Humanistas musulmanes
Un repaso a la filosofía islamista, desde Averroes y Maimónides hasta los sufíes andaluces; una rica y variada diversidad de pensamiento heredera de una larga y copiosa tradición
La superficialidad, el chauvinismo, el desinterés eurocéntrico llevan a suponer que no hay más filosofía que la europea y que los pensadores de otras culturas del mundo sólo son válidos en cuanto se parecen a Aristóteles o Kant. Pero si uno se toma la molestia de estudiar, por ejemplo, los taoístas chinos o el vedanta hindú, se percata de una serie de nociones sobre las que nada dice nuestra filosofía. Lo mismo podría decirse en cuanto a la filosofía islámica: conocemos un poco de ella porque, nos dicen, sirvió de puente entre la antigüedad y la edad media: Europa recibió del islam la sabiduría de los griegos en manuscritos árabes que llegaron al Califato de Córdoba. De allí pasaban a los monasterios del Pirineo, como nos consta por las cartas que se conservan de Gerbert d’Aurillac, el papa Silvestre II del año mil, que estudió en Vic y Ripoll y que escribe a un monje amigo en Ripoll pidiéndole un tratado de geometría que se puede obtener en Córdoba.
Después, en el siglo XII, el tráfico de libros se formaliza de tal modo que se funda la Escuela de Tra- ductores de Toledo, poniendo en latín la filosofía y ciencia griegas. En Córdoba, Averroes musulmán y Maimónides hebreo son ambos difusores de las doctrinas de Aristóteles, en tanto que pensadores más místicos tenderán, como sucedería con los gnósticos de Alejandría, hacia Platón y Plotino. De ahí salen los famosos sufís que se ponen en otro plano existencial distinto a las especulaciones y exégesis coránicas que llevan a cabo las dos corrientes de la filosofía islámica que son los sunitas ortodoxos y los chiítas contestatarios, que esperan al imán oculto que debe revelarse al fin de los tiempos. Dentro de los chiítas, los ismailíes son una potente secta –dirigida por el Aga Khan, por cierto, al cual solían pensar en oro– que cree en el tiempo cíclico y otras ideas teñidas de reminiscencias de la Caldea y Persia antigua, cuando no, directamente, de la propia India. Y dentro de los ismailitas la corriente de pensamiento generada por Hassan-i Sabbah, el Viejo de la Montaña, fundador de la secta de los asesinos, que tenían grabado en el umbral de su castillo de Alamut el lema “Todo está Perdido”, antes de Rabelais.
Al otro lado, los sunitas ortodoxos que se dedican a comentar el Corán y acatar los califas oficiales de Damasco o de Bagdad y cuyos imanes siguen marcando la ortodoxia de la filosofía islámica.
En medio, o por encima, los sufíes, que trascienden el pensamiento racional, ultrapasan el alcance descriptivo de las palabras y se elevan a los estados psicológicos de la imaginación creativa y, más allá, de la función mística. Raimundo Lulio escribió que conocía a los sufís. San Juan de la Cruz no lo dijo, pero cualquiera juraría que algo debió recoger de ellos. No olvidemos que Andalucía estuvo llena de sufís, empezando por Ibn Masarra de Ronda y seguido por Ibn Hazm de Córdoba, que practicaba el amor udrí y culminando en Ibn Arabi de Murcia, una de cuyas obras se titulaba, precisamente, Vidas de los santones andaluces y es una antología de sufíes autóctonos.
Todo esto parece lejano e incluso inútil en el presente revuelto de guerra y terrorismo. No es así: si la gente conociera la filosofía islámica, si se percatara de que esos moros, como los llaman, no son unos indocumentados como se supone, porque no tienen coches, sino los herederos de una larga y copiosa tradición cultural, que sólo se separa de la nuestra cuando en el Renacimiento nosotros inventamos el método científico empírico, con Leonardo, Bacon, Galileo, Newton, y que se somete a nuestros cañones cuando Europa hace la revolución industrial, concebiría un mayor respeto por el islam y qui-
Gracias al islam conocemos la sabiduría de los griegos en manuscritos árabes que llegaron a Córdoba Europa debería pagar al islam la deuda moral e histórica por transmitir la ciencia de la antigüedad
zás comenzará a pensar que estamos en deuda histórica con esos moros que nos comunicaron la ciencia de la antigüedad. Europa debería pagar esa deuda moral ayudando sin avaricia al desarrollo económico del islam, eso sería el único resultado positivo que puede sacarse de esa guerra sucia.