, los conflictos entre las potencias y el declive del imperio otomano. Entre Princip y abrinovi , entre el hombre que al final pasaría a la historia como el ejecutor del atentado y el olvidado que arrojó una bomba que rebotó en el suelo al acelerar el chófer que la vio venir, el destino de S ar aj evo iba a ser el mismo que el destino del avieja Europa: un mundo cargado de fatal idades, de advertenci­as no atendidas, a la espera de garantías que nunca llegaron para evitarlo que la historia tenía preparado: dejar de hablar y empezara matar, mal decir al contrario para recordar luego lo inútil que eso es, querer escapar sin conseguirl­o del maleficio que invita ala desolada confrontac­ión por unas ideas que alguien creyó alguna vez y que nadie ya recuerda por qué ni paraqué.

Si la historia tiene un sentido, los tres jóvenes serbobosni­os que llegaron a Sarajevo el 4 de junio de 1914 se lo otorgaron: a partir de la decisión tomada en una taberna de B el grado( la Be luga Dorada ), desde adentro de la maquinaria política del nacionalis­mo serbio, ellos tres dieron el paso de más que, irónicamen­te, al cumplir las promesas de la lucha armada, provocó el conflicto más destructiv­o de la reciente historia. Si es cierto( y lo era) que el o caso del avieja Europa eselr es ul- tado de una actitud descuidada de la clase dirig entequen ose preocupó por mostrar el valor de la cultura ante el empuje de las mercancías chabacanas, entonces también es cierto (y lo fue) que el siguiente paso consistió en demoler los valores forjados por esa cultura a lo largo de los siglos. Y así, individuos como Dragutin Dimitrejev­ic, dispuestos a sacrificar su vida, la de su familia y amigos, por la causa nacionalis­ta, ocuparon los espacios de la políti- ca; la propaganda sustituyó alas reflexione­s críticas, y las manifestac­iones callejeras ahogaron las voces que invitaban ala prudencia. En esta deriva hacia el abismo nadiese acordó de la invitación hecha años atrás por Marie Mimi von Schleinitz-Wolkenstei­n en su salón de Berlín de entender El ocaso

de los dioses de Wagner como una metáfora de algo que podría llegara suceder: el fin de la vieja Europa por el triunfo de personajes encantador­es, implacable­s y siniestros.

El 4 de junio de 1914, en S ar aj evo, tres jóvenes se tomaron en serio las palabras de sus líderes: el cambio en su país llegaría por un acto defi- ni tivo. No había vuelta atrás, le confesó Principal juez, ya que“unanhe lo morboso se había despertado entre todos nosotros ”. Fue el comienzo del fin. Y nadie lo quiso ver. Esa sensación la volvemos a sentir este 4 de junio de 2016 y, sin embargo, ahora como en aquel trágico entonces yo, y muchos de mis amigos, dejo que los largos sollozos por nuestrodes­cuido, blessent, paradecirl­ocon Verlaine, moncoeurd’une langueur monotone.

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GETTY El río Miljacka, junto al que fue asesinado el archiduque Francisco Fernando
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