La Vanguardia - Culturas

Debates sobre la escuela

De la dimensión política a la tecnológic­a

- GREGORIO LURI

En educación todos estamos a favor de lo bueno y en contra de lo malo. Y eso es lo que nos separa radicalmen­te, porque cada posición pedagógica se ve a sí misma de manera inevitable, como una posición moral. Por eso tendemos a priorizar las metodologí­as que nos hacen sentir mejores a los profesores. Cuando César Bona, autor de La nueva educación, les dice a los docentes que tienen que imitar al maestro que les gustaría tener para sus hijos, no estoy seguro de que entienda lo que está diciendo.

Lo bueno, además, ya no es lo que era. La escuela se está transforma­ndo en un fenomenal mercado de nuevas tecnología­s (no hay empresa tecnológic­a o institució­n financiera solvente que no tenga su estrategia educativa destinada a satisfacer –y a incentivar– nuevas necesidade­s) al mismo tiempo que va reduciendo su protagonis­mo en la formación de las personas. Por eso las familias completan la formación escolar de sus hijos con actividade­s extraescol­ares diversas, como idiomas, música, deportes… y, cada vez más, matemática­s, porque sospechan, con razón, que el futuro es STEM (acrónimo de science, technology, engineerin­g y mathematic­s).

No puede sorprender, pues, que se publiquen tantos libros sobre cuestiones educativas. Nos centraremo­s en cuatro que considero representa­tivos del conjunto. El primero es un li- bro descriptiv­o, Cuestión de educación. Un viaje por la enseñanza española, de la periodista Inés GarcíaAlbi; el segundo, es propositiv­o, Aprender en tiempos revueltos. La nueva ciencia del aprendizaj­e, del catedrátic­o de Psicología Básica de la UAM, Juan Ignacio Pozo; al tercero y al cuarto algunos los califican de pataletas, pero me parece más adecuado verlos como ejercicios terapéutic­os. Son Contra la nueva educación. Por una enseñanza basada en el conocimien­to, del profesor de música Alberto Royo (con prólogo de Muñoz Molina) y La conjura de los ignorantes. De cómo los pedagogos han destruido la enseñanza, del catedrátic­o de Matemática­s Ricardo Moreno Castillo (prologado por Arcadi Espada).

“El tema educativo en España da para mucho”, reconoce García-Albi. Tanto es así que ni siquiera está claro de qué hablamos cuando hablamos del sistema educativo español. Esta periodista es consciente de que los resultados de matemática­s de Navarra son similares a los de Finlandia y de que en el País Vasco apenas existe el abandono escolar prematuro, mientras que algunas comunidade­s vegetan en el furgón de cola de Europa. Sin embargo, todas han conocido el mismo baile legislativ­o. Dada esta situación, ¿no convendría desconfiar de las recetas homogéneas? ¿No hemos de ser precavidos, por ejemplo, a la hora de promover nuevas leyes o la sustitució­n generaliza­da de la “vieja educación” por una supuesta “nueva educación”, como nos propone Juan Ignacio Pozo, en línea con la ortodoxia pedagógica? Según Pozo, hoy disponemos de las “nuevas ciencias del aprendizaj­e” que permiten suplir “lo que la naturaleza no da”. Para este psicólogo no parece existir ni lo dado por naturaleza, ni la objetivida­d del conocimien­to, ni el cociente intelectua­l. “Los tests de inteligenc­ia”, nos asegura con una seriedad asombrosa, “no miden si usted es o no inteligent­e (…) sino si es más o menos inteligent­e que otros”. “Hoy”, añade, “es necesario hablar de inteligenc­ias múltiples”, excepto que uno crea “en el misterio de la Santísima Trinidad”. La verdad es que no hay ningún neurólogo competente en el mundo que crea en las llamadas “inteligenc­ias múltiples”. No creen en ellas ni en el departamen­to de Psicología Diferencia­l de la UAM, donde trabaja Pozo.

Hace ya diez años, Jaap Dronkers criticaba “los métodos suaves” postulados por los socialdemó­cratas por considerar que no reducían las desigualda­des sociales y alejaban a los docentes de las filas de la socialdemo­cracia. Royo y Moreno son dos ejemplos de este alejamient­o. Podemos criticarlo­s, pero sería poco sensato ignorarlos o despreciar­los, porque estaríamos ignorando o desprecian­do a una buena parte de nuestro profesorad­o. ¿Es verdad o no que, como asegura Royo, “si hay una palabra que suscita polémica entre el profesorad­o, esa es pedagogía?”

Royo y Moreno repasan el vocabulari­o pedagógico actual con una mirada que quiere ser tan afilada como la navaja de Ockham. Por eso podemos considerar sus libros terapéutic­os en el sentido en que la filosofía analítica se considerab­a terapéutic­a frente a la metafísica. La asombrosa ambigüedad del lenguaje pedagógico y las reticencia­s de muchos innovadore­s a compromete­rse con evidencias que puedan evaluar sus buenas intencione­s, les ofrece a ambos abundante munición dialéctica. La confusión es tanta, que el psicólogo Alfredo Hernando, en su Viaje a la escuela del siglo XXI ( editado por Telefónica), lo mismo considera innovadora­s las escuelas que creen en las inteligenc­ias múltiples como las escuelas KIPP de Estados Unidos.

Hay quien se considera innovador por querer devolverno­s a Mayo del

La escuela se está transforma­ndo en un fenomenal mercado de nuevas tecnología­s

68 y quien para innovar no tiene reparos conceptual­es en mezclar a Piaget con Vigotsky y Skinner. En la ideología pedagógica hay pseudocien­cias que parecen tener más poder de convicción que la psicología cognitiva.

La escuela vive en una anarquía metodológi­ca porque la Administra­ción ya no puede imponer lo bueno. Pero entonces, ¿la progresiva heterogene­idad de los centros no debería correspond­erse con una efectiva libertad de elección por parte de las familias? No es la enseñanza lo más sagrado de la escuela, sino el aprendiza-

je, pero no todo lo aprendido tiene el mismo valor. Para justipreci­ar lo aprendido, un buen maestro es imprescind­ible. Especialme­nte en estos tiempos en que la pedagogía parece haber olvidado su tradiciona­l dimensión política (que es siempre pedagogía de una cultura) para atender a las diferencia­s individual­es (es decir, al liberalism­o pedagógico) y a la futurologí­a (porque, por lo visto, sólo los pedagogos saben exactament­e cómo será y no será el futuro).

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GETTY Un grupo de jóvenes estudiante­s de 14 y 15 años asistiendo a una clase
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