El Renacimiento y las ciudades
Fue un fenómeno propio de la tradición mediterránea de libertad municipal. Barcelona, que tuvo su esplendor con anterioridad, cuenta con escasas muestras en arquitectura y pintura
El Renacimiento no es un momento esplendoroso de Barcelona, sino de Valencia, que incluso da a Italia la dinastía de los Borja, oriundos de Xàtiva. Barcelona conoce su esplendor en el siglo XIV; las guerras sociales y las guerras de sucesión han menoscabado en la primera mitad del XIV la anterior prepotencia barcelonesa. Ello no obstante, la ciudad sigue siendo emporio comercial importante y no faltan muestras artesanales de la época en vidrio, cerámica, mobiliario; no así en arquitectura –no hay prácticamente nada en estilo Renacimiento– o en pintura, que sigue anclada en el retablo gótico cuando Masaccio está abriendo nuevos caminos en Florencia.
La idea de Renacimiento data de mediados del siglo pasado, cuando en 1855 Michelet escribe
El Estado moderno y el cartesianismo en el plano intelectual enterraron el movimiento italiano
la parte de los siglos XV y XVI de su Historia de Francia y cuando Jacob Burckhardt publica su historia, devenida clásica, sobre el Renacimiento italiano. Michelet define, con gran sagacidad, esta época, como el descubrimiento del mundo y del hombre. Burckhardt, en cambio, establece unas tesis que confunden el alcance real de aquel fenómeno histórico. A mi modo de ver, el Renacimiento no es el origen del mundo moderno sino que el mundo moderno es la destrucción del Renacimiento. De la misma manera que el Estado Nacional no es el origen del Renacimiento sino que la nación mata el Renacimiento.
Para entender el Renacimiento conviene referirse a sus propios protagonistas y al ambiente en que vivían. El humanista florentino Eugenio Garin, a quien me ha cabido el honor de consultar personalmente sobre el asunto, estima que el Renacimiento es un fenómeno posible sólo en la tradición mediterránea de libertad municipal, de ciudades Estado, de ambiente cultural familiar y amigable en tertulia y paseo, taller artesanal y ágora de mercado. Garin, en sus estudios sobre la cultura filosófica del Renacimiento, pone el énfasis en la civilità como elemento fundamental del fenómeno. La vida urbana en ciudades de escala humana –Florencia tiene 60.000 habitantes en la época de los Medici, como tenía Atenas en el siglo de Pericles– donde el contacto es fácil, el ciudadano libre, la artesanía activa y el campo próximo. En este medio cultural de ciudades libres, Florencia, Siena, Mantua, Urbino, Venecia y Milán, se produce el contacto y la diversidad necesarias para que surjan personalidades originales.
La unidad nacional destruye todo este mundo, del mismo modo
El humanista florentino Eugenio Garin pone énfasis en la ‘civilità’ como elemento fundamental
que la unidad uniformiza leyes y tributos, uniformiza a los individuos, y ello ahoga la originalidad nacida de la diversidad. La inclusión de las ciudades Estado en ámbitos estatales más amplios actúan en contra de la diversidad de culturas necesaria para estimular, por contraste e intercambio, la creatividad. ¿Es casualidad que los dos grandes momentos culturales de Occidente, Atenas y el Renacimiento, sucedan en un medio político de ciudades Estado independientes?
Conviene pensar en el Estado moderno, no como resultado ilustre de aquel maravilloso Renacimiento italiano, sino como su enterrador, junto con el cartesianismo en el plano intelectual. Los nacientes estados nacionales, Francia y España, invaden Italia; los franceses saquean Milán, los españoles Roma; el Vaticano se militariza con la Compañía de Jesús, la ciencia se esclerotiza en el mecanicismo cartesiano. Todo aquello acaba con el Renacimiento, en vez de venir de él.