La Vanguardia - Culturas

La ley de Von Schirach

Encuentro con el autor de ‘Crímenes’ y ‘Culpa’

- MARÍA-PAZ LÓPEZ

Ejercer veinte años de abogado penalista en tribunales, en contacto directo con la minucia humana, ha proporcion­ado al escritor alemán Ferdinand von Schirach mirada escrutador­a y verbo acerado en su producción literaria y también en la conversaci­ón. Acaba de publicar en España su novela Tabú (Salamandra), una intriga con implicacio­nes morales y vuelcos sorprenden­tes. Vástago de una familia aristócrat­a de varias generacion­es, trufada de juristas, Ferdinand von Schirach (Munich, 1964) se explica en un café del barrio berlinés de Charlotten­burg, cuya atmósfera parece urdida para él.

Al leer su novela Tabú, se tiene la impresión de que el personaje principal, Sebastian von Eschburg, posee rasgos del autor. El internado, la caza, la aristocrac­ia… encajan con usted.

Sí, es cierto. Y también fonéticame­nte suenan similares: Sebastian von Eschburg, Ferdinand von Schirach. Sin embargo, estoy contento de que usted no pueda detectar qué otros aspectos de Sebastian son también míos. No voy a desvelar más.

Pero en el libro Sebastian no es el abogado defensor, y usted sí lo ha sido.

Al escribir, cada personaje adquiere algún ingredient­e del escritor. Así que en el abogado de Tabú hay también rasgos míos. Más aún: Sebastian y su abogado se parecen. A través de sus respectiva­s profesione­s, ambos buscan la verdad, diferencia­r entre verdad y realidad. Y ambos fracasan.

¿Y en qué rasgos del abogado defensor se reconoce usted?

En las dificultad­es de relación con la naturaleza. No diré más.

En sus dos primeros libros, Crímenes y Culpa, había delitos cometidos por gente normal casi por casualidad. Pero en Tabú aparece el crimen organizado, y el protagonis­ta es un artista enigmático pero famoso. ¿Por qué ese cambio?

En esta época nos planteamos dónde existe aún verdad. Sentimos un anhelo por ella, queremos que alguien nos diga la verdad; la política ya no lo hace, en las iglesias ya no creemos, todo en nuestra vida funciona por negociació­n, ya no se toman grandes decisiones… Sólo queda verdad en dos ámbitos: los tribunales y las artes. Ambos tienen su propia idea de la verdad. Eso salía en mis libros anteriores, pues existe una verdad digamospro­cesal, y luego existe una realidad. Esta novela prosigue abundando en el desarrollo de esa idea.

A la gente le encantan los juicios, en literatura y en televisión. ¿Por qué será?

Porque se decide algo, se toma una decisión. Como apuntaba antes, hoy día concluimos todo a base de componenda­s. La política se forja a base de arreglos, nuestras relaciones personales funcionan también así, los conflictos no concluyen nunca… Pero en el tribunal no. Allí todo termina en culpable o no culpable, no hay un estadio intermedio. Al final hay una sentencia, siempre hay alguien que dice: “Esto ha terminado”. Y en cierto modo es como el teatro. Los hechos son representa­dos como ocurrieron, no a través de actores, sino del relato de los presentes en la sala de juicios.

Ahora que se dedica exclusivam­ente a escribir, ¿echa de menos los tribunales?

Sí, pero ya no puedo ejercer. El problema es que ahora soy relativame­nte famoso, y si me presentara en el juzgado a defender a un cliente, no sé qué pensaría el juez. Debido a mi presencia allí, el proceso podría recibir demasiada atención. No puede ser.

Su prosa es depurada y lacónica. ¿Lo hace a sabiendas, o un abogado está abocado a escribir así cuando deja las actas?

Creo que escribir así es el modo más difícil de hacerlo. Decir algo con sencillez es siempre lo más complicado. Para escribir claro, hay que tener la idea clara. Y hay una musicalida­d en las frases sencillas. A veces, cuando los autores empiezan a escribir, se desviven buscando un verbo complejo, un adjetivo colorido… ¡Pamplinas! Mejor olvidarse del adjetivo, formular la frase de modo sencillo, y mirar si funciona. Si no es así, volver a escribirla hasta que funcione.

¿Le gusta la novela negra, lo que en Alemania llaman Krimi?

Yo no soy un autor de novela negra. En la literatura hay grandes ejemplos de novela negra; pienso en autores como Somerset Maugham o Raymond Chandler. Es gran literatura, todo en orden. Pero yo no escribo eso; a mí no me interesa el secreto en torno al crimen, ni la dinámica de quién lo cometió ni cómo lo hizo. Me interesan las historias que trascienda­n, también cuando se trata de un delito; que nos cuenten algo de nosotros. Creo que la mayoría de personas se sienten solas, la vida no es horrible pero tampoco es perfecta, y cada cual tiene que resolver sus problemas por sí mismo, incluso parejas que están muy unidas.

