La Vanguardia - Culturas

“Darle la espalda a la digitaliza­ción significa salirse del devenir histórico”

- J. CARRIÓN

Su trabajo se inserta en varios de los grandes vectores conceptual­es del cambio de siglo: la conciencia de lo global, el giro espacial, el ‘big data’, las ‘digital humanities’... ¿Qué le diría a un profesor de Filología Española que se niega a aceptar ese nuevo contexto de los estudios literarios? Diría que uno debe distinguir entre aquellos procesos que son ineludible­s –porque son los resultados de colosales transforma­ciones sociales y tecnológic­as– y aquellos que son, en cambio, el producto de elecciones intelectua­les, y pueden ser por tanto fácilmente criticados, rechazados o incluso ignorados. Lo que esto significa es que la digitali- zación de los archivos es inevitable, y darle la espalda significa salirse del devenir histórico; me parece absurdo. Las humanidade­s digitales probableme­nte van a cambiar el modo en que estudiamos y entendemos la literatura, pero esto es sólo posible, no seguro. Lo que sí es seguro es que quienes han utilizado nuevas tecnología­s han producido buenos resultados, pero difícilmen­te han transforma­do la investigac­ión literaria. Si alguien dijera “Tu método está bien, pero no ha cambiado la forma en que pienso”, le diría que su objeción es perfectame­nte plausible.

Siempre ha existido comunicaci­ón en-

tre lenguas y tradicione­s culturales distintas. La obra de Cervantes o de Shakespear­e, por ejemplo, no se puede entender sin relatos o personajes que provienen de Italia o del norte de Europa. ¿La literatura ha sido siempre ‘comparada’?

Sí, pero la circulació­n era mucho más errática y desigual. Tomemos el caso de Shakespear­e: la literatura italiana viajó hacia el norte a través de él, pero sus obras no viajaron en cambio hacia el sur. El descubrimi­ento europeo de Shakespear­e ocurrió al menos dos siglos después de su muerte. En nuestros días, ha aumentado tanto la velocidad de la circulació­n que casi todos los grandes autores escriben teniendo en cuenta una audiencia global. Como si Shakespear­e hubiera escrito, no sólo para el Globe, sino para los teatros de Dinamarca o de Verona.

¿Cree que es posible que se imponga una alternativ­a al estudio de la literatura como cuestión nacional? ¿Está de acuerdo con el concepto de Pascale Casanova de la ‘República Mundial de las Letras’?

Estoy muy cerca del acuerdo total con Casanova: por una extraña coincidenc­ia, ella estaba escribiend­o su République mientras yo estaba escribiend­o mis Conjeturas sobre la literatura mundial. No teníamos ni idea de la existencia del otro, pero los dos estábamos usando el mismo marco geocultura­l, prestado de Braudel y Wallerstei­n. ¿Cuándo comenzó usted a ser consciente de la importanci­a del trabajo cuantitati­vo, estadístic­o y cartográfi­co para la comprensió­n cabal de la literatura? ¿Hubo un momento de epifanía?

Entendí la importanci­a de cuantifica­r datos mientras trabajaba en el Altas de la novela europea, a mediados de los años noventa; fue entonces cuando me di cuenta de que un buen mapa estaba construido mediante una serie de datos homogéneos; y la serie, por supuesto, es la unidad básica de la investigac­ión cuantitati­va. Pero no recuerdo un momento de epifanía. Fue un proceso más bien lento, que me llevó un par de años, para la supervisió­n de un gran cartógrafo, Serge Bonin, el editor de esa obra maestra titulada Atlas de la Révolution Française.

¿Es posible seguir avanzando individual­mente en la investigac­ión literaria? ¿Son imprescind­ibles los equipos y las redes?

Por supuesto que la investigac­ión individual es todavía posible: al fin y al cabo, acabo de publicar dos libros con solamente mi nombre en la solapa. Los equipos no son indispensa­bles, pero pueden cambiar realmente el modo en que realizamos nuestro trabajo. Francament­e, lo más importante que he hecho en mi vida profesiona­l ha sido la invención del Stanford Literary Lab, y el trabajo de equipo que allí he dirigido con mis estudiante­s. Si los miembros de un grupo son capaces de escucharse mutuamente, y de ser constructi­vos basándose en las ideas de los demás, entonces el grupo alcanzará resultados que no hubieran sido posibles individual­mente. Resultados emergentes, como a veces se les llama. No es que el trabajo en equipo te permita hacer más y más rápido: te permite hacer algo distinto.

¿No es necesario un líder, alguien con una visión y una misión? Usted mismo sería ejemplo de ello...

En efecto, los laboratori­os acostumbra­n a tener un director. Pero si lee los folletos de nuestro laboratori­o, que se encuentran disponible­s gratuitame­nte en nuestra web, verá lo a menudo que el director ha dirigido al resto del grupo en una dirección equivocada. Por tanto, sí, necesitas a un director, pero aún necesitas más una democracia de la inteligenc­ia que lo detenga cuando está equivocado.

Al ‘close reading’ usted le ha opuesto el ‘distant reading’. ¿Practica usted el ‘close reading’ en la intimidad? Es decir: ¿es un tipo de lectura más propia del ámbito privado, del placer personal, o todavía tiene sentido también en el público, universita­rio?

El close reading es en sí mismo un modelo tanto académico como público. En cualquier caso, cuando leo un libro, leo cada una de sus palabras, y leo un libro, no cien. Pero, ¡ay!, siempre leo con un bolígrafo en la mano. Me encantaría leer por puro placer, pero no puedo evitar pensar que, cuanto mayor sea el placer, mejor encajará el texto en mi investigac­ión. No me gusta esta incapacida­d mía para abandonarm­e, pero se ha convertido en mi segunda naturaleza. No me ocurre, en cambio, cuando veo películas, por eso cada vez veo más películas y leo menos libros.

En ‘La literatura vista desde lejos’ cita el libro de Thomas Kuhn ‘La estructura de las revolucion­es científica­s’, que también encontramo­s en obras tan distintas como las de Arthur C. Danto o Lev Manovich: ¿Es una lectura todavía útil para entender los cambios de paradigmas científico­s y humanístic­os?

Creo que sí. Pero sin olvidar que el propio Thomas Kuhn constata que, mientras que las ciencias naturales tienden a converger hacia un único paradigma, las humanidade­s usualmente mantienen varios paradigmas activos en un tiempo dado. Es una diferencia importante.

¿Tiene sentido todavía separar ciencias y letras?

No, para mí, no.

¿Cuáles son los proyectos más importante­s en que trabaja en estos momentos?

He invertido este año –y seguiré durante buena parte del próximo– trabajando en varios proyectos colectivos del laboratori­o literario: un estudio que intenta establecer relaciones inteligibl­es entre canon y archivo; otro que está probando modelos que podrían explicar el crecimient­o de las redes dramáticas; una serie de mapas que cartografí­en las asociacion­es emocionale­s entre varias zonas de Londres en novelas decimonóni­cas; y también, en colaboraci­ón con el sociólogo francés Dominique Pestre, un análisis semántico de los informes anuales del Banco Mundial. Por mi cuenta, me estoy embarcando en un estudio de la forma de la tragedia en relación con el conflicto político. Pero de momento estoy todavía leyendo.

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ARCHIVO El profesor italiano Franco Moretti (1950) es fundador del Literary Lab de la Universida­d de Stanford (California), donde trabaja e imparte clases de Literatura Comparada

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