Mitos de la pantalla
De Tarzán a Ben-Hur, este año vuelve lo conocido
Del Olimpo a las multisalas
Desde que Afrodita o Zeus ya no viven entre nosotros, los mi tos se han convertido en algo muy distinto de lo que fueron. La imparable expansión de los medios de comunicación de masas, por lo menos desde el siglo XIX, ha provocado que se instalen definitivamente en las páginas de las novelas, las viñetas de los cómics o las imágenes que albergan las salas de cine, las pantallas de televisión, los complejos entresijos de nuestros ordenadores… Hollywood o la música popular sustituyeron al Olimpo durante el pasado siglo, pero ahora somos nosotros mismos quienes ocupamos su lugar: escribimos watsaps para dejar constancia de nuestras hazañas cotidianas, nos hacemos
selfies para que nadie olvide nuestras efigies, utilizamos Facebook para inmortalizar nuestros actos o dejar bien claro el poder de nuestras opiniones… Y sin embargo, parece que aún necesitamos los mi tos de antaño, como demuestran, por poner sólo un par de ejemplos, el éxito de las nuevas series norteamericanas, que recuperan el placer de la narración, o la invasión de las multisalas por parte de los superhéroes, de Marvel o cualquier otra marca, surgidos de las páginas de lo que ahora llamamos novelas gráficas.
Muchas de las películas que están llegando o llegarán a las pantallas cinematográficas este verano tienen que ver con la pequeña historia que les acabo de explicar, a la vez que dibujan un amplísimo arco temporal y temático. Zipi y Zape y
la isla del capitán, pongamos por caso, no sólo apela al mito de los dos gemelos que avivaron las ansias de rebeldía de varias generaciones educadas bajo el franquismo, presentándolos por segunda vez en carne y hueso, sino también al mito del paraíso perdido de la infancia, que en general subyace en muchos de estos ejemplos. La le
yenda de Tarzán, de David Yates, cruza la sed de aventuras con la nostalgia por las viejas películas de Johnny Weissmuller o, en el caso de los más jóvenes, por la versión de animación de Disney. La nueva versión de Ben-Hur, para qué vamos a engañarnos, a traerá en mayor medida a los amantes de la película que William Wyler dirigió en 1959 que a los de la versión muda o la novela original de Lewis Wallace. Cazafantasmas, de Paul Feig, alimentará el mito del cine de los años ochenta, que tan rentable resulta ahora, y en concreto de la película casi homónima que realizó Ivan Reitman en 1984, a la vez que puede consagrar a Kristen Wiig y Melissa McCarthy como legítimas herederas del humor practicado en la primera versión por Bill Murray o Dan Aykroyd. Star Trek: Másallá, de Justin Lin, continuará con esa saga que tiene sus orígenes en la serialidad televisiva, intentando consolidarla como mito de nuestro tiempo. In dependen ce Da y: Contra
ataque nos mostrará al director Roland Emmerich regresando a su propia película de hace diez años, ahora ya mítica, para seguir ilustrando el mito de la destrucción de la civilización, que a su vez proviene de los mitos bíblicos, entre otros. Jason Bourne querrá otorgar carta de naturaleza definitiva a un mito ostensiblemente contemporáneo –no tanto el espía como el hombre sin identidad, perdido en la multitud, siempre perseguido por poderes ignotos— que proviene tanto de los arquetipos literarios de Kafka o Benjamin como de los thrillers de conspiración de los años setenta, hoy en día también míticos…
El legado de Umberto Eco
Seguramente Umber to Eco sonreiría ante tal despliegue, pues de algún modo no hace otra cosa que corroborarlas tesis comprimidas en su James Bond: una combinatoria
Su regreso tiene algo de reaccionario: en tiempos de incertidumbre y crisis, más vale refugiarse en aquello que nos hizo felices
narrativa, aquel texto incluido en el libro colectivo Proceso a James
Bond: análisis de un mito (1965). A saber: los mitos contemporáneos surgen de aquello que creíamos puro material de derribo. Mientras los sesenta se acercaban al mayo francés y la lucha política se convertía en el gran icono de los uni- versitarios más intelectualizados, capaces de mezclar a Marx con Lacan, ciertas tendencias del estructuralismo y la semiología del momento se disponían a analizar las películas de Hollywood o las novelas de aventuras con el fin de dejar al descubierto el imaginario de aquel sistema contra el que todos parecían luchar. Luego vinieron los ochenta e Indiana Jones, Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y todo se convirtió en objeto de ironía y distancia, a la vez que de una nostalgia que pretendía reincorporar los mitos a la nueva cultura yup pie mediante técnicas entonces llamadas posmodernas. En cual- quier caso, ante las inclemencias del presente, para muchos entonces empezó el verdadero retorno al pasado, los deseos irrefrenables de continuar viviendo en otro tiempo en el que los héroes campaban a sus anchas e incluso nosotros mismos gozábamos de mayor credibilidad, tratárase de la infancia, la juventud
o el primer amor, que siempre acaba narrándose ala manera épica. El regreso de todos esos mitos, pues, tiene algo de reaccionario: en tiempos de crisis, más vale refugiarse en aquello que nos hizo felices que batir se en la arena política del presente, cada vez más in cierta.
