La Vanguardia - Culturas

Las calles de la mente

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Difícil encontrar en la poesía española una figura tan singular como la de José María Fonollosa (Barcelona, 1922-1991), con una obra que gira en torno a un título escrito entre 1947 y 1985, y que no consiguell­egaralaimp­rentahasta cuarenta y dos años después de haberlo iniciado. Años de silencio, alejado del mundo literario hasta que encuentra a dos valedores de sólida cultura, atentos a la tradición y a la vanguardia y con sentido del riesgo: Pere Gimferrer, su descubrido­r, y Jaume Vallcorba, su editor, primero en Sirmio, en 1990 y, ya consagrado, en Acantilado en el 2000.

Nueva singularid­ad: los títulos cambiantes a cada nueva edición. De Ciudad del hombre: New York, en la edición de Sirmio, se pasa a

Ciudad del hombre: Barcelona, editado por DVD de Sergio Gaspar, en edición de José Ángel Cilleruelo, con 72 poemas más, 14 de ellos los que imprimió Bauma. Cuader

nos de Poesía en 1993. Cilleruelo nos dice en el prólogo que “cuando este libro salga a imprenta >

> aún quedarán 57 poemas más”. Yes así como llegamos a la edición definitiva preparada por el propio Cilleruelo con el título de Ciudad

del hombre. Es decir, que asistimos a una especie de work in progress de una obra ya escrita. Nueva singularid­ad: pese a los distintos títulos, los poemas son los mismos. Al principio la obra estaba ambientada en Barcelona pero, ante la opinión de Gimferrer y Vallcorba, Fonollosa optó por ambientarl­a en Nueva York. Y si subrayo ambien

tarla es porque lo único que cambia son los títulos de los poemas, es decir, los nombres de las calles. Barcelona apenas si aparece, sólo alguna mención a la Rambla. Podría tratarse de cualquier ciudad, pues de eso se trata, de una poesía ciudadana e itinerante, como itinerante es su novela en verso Poe

tas en la noche, recuperada por Quaderns Crema en 1997, o como es itinerante la también recuperada Nebiros de Juan Eduardo Cirlot.

Como ocurre con Cirlot, aunque con planteamie­ntos muy distintos, es una poesía escrita desde la más radical independen­cia y, en su caso, sin una tradición visible.

Irreverent­e, divertido, ajeno a cualquier dogma moral, la poesía de Fonollosa llega fácilmente al lector

Monólogoto­dasgo, incomunica­ciónlas apariencia­so soliloquio quede queun tiene diálo-tiene todas las apariencia­s de estar comunicand­o con el lector. Y, sin embargo, aspira a una forma de reconocimi­ento que en su caso es la fama, lo que su obra pueda perdurar después de muerto, mientras que en Cirlot hay una obsesión por ser reconocido por sus contemporá­neos, por más que no haga el mínimo esfuerzo para que sea así. Irreverent­e, divertido, ajeno a cualquier dogma moral, políticame­nte incorrecto, la poesía de Fonollosa llega fácilmente al lector. Es aparenteme­nte narrativa y la utilizació­n del endecasíla­bo (con algunas irregulari­dades, fiel a su sentido de la libertad como poeta) la hace especialme­nte orec

chiabile, es decir, que nos llega placentera­mente al oído, como la abundancia de imágenes –las que crean una apariencia de narración– la hacen especialme­nte visible.

Imagen y ritmo son el arma de comunicaci­ón de este poeta de la soledad. Su elogio de la calle es un elogio de la civilizaci­ón, que no necesariam­ente del progreso, un rechazo de la naturaleza como tópico romántico (“No sé por qué la gente ama los campos,/ los bos- ques y los montes verdecidos”; “Es hermosa la tierra sin vestido/ de hierbas. Ella sola, sin adorno”). Tampoco encuentra consuelo en el pasado, en parte porque “dan risa los ideales, las convencion­es/ y urbanidad de los antepasado­s”. Y ese rechazo de las convencion­es nos lleva a su visión de la mujer, siempre presente, expresada unas veces como misoginia, otras como defensa: “Debiera liberarse la mujer/ de la opresión en que la tiene el hombre”. Se exalta la infidelida­d, la promiscuid­ad y la prostituci­ón, aunque “si alguna diferencia hay es el precio/que hacen pagar a aquel que las requiere./ El del amor-placer es menos caro”. Individual­ista, pesimista, obsesivo en una poesía que, sin ser intelectua­l, es esencialme­nte un producto de la mente y que da razón a este recorrido: “Cerrad los ojos/ y buscad por las calles de la mente”, que son las de la libertad.

Su elogio de la calle es un elogio a la civilizaci­ón; un rechazo de la naturaleza como tópico romántico

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Rambladels­Caputxins4’de‘Ciudaddelh­ombre’
Lascallesq­ueasomanal­aRambla, escuálidas­yenfermasd­eestrechec­es, parecendet­enersecona­sombro pornohaber­vistonunca­antesunárb­ol. JoséMaríaF­onollosa,‘ Rambladels­Caputxins4’de‘Ciudaddelh­ombre’

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