La derrota que cambió el imperio
La decisión de dividir en dos el territorio romano les cuesta la estabilidad y la fraternidad a Valente y Valentiniano, lo que desemboca en su ruina tras una crisis de refugiados mal enfrentada
Valente había nacido en Cibalis, la actual ciudad croata de Vinkovci, cerca de la frontera Serbia, y en la crisis del 25 de febrero de 364 provocada por el asesinato del emperador Joviano, aceptó el reparto del imperio impuesto por las legiones acantonadas en Panonia: él tendría la parte oriental con capital en Constantinopla, hoy Estambul, y su hermano Valentiniano, la parte occidental con capital en Milán, la ciudad del obispo Ambrosio. Ambos serían Augustos y se repartirían el ejército.
Juraron ayudarse como buenos hermanos, pero eran muy diferentes para hacer realidad esas intenciones: Valen te era bien parecido, taimado y arriano, y no tuvo el menor escrúpulo de perseguir con saña alas élites pagan as, mientras que su hermano era feo, valeroso y católico, aunque nunca le tembló la mano a la hora de recurrir al terror para imponer sus ideas políticas. La división del imperio no solucionó los problemas, al contrario los agravó. De nada sirvió que un hombre de Estado como el filósofo Temistio de formación aristotélica protestar a ante tanta estupidez aliada de tanta altanería.
Los morbosos hermanos llegados del frío buscando un lugar en la historia, cayeron en la tentación de acabar con cualquiera que le llevase la contraria. Su poder se reveló en la violencia hacia los adversarios. Tomaron partido por los humiliores, gente sencilla, que vivía en las ciudades con escasos recursos, a la que puso bajo la protección de nuevos funcionarios, “defensores de la plebe”; y pusieron fin a los abusos de la casta dirigente en el norte de África al precio de hacer retroceder la región quinientos años. Su objetivo fue perseguir a cualquiera que tuviera formación, a los filósofos de las escuelas atenienses, a los poetas que abundaban en las grandes ciudades y en realidad a todo el que destacase. El populismo era un dogma religioso inseparable de la nueva concepción del Estado, su encarnación y su ejecutor.
A Valente esa actitud le sirvió para todo menos para entender el significado de la crisis de refugiados que tuvo lugar cuando entraron en el territorio romano de Tracia lo que las crónicas de la época llaman godos; en realidad una confederación de pueblos nómadas dirigida por jefes de esa etnia que huían de la guerra que tenía lugar entre el mar Caspio y el bajo Danubio causada por la irrupción de los hunos. Valente no se achicó ante la situación en la que se encontró de repente con centenares de miles de hambrientos refugiados a escasos kilómetros de Constantinopla, si bien la definió con la misma negligencia que cualquiera de los actuales gobernantes que creen, puerilmente, solucionar un problema de dimensiones parecidas con carteles de welcome.
Valente ordenó trasladar a los refugiados de una ribera a otra del Danubio con naves romanas y, cuando no había, con balsas o troncos de árboles; y hacerlo aprisa, dramatizando la difícil situación humanitaria, cuyos ecos llegan hasta Edward Gibbon. Pero después, al comprobar los efectos de su decisión, se arrepintió, y ordenó a sus generales que llevaran de nuevo a los refugiados al otro lado de la frontera. La filosofía de la guerra romana entra en escena; las legiones toman la iniciativa sin percatarse que las víctimas se iban a volver guerreros feroces para evitar ser asesina das por los hunos si regresaban a sus antiguos territorios.
La batalla fue una carnicería para ambos, aunque la peor parte se la llevaron los romanos. Uno de los clásicos sarcasmos de la historia. Al caer la tarde, un rumor se extendió por el campamento don- de las águilas y los emblemas con el SPQR rodaban por el suelo, Valente había sido asesinado por algún general que en ese momento pensó que su desaparición era la única salida para salvar el Imperio (la historia de su muerte heroica en una casa en llamas no pasa de ser una leyenda piadosa sugerida por Amiano Marcelino).
Cuando, varios días después, llegaron al lugar de la batalla las legiones de Occidente, con el emperador Graciano al frente (por cierto, sobrino de Valen te) tomaron la decisión de que el único modo de solventar el problema creado por la imprudencia de Valen te era darle el poder al general Teodosio.
Brusco giro en la historia. El concepto clave de la política de este general nacido en el sur de Hispania es una afirmación doctrinal, es decir, católica, que desborda la esfera de lo político y alcanza lo económico y cultural. Se cimentó así un imperio cristiano que duró doce siglos en esa región del mundo, aunque para conseguirlo se recurrió al Bizancio exit, es decir, a que la parte oriental del imperio tomara distancia de la parte occidental, que parecía condenada a caer manos de los bárbaros, como realmente ocurrió.