Hay una contradicción en ese deseo, por supuesto. En todas las historias que vamos ave reste verano se tratará de alargarlos relatos anteriores, pero también de mostrar cómo la nueva variedad de efectos especiales desarrollados desde entonces puede hacer aún más espectaculares estas películas. La industria se exhibe a sí misma y, como si se tratara de un congreso del sector, muestra sus productos más recientes para que el espectador los compre en forma de entretenimiento, una nueva modalidad del capitalismo que también se está trasladando, desde el cine, hasta los móviles o internet. Entonces, ¿cómo justificar que ese nostálgico retorno al pasado sea, en el fondo, una alabanza tecnológica del presente? Después de todo, estamos ante la lógica del remake convencional: rehacer una película no tanto para aportar innovaciones en el terreno narrativo o dramático como para demostrar que ahora se puede confeccionar un producto más acorde con los tiempos, con un mejor acabado técnico. Los mitos, así, se convierten en fantasmagorías de sí mismos, presencias virtuales que conciben el cine como un espacio privilegiado para mostrar tanto su fuerza como la de la industria que los ha creado.
¿Recuerdan cuando, en nuestras ciudades, la llegada del verano inundaba las salas de aquello que llamábamos reposiciones? Se trataba de películas casi siempre familiares, o de gran espectáculo, o consideradas míticas, que aparecían en mitad de la cartelera aprovechando la escasez de los estrenos veraniegos, de manera que el mismo mes de julio en que se descubrían El cazador (1977), de Michael Cimino, o Días del cielo (1977), de Terrence Malick, podían revisarse
Sonrisas y lágrimas (1963) o El halcón maltés (1941). Sea como fuere, también las reposiciones hablaban de un pasado considerado mejor que aquel presente, y ayudaban a formar esa cantinela del ya-no-se
hacen-películas-como-aquellas que ha sobrevivido hasta el momento, aunque ahora se enuncie precisamente tomando como excusa el cine de los setenta y ochenta.
Las películas contemporáneas, pues, consiguen hacerlo todo de una vez: representan el mito de siempre en pasado, lo actualizan en presente, imitan el cine clásico de acción y entretenimiento… Ya no hacen falta reposiciones porque los remakes, l are visitación y la renovación constante de los mitos fílmicos contienen en sí mismos la nostalgia del tiempo pretérito y, ala vez, la vindicación de la actualidad como único becerro de oro al que adorar, como única propiciadora del deseo del consumidor.
Los veranos de nuestras catarsis
No obstante, hay otra manera de ver los mitos cinematográficos. Se trata de obviar su lado nostálgico y centrarse en lo que tienen de reflejo de la realidad circundante. Y es entonces cuando se convierten en todo lo contrario de lo que hemos visto. De algún modo, la segunda parte de Independence Day no sería, así, una simple continuación narrativa de la primera sino una mirada al estado del mundo, pasada por el filtro de la ciencia ficción, diez años después de la aparición del mito apocalíptico creado por Roland Emmerich. De la misma manera, no sería lo mismo la última entrega de Star Trek que el primer episodio de la serie televisiva, ni siquiera que la primera película, que data del 1979. Este mismo año se han estrenado películas como
Capitán América: Civil War o Batman contra Superman: el amanecer
de la justicia, que utilizan esos mitos contemporáneos para diagnosticar el estado de la civilización occidental, desde el miedo al otro propiciado por el yihadismo hasta el sentimiento de decadencia y final de época que ha provocado la crisis económica. Desde las primeras incursiones de esos mismos personajes en el cine, que pueden fecharse a finales de los setenta y principios de los ochenta, se intenta plasmar también lo que ya se conoce como el lado oscuro del mito: tras el justiciero, tras el esplendor del bien, se oculta el héroe atormentado, el individuo que se interroga por su identidad y por su papel en el mundo. La última encarnación de ese arquetipo es Jason
Bourne, el espía sin memoria que en la última entrega, a estrenar este verano, la recuperará y se pregun- tará angustiado en qué se ha convertido el universo que conocía.
El verano, por cierto, es tiempo de cambio y renovación, un renacimiento a la vida que responde a mitos culturales localizables en todas las civilizaciones. Por supuesto, el hecho de que este tipo de películas se estrene en esta época del año responde a una lógica comercial, pero también tiene que ver con otra cosa: más o menos liberado de los estrenos importantes o prestigiosos de la temporada, el cinéfilo ameniza la espera de la
rentrée a través de una especie de catarsis. Pues, ¿acaso no se trata de identificarse con esos mitos que a la vez lo devuelven a la nostalgia de un paraíso perdido y lo enfrentan metafóricamente con sus sueños o temores más profundos? De Tarzán, el hombre mono, a Bourne, el hombre incógnita, el verano también es el lugar de todas las fantasías posibles, esas que tanto tienen que ver con lo que el resto del año permanece sepultado entre quehaceres y obligaciones. |
De Tarzán, el hombre mono, a Bourne, el hombre incógnita