Mil collares de perlas
“Som-hi, que n’hi ha / per tots, i en sobrarà” (SebastiàRoure) El corpus literario es el pasado escrito de donde venimos y nos es fuente, mapa, inspiración o todo lo contrario, lugar de dónde huir .¿ Cómo accedemos, da da su vasta dimensión? ¿Cómo lo tenemos que hacer para que cánones y antologías con voluntad hegemónica no nos lo vuelvan estéril, lo agarroten y lo fosilicen? Debemos entender que, aunque vaya vestida de ortodoxia académica, un can o no una antología no es más que una selección, una cierta visión, con unos criterios más o menos sólidos y un gusto personal subyacente o predominante. Contra la noción de un canon intocable y repetitivo, hay que multiplicar las visiones, estas excursiones por el corpus que a menudo descubren maravillas: son mordiscos que lo reavivan.
Una de nuestras vetas más potentes es, sin duda, la poética: nuestra edad media fue un arranque brutal (Llull, March, Roís de Corella), después vino un barroco descabalado( Vi centGarcia, Fon tan ella) y el diecinueve( Ver daguer, Maragall) ya representó una pequeña avanzadilla de la explosión de genialidad que viviríamos en el veinte, nuestro siglo de oro (son una carretada). Por suerte —o precisamente por estar tan cerca de un periodo glorioso—, el veintiuno, con apenas dieciséis años, ya da unas muestras de excelencia que casi ponen los pelos de punta. Sumergirse en el océano de versos extraordinarios de
nuestra poesía es una experiencia que muchos hacemos a menudo—la recompensa es instantánea: adelgaza, a lisa el cutis, mejora el riego sanguíneo, detiene la alopecia y espabila pensamiento y espíritu— pero colectivamente tendríamos que hacerlo mucho más, para completar o superarlas lecturas obligatorias y las antologías que, periódicamente, se van publicando. Una de las formas más efectivas es desde un escenario: sólo hay que pensar en la larga tradición de cantautores que han musicado nuestros poetas, heredera de los trovadores, o en los combates de glosa, o en el brote de oralidad de finales de siglo pasado, cuando surgieron festivales y programaciones estables de recitales por todo el país. Son una demostración de que la poesía, dicha o cantada, vivida y bien transmitida —cuándo el verso atraviesa el espacio e inunda muchas orejas al tiempo—suele ser una victoria segura.
Cuando Lluís Pasqu al me explica que quiere hacer tres espectáculos de poesía enelLliu rey me pide que haga las elec- ción, desde el principio no rehuiré el sesgo personal que supondrá: asumiré que mi mirada es, como cualquiera, arbitraria, a pesar de poder argumentarla. La intención es sencilla: compartir los hallazgos de mi particular paseo por el corpus poético catalán, que mis elección descubra, anime y re nueve el concepto que tiene la gente de nuestra poesía, porque todavía queda mucho trabajo por hacer para romper los prejuicios que hay entorno a este género: que si es cursi, que si es un plomo, que sin oseen- tiende ... Así pues, sin recurrir a los clásicos de siempre, he querido que la gente vibre con el Gaspar Hauser núm. 2 de Blai Bon et, sería con el Rector de Vallfogo na, se excite con laLlui ta declass es de Biel Mesquida, se encienda con Joan Brossa, se estremezca con la fuerza de DolorsMiqu el, se emocione con el final del Hotel París de Vi cent AndrésEstellés, que por fin llegue aFoix, Marcho Carner y, en definitiva, ofrecerles un destilado que les dé ganas de llenar de versos nuestros su casa, sus vidas.