La Vanguardia - Culturas

Mitos de la pantalla

- CARLOS LOSILLA

De Tarzán a Ben-Hur, este año vuelve lo conocido

Del Olimpo a las multisalas

Desde que Afrodita o Zeus ya no viven entre nosotros, los mi tos se han convertido en algo muy distinto de lo que fueron. La imparable expansión de los medios de comunicaci­ón de masas, por lo menos desde el siglo XIX, ha provocado que se instalen definitiva­mente en las páginas de las novelas, las viñetas de los cómics o las imágenes que albergan las salas de cine, las pantallas de televisión, los complejos entresijos de nuestros ordenadore­s… Hollywood o la música popular sustituyer­on al Olimpo durante el pasado siglo, pero ahora somos nosotros mismos quienes ocupamos su lugar: escribimos watsaps para dejar constancia de nuestras hazañas cotidianas, nos hacemos

selfies para que nadie olvide nuestras efigies, utilizamos Facebook para inmortaliz­ar nuestros actos o dejar bien claro el poder de nuestras opiniones… Y sin embargo, parece que aún necesitamo­s los mi tos de antaño, como demuestran, por poner sólo un par de ejemplos, el éxito de las nuevas series norteameri­canas, que recuperan el placer de la narración, o la invasión de las multisalas por parte de los superhéroe­s, de Marvel o cualquier otra marca, surgidos de las páginas de lo que ahora llamamos novelas gráficas.

Muchas de las películas que están llegando o llegarán a las pantallas cinematogr­áficas este verano tienen que ver con la pequeña historia que les acabo de explicar, a la vez que dibujan un amplísimo arco temporal y temático. Zipi y Zape y

la isla del capitán, pongamos por caso, no sólo apela al mito de los dos gemelos que avivaron las ansias de rebeldía de varias generacion­es educadas bajo el franquismo, presentánd­olos por segunda vez en carne y hueso, sino también al mito del paraíso perdido de la infancia, que en general subyace en muchos de estos ejemplos. La le

yenda de Tarzán, de David Yates, cruza la sed de aventuras con la nostalgia por las viejas películas de Johnny Weissmulle­r o, en el caso de los más jóvenes, por la versión de animación de Disney. La nueva versión de Ben-Hur, para qué vamos a engañarnos, a traerá en mayor medida a los amantes de la película que William Wyler dirigió en 1959 que a los de la versión muda o la novela original de Lewis Wallace. Cazafantas­mas, de Paul Feig, alimentará el mito del cine de los años ochenta, que tan rentable resulta ahora, y en concreto de la película casi homónima que realizó Ivan Reitman en 1984, a la vez que puede consagrar a Kristen Wiig y Melissa McCarthy como legítimas herederas del humor practicado en la primera versión por Bill Murray o Dan Aykroyd. Star Trek: Másallá, de Justin Lin, continuará con esa saga que tiene sus orígenes en la serialidad televisiva, intentando consolidar­la como mito de nuestro tiempo. In dependen ce Da y: Contra

ataque nos mostrará al director Roland Emmerich regresando a su propia película de hace diez años, ahora ya mítica, para seguir ilustrando el mito de la destrucció­n de la civilizaci­ón, que a su vez proviene de los mitos bíblicos, entre otros. Jason Bourne querrá otorgar carta de naturaleza definitiva a un mito ostensible­mente contemporá­neo –no tanto el espía como el hombre sin identidad, perdido en la multitud, siempre perseguido por poderes ignotos— que proviene tanto de los arquetipos literarios de Kafka o Benjamin como de los thrillers de conspiraci­ón de los años setenta, hoy en día también míticos…

El legado de Umberto Eco

Segurament­e Umber to Eco sonreiría ante tal despliegue, pues de algún modo no hace otra cosa que corroborar­las tesis comprimida­s en su James Bond: una combinator­ia

Su regreso tiene algo de reaccionar­io: en tiempos de incertidum­bre y crisis, más vale refugiarse en aquello que nos hizo felices

narrativa, aquel texto incluido en el libro colectivo Proceso a James

Bond: análisis de un mito (1965). A saber: los mitos contemporá­neos surgen de aquello que creíamos puro material de derribo. Mientras los sesenta se acercaban al mayo francés y la lucha política se convertía en el gran icono de los uni- versitario­s más intelectua­lizados, capaces de mezclar a Marx con Lacan, ciertas tendencias del estructura­lismo y la semiología del momento se disponían a analizar las películas de Hollywood o las novelas de aventuras con el fin de dejar al descubiert­o el imaginario de aquel sistema contra el que todos parecían luchar. Luego vinieron los ochenta e Indiana Jones, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y todo se convirtió en objeto de ironía y distancia, a la vez que de una nostalgia que pretendía reincorpor­ar los mitos a la nueva cultura yup pie mediante técnicas entonces llamadas posmoderna­s. En cual- quier caso, ante las inclemenci­as del presente, para muchos entonces empezó el verdadero retorno al pasado, los deseos irrefrenab­les de continuar viviendo en otro tiempo en el que los héroes campaban a sus anchas e incluso nosotros mismos gozábamos de mayor credibilid­ad, tratárase de la infancia, la juventud

o el primer amor, que siempre acaba narrándose ala manera épica. El regreso de todos esos mitos, pues, tiene algo de reaccionar­io: en tiempos de crisis, más vale refugiarse en aquello que nos hizo felices que batir se en la arena política del presente, cada vez más in cierta.

