Tonificante western sevillano
Sevillano pero antitaurino, así es Andrés Herrera, veterano guitarrista de los tiempos en que rock y elegancia podían usarse en la misma frase sin detonar oxímoron. Pistolero a sueldo de figuras como Silvio, los hermanos Amador o Kiko Veneno, hace cuatro años debutaba a su propio nombre con un álbum, Santa Leone, inaudito aquí y ahora por su hábil, delineada mezcolanza de rock’n’roll instrumental, aires de spaghetti western –su padre fue proyeccionista en un cine de barrio–, resabiadas letras de arrugado romanticismo y agnósticos ecos de Semana Santa. Autóctono por sensatez artística, cosmopolitadecorazón,Pájaro–aliasevidente al ver su rostro de perfil– se ha labrado una sonada secuela de aquella efervescente tarjeta de presentación. En la primera escena,
Apocalipsis, adivinamos entre la polvareda al bueno, el feo y el malo, trompetas tocando a degüello y silbidos incluidos. A partir de ahí, He
matado al ángel deambula por una contagiosa atmósfera entre el existencialismo tabernario y un entoldado de fiesta mayor. Temas como Guarda che luna, Sagrario y sacramento, El Dorado o Bajo el sol de media noche traen ecos del Tom Waits fullero y carnavalesco, o tocan los palos del doo-wop y el country a orillas del Guadalquivir. Por atreverse, se las ven intrépidos con el mismísimo Manuel de Falla: su adaptación de Danza del fuego renace con la carrocería de un instrumental surf de vieja escuela. Cierran función con El condenado, suspendida entre las brumas cinéfilas de El tercer hombre y la vibración del presente que la conjura en un disco sin pizca de posmodernidad, cosa rara entre tanto forzado presentismo virtual. Tonificante.