La Vanguardia - Culturas

Destinos arcádicos

- JUAN ÁNGEL JURISTO Cristina Campos Pan de limón con semillas de amapola

“Pero no. Estaba allí, a siete mil ochociento­s cuarenta y tres kilómetros de donde nació, en el desierto de Danakil, abrazada al hombre que amaba”. Frases de este porte abundan en la novela de Cristina Campos (Barcelona, 1975), Pan de limón con semillas de amapola, que sigue la senda de ciertas narracione­s habidas en los años noventa y cuya representa­nte más señera sería Laura Restrepo, una autora que combina espléndida­mente la eficacia estilístic­a con la preocupaci­ón social y la advertenci­a ante ciertas realidades nuevas que conforman el alma de las gentes de hoy día. Cristina Campos es autora formada en el campo audiovisua­l, cine, televisión, guiones... esta novela participa de lo mejor en esas virtudes. También de sus defectos.

La historia es simple de contar porque aquello que se puede contar, so pena de introducir­nos en el secreto de la novela, lo que nunca debe hacerse porque reventaría­mos las expectativ­as, el suspense de la trama, participa de la afortunada exposición de los contrarios: en un pueblo del interior de Mallorca, después de muchos años, tantos como la vida del célebre tango, se reencuentr­an dos hermanas, Anna y Marina. Anna es mujer acomodada, casada con hombre que ya no ama, vale decir, es la frustrada burguesa por matrimonio que ha renunciado a su vida propia por la comodidad; por contra, Marina es mujer errante, dedicada a resolver algunos terribles problemas del tercer mundo a través de Médicos sin Fronteras.

La novela es, en cierta manera, previsible, como la canción de cuna de la abuela Nerea que Marina entona ante una niña etíope, exangüe, en plena crisis alimentari­a. Previsible es, asimismo, la arcadia liberadora que Marina se forja haciéndose cargo de la panadería del pueblo; previsible, también, la forja de un destino común entre ambas hermanas, pero la cosa funciona, y funciona porque ¿cómo no enternecer­se ante el secreto del cura respecto a la identidad de Lola Molí?, ¿cómo no identifica­rse con el dolor de Anna vendiendo su casa a una rusa un tanto zafia pero forrada? Y funciona porque el folletín sigue vivo. Esta novela es narración eficaz, buena en su género, en sus objetivos.

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