Hay una contradicc­ión en ese deseo, por supuesto. En todas las historias que vamos ave reste verano se tratará de alargarlos relatos anteriores, pero también de mostrar cómo la nueva variedad de efectos especiales desarrolla­dos desde entonces puede hacer aún más espectacul­ares estas películas. La industria se exhibe a sí misma y, como si se tratara de un congreso del sector, muestra sus productos más recientes para que el espectador los compre en forma de entretenim­iento, una nueva modalidad del capitalism­o que también se está trasladand­o, desde el cine, hasta los móviles o internet. Entonces, ¿cómo justificar que ese nostálgico retorno al pasado sea, en el fondo, una alabanza tecnológic­a del presente? Después de todo, estamos ante la lógica del remake convencion­al: rehacer una película no tanto para aportar innovacion­es en el terreno narrativo o dramático como para demostrar que ahora se puede confeccion­ar un producto más acorde con los tiempos, con un mejor acabado técnico. Los mitos, así, se convierten en fantasmago­rías de sí mismos, presencias virtuales que conciben el cine como un espacio privilegia­do para mostrar tanto su fuerza como la de la industria que los ha creado.

¿Recuerdan cuando, en nuestras ciudades, la llegada del verano inundaba las salas de aquello que llamábamos reposicion­es? Se trataba de películas casi siempre familiares, o de gran espectácul­o, o considerad­as míticas, que aparecían en mitad de la cartelera aprovechan­do la escasez de los estrenos veraniegos, de manera que el mismo mes de julio en que se descubrían El cazador (1977), de Michael Cimino, o Días del cielo (1977), de Terrence Malick, podían revisarse

Sonrisas y lágrimas (1963) o El halcón maltés (1941). Sea como fuere, también las reposicion­es hablaban de un pasado considerad­o mejor que aquel presente, y ayudaban a formar esa cantinela del ya-no-se

hacen-películas-como-aquellas que ha sobrevivid­o hasta el momento, aunque ahora se enuncie precisamen­te tomando como excusa el cine de los setenta y ochenta.

Las películas contemporá­neas, pues, consiguen hacerlo todo de una vez: representa­n el mito de siempre en pasado, lo actualizan en presente, imitan el cine clásico de acción y entretenim­iento… Ya no hacen falta reposicion­es porque los remakes, l are visitación y la renovación constante de los mitos fílmicos contienen en sí mismos la nostalgia del tiempo pretérito y, ala vez, la vindicació­n de la actualidad como único becerro de oro al que adorar, como única propiciado­ra del deseo del consumidor.

Los veranos de nuestras catarsis

No obstante, hay otra manera de ver los mitos cinematogr­áficos. Se trata de obviar su lado nostálgico y centrarse en lo que tienen de reflejo de la realidad circundant­e. Y es entonces cuando se convierten en todo lo contrario de lo que hemos visto. De algún modo, la segunda parte de Independen­ce Day no sería, así, una simple continuaci­ón narrativa de la primera sino una mirada al estado del mundo, pasada por el filtro de la ciencia ficción, diez años después de la aparición del mito apocalípti­co creado por Roland Emmerich. De la misma manera, no sería lo mismo la última entrega de Star Trek que el primer episodio de la serie televisiva, ni siquiera que la primera película, que data del 1979. Este mismo año se han estrenado películas como

Capitán América: Civil War o Batman contra Superman: el amanecer

de la justicia, que utilizan esos mitos contemporá­neos para diagnostic­ar el estado de la civilizaci­ón occidental, desde el miedo al otro propiciado por el yihadismo hasta el sentimient­o de decadencia y final de época que ha provocado la crisis económica. Desde las primeras incursione­s de esos mismos personajes en el cine, que pueden fecharse a finales de los setenta y principios de los ochenta, se intenta plasmar también lo que ya se conoce como el lado oscuro del mito: tras el justiciero, tras el esplendor del bien, se oculta el héroe atormentad­o, el individuo que se interroga por su identidad y por su papel en el mundo. La última encarnació­n de ese arquetipo es Jason

Bourne, el espía sin memoria que en la última entrega, a estrenar este verano, la recuperará y se pregun- tará angustiado en qué se ha convertido el universo que conocía.

El verano, por cierto, es tiempo de cambio y renovación, un renacimien­to a la vida que responde a mitos culturales localizabl­es en todas las civilizaci­ones. Por supuesto, el hecho de que este tipo de películas se estrene en esta época del año responde a una lógica comercial, pero también tiene que ver con otra cosa: más o menos liberado de los estrenos importante­s o prestigios­os de la temporada, el cinéfilo ameniza la espera de la

rentrée a través de una especie de catarsis. Pues, ¿acaso no se trata de identifica­rse con esos mitos que a la vez lo devuelven a la nostalgia de un paraíso perdido y lo enfrentan metafórica­mente con sus sueños o temores más profundos? De Tarzán, el hombre mono, a Bourne, el hombre incógnita, el verano también es el lugar de todas las fantasías posibles, esas que tanto tienen que ver con lo que el resto del año permanece sepultado entre quehaceres y obligacion­es. |

De Tarzán, el hombre mono, a Bourne, el hombre incógnita

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