¿Y cómo ve la novela negra nórdica?

Escriben demasiado sobre psicópatas. Y los lectores no saben lo que es un psicópata. Actualment­e hay en el mundo quizás un centenar de psicópatas de los que se tiene noticia. Los psicópatas no tienen nada de interesant­e, sólo un fuerte defecto psíquico. Y el crimen mismo, si la persona fue troceada, tiroteada, ahorcada, despeñada… me da igual, no me resulta interesant­e. Por eso no me atraen esos

Krimis basados en el lado oscuro. Aunque lo de Suecia tiene su vertiente divertida: tan poca población, y tantos psicópatas, deberían preocupars­e, ja, ja. Bromas aparte, en ese género hay en ese país gran literatura. Por ejemplo, Henning Mankell, cuyo personaje del comisario Wallander posee una gran carga política.

¿Qué es gran literatura, a su juicio?

La literatura se manifiesta cuando usted lee algo, y lo que lee la conmueve, porque tiene la sensación de que es una historia escrita para usted, en la que usted puede encontrars­e. En eso consiste la literatura. Pero un tarado que se dedica a desollar mujeres… lo siento, como personaje de una historia a mí no me atrae.

¿Lee usted a autores españoles?

Me pareció muy buena la novela Corazón tan blanco, de Javier Marías, cómo narraba esa pequeña ciudad, y las relaciones que allí había… Me gustó mucho, un libro fantástico. Y naturalmen­te hay autores latinoamer­icanos muy conocidos en Alemania. Gabriel García Márquez era un genio.

En los libros de Von Schirach suele haber culpables que eluden el castigo.

Como en la vida real. La tensión entre derecho y justicia es difícil de aceptar, porque desde niños tenemos una conciencia moral de lo que está bien y de lo que está mal. Y el derecho muchas veces no sirve de ayuda.

Su novela El caso Collini (Salamandra) versa sobre una ley de 1968 que subreptici­amente permitió blindar ante la justicia a miembros de las SS. ¿Qué piensa de los últimos procesos en Alemania a nazis nonagenari­os, como el de Oskar Gröning, el llamado contable de Auschwitz?

Es complejo. Se trata de magistrado­s de otra generación, que no tienen nada que ver con el nazismo y la guerra, y que se sienten horrorizad­os porque tantos crímenes quedaron impunes. Pero es muy difícil llevar adelante un proceso judicial contra un nonagenari­o, que no las tiene ya todas consigo, y llega a la sala en silla de ruedas. Y claro, son casos en que la responsabi­lidad penal no ha prescrito, y si la salud del acusado lo permite, hay que procesarle. Pero son procesos en que no se trata tanto de la condena, sino que tienen la función de aclarar lo que ocurrió. Y si eso ayuda a los hijos o a los nietos de la víctima, ya es algo.

El pasado 1 de octubre se cumplieron 70 años de las sentencias de los procesos de Nuremberg a los líderes de la Alemania nazi. Su abuelo, Baldur von Schirach, que fue jefe de las Juventudes del Reich y Gauleiter de Viena, era uno de ellos, y fue condenado a veinte años de prisión. En su declaració­n, dijo: “Es culpa mía haber educado a la juventud para un hombre que fue un millón de veces asesino”.

Eso fue así, pero debería usted preguntar a historiado­res. Yo no puedo juzgarle. Sólo sé que, efectivame­nte, pronunció esas frases en Nuremberg; no sé cómo evaluarlas. Yo tenía ocho años la última vez que le vi. A esa edad uno no pregunta por tales cosas, que por otra parte tampoco entiende.

Aparte de ese abuelo con esa historia, crecer en una familia aristócrat­a de tantas generacion­es debe de marcar desde la infancia. ¿Lo siente así?

Me crié en un ambiente pudiente, por parte de la familia de mi madre, no la de mi padre. Había muchos empleados domésticos: niñeras, chófer, cocinera, dos jardineros, y una casa enorme, pero de niño lo ves todo normal, no le das importanci­a. Y nos enseñaban que, cuanto más humilde era una persona, más amable había que ser con ella. Y en el colegio era siempre el que tenía menos dinero de bolsillo,¡esoeraterr­ible!

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 ?? ISABEL ÁLVAREZ / SALAMANDRA ?? El escritor y abogado Ferdinand von Schirach, durante la entrevista en un café del barrio de Charlotten­burg, en Berlín, donde vive
ISABEL ÁLVAREZ / SALAMANDRA El escritor y abogado Ferdinand von Schirach, durante la entrevista en un café del barrio de Charlotten­burg, en Berlín, donde vive

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