Cita en Oviedo
La ceremonia de entrega de los premios Princesa de Asturias es de los contados eventos anuales que integran, y de forma potente, los ámbitos de la cultura humanística, la ciencia, la cooperación y el deporte. El primer grupo suele tener prioridad en los discursos, y en los últimos años he podido escuchar en el teatro Campoamor de Oviedo buenas intervenciones de los cineastas Francis Ford Coppola y Michael Haneke, el filósofo Emilio Lledó, la activista Caddy Adzuba, el historiador Joseph Pérez, la economista Esther Duflo, los novelistas John Banville y Antonio Muñoz Molina, la fotógrafa Annie Leibovitz, las sociólogas Saskia Sassen y Martha Nussbaum o el arquitecto Rafael Moneo (pueden encontrarlas en la web de la Fundación).
También este octubre los principales discursos de agradecimiento leídos ante los Reyes han venido de las Humanidades: el novelista norteamericano Richard Ford recordó que, aunque los temas de sus libros a menudo son duros y graves, “la literatura sirve para sembrar semillas de optimismo y recordar que la vida vale la pena”. La historiadora de la Roma antigua Mary Beard, que ha hecho campaña para favorecer la restauración del latín en las escuelas, lo recibió “en nombre de los profesores que trabajan duro para que nuestra conversación con el mundo clásico sea tan cautivadora”. Núria Espert recitó a Shakespeare en catalán y a Lorca en castellano.
El genio de la biónica Hugh Herr no habló. Pero el movimiento preciso y elegante de sus piernas robóticas sobre el escenario constituyó el más elocuente, y emocionante, de los mensajes.
Bob Dylan fue premio Príncipe de Asturias de las Artes –el galardón adecuado para su obra– en el 2007. Envió una excusa y, contra lo obligado en estos casos, no acudió a recogerlo. Tal vez la Academia Sueca hubiera debido prestar atención a este dato...