La paz en el arte
El programa de San Sebastián, capital cultural europea
Según el artista Pedro G. Romero, comisario del aglutinante de exposiciones y actividades bajo el lema Tratado de paz, no había otro tema más adecuado para celebrar la capitalidad cultural de San Sebastián 2016. Pero ¿es una exposición el dispositivo adecuado para hablar de la paz? Si nos remitimos a la fundación del Louvre abierto como museo público después de la violenta Revolución Francesa, comenzaremos a atar los hilos que han tejido este proyecto, que subraya la relación del arte con la resolución de guerras y conflictos –las colecciones, al cabo, son botines– y su poder de enmascarar y desenterrar con sus representaciones y retórica visual.
De ahí que la exposición central que comienza en el Museo San Telmo y concluye en Koldo Mitxelena haya sido pespunteada con museos históricos a modo de cápsulas que contextualizan –y al tiempo anacronizan– el amplio desarrollo cronológico-temático: desde el siglo XVI hasta hoy. No se trata sólo de una exposición de arte. La vertebración histórico-jurídica es el mimbre con los sucesivos hitos de pactos y abdicaciones. De hecho, el despliegue temático al que se somete el transcurso cronológico sigue a pies juntillas los capítulos imprescindibles en cualquier tratado de paz según la Escuela Ibérica de Paz, inspirada en la obra de Francisco de Vitoria en respuesta a las expulsiones de judíos y
moriscos o la colonización americana. Pinturas y esculturas, dibujos y fotografías, vídeos e instalaciones junto a otros documentos han sido distribuidos con criterio archivístico –y con pretensión de mal de archivo– en los capítulos: territorios, historia, emblemas, milicia, muertos, población, economía, armas y tratados. Todo dispuesto para referirse a la Paz con mayúsculas, y a la paz, con minúsculas, por eso se muestran juegos, catecismos, libros de texto, teatros… como representación del bienestar y del consenso.
Medio centenar de instituciones españolas se han volcado con sus préstamos, evidenciando la voluntad política que respalda este proyecto: desde el Museo del Prado al Museo Reina Sofía. De Barcelona, el Museo Etnològic, MNAC y Macba. A los que se suman importantes préstamos internacionales del Louvre, Centre Pompidou o Rijks-museum, y de los dieciséis museos temáticos, como el Museo de Auschwitz o el Hiroshima Peace Memorial Museum.
Mención especial merece el último panel del Atlas Mnemosyne procedente del Aby Warburg Institute, que es uno de los corazones sobre los que palpita esta exposición. Otros: una reproducción de La urraca en el cadalso de Brueghel el Viejo, que muestra al populacho de fiesta, ajeno a la amenaza de muerte que siempre se cierne sobre él; y una primera grabación del Departamento de las Águilas de Marcel Broodthaers. En conjunto, más de cuatrocientas obras, de Murillo, Ribera y Zurbarán a Goya y Picasso, Maruja Mallo, Jorge Oteiza, Nancy Spero, Wodizko, Del LaGrace Volcano o Alice Creischer, por citar algunos.
El resultado es vasto y requeriría más de una visita en ambas sedes. En el Museo San Telmo la exposición se decanta más etnográfica. En cambio, Koldo Mitxelena aborda la etapa moderna y su distribución espacial acota mejor la relación entre museos de la paz, cultura visual y arte contemporáneo.
Pero Tratados de paz es mucho más. Con una concepción megalómana se ramifica en ocho casos de estudio en diversas instituciones para abordar en detalle fechas significativas en la historia del País Vasco, como territorio poroso y fronterizo con Francia y en su vertebración
El proyecto destaca la relación del arte con la resolución de guerras: las colecciones, al cabo, son botines