La Vanguardia - Culturas

La otra bruja de Salem

Un compendio de fanatismo religioso, predestina­ción y sometimien­to de las mujeres

- ADA CASTELLS

Se coge una comunidad pequeña de Nueva Inglaterra, en 1691, domina da por el integrismo puritano. Se pone una joven huérfana inglesa criada en un anglicanis­mo menos rígido. Se hace que la chica tenga que atravesar el océano y, en tierra ignota, todo lo mire con ojos sorprendid­os, críticos y esperanza dos. Se la mezcla con una familia muy conservado­r a, con un hombre que la quiere dominar y una matrona que no para de envidiarla. Se añade una criada india resentida con el hombre blanco. El paisaje tiene un punto de misterio. El pueblo es hermético. La chica se siente desvalida, incomprend­ida, quisiera huir. El argumento se va cociendo a fuego lento y constante hasta que alcanza el punto justo en el que todo explota: el pueblo no es otro que Sale m– el delas brujas qued escribió Arthur Miller– y pasan fenómenos diabólico sal os ojos de los fieles atemorizad­os por una religión represiva. El castigo que se narra, basado en hechos históricos, es terrible. La autor anos deja bien claro que la acusación de brujería afecta a muchos inocentes.

La chef que cocina un plato tan suculento no es otra queElisabe­thGaskell(Londres,1810-Holybourne, 1865) que sabe equilibrar­las preocupaci­ones más íntimas de los protagonis­tas y sus dramas amor osos con los grandes temas que la interpelan: el fanatismo religioso, la predestina­ción y el sometimien­to de las mujeres. La

bruixaLois esunlibrod­ulce y amargo, intenso y fluido, que aquí nos llega en una trabaja da traducción de PereGuixà –quetambién firma el prólogo –. A pesar dese runa novela, este relato tiene algo de cuento, con unos personajes que cumplen sus funciones en su justa medida, con un anuncio de los acontecimi­entos que lo hace muy unitario, con una dosificaci­ón entre las descripcio­nes, las acciones y los diálogos que nunca queda recargada. El fatalismo se va extendiend­o tanto en los hechos que se narran–los ataques epiléptico­s de las hijas del pastor, las alucinacio­nes del primo, la sombra de los indios del bosque–como en el corazón de la protagonis­ta, que pasa de la ingenuidad ala indignació­n obligada por las injusticia­s. Uno puede imaginar fácilmente aGaskell afilando la pluma para, desde su protestant­ismo abierto, dejar constancia de la rigidez puritana más fanática. El debate de las creencias es un plato fuerte del libro y, a través de los siglos, nos llega como un manjar ineludible.

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NATIONAL PORTRAIT GALLERY Retrato de Gaskell de George Richmond
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