El embrujo de la danza, un arte con claroscuros
‘La bailarina’ Un ‘biopic’ sobre el periplo vital y artístico de Loïe Fuller, un icono de la belle époque, inspiración de artistas y rival de Isadora Duncan
En su espléndido documental La danza (2009), Frederick Wiseman descubría los entresijos del Ballet de la Ópera de París, ilustrando los denodados esfuerzos de los bailarines en cada ensayo, a la búsqueda de la máxima precisión en cada movimiento. El arte se nos revelaba como fruto del sudor, de la obstinación, del sufrimiento incluso.
Ahora, en La bailarina, debut en el largometraje de la joven artista multidisciplinar Stéphanie Di Giusto, el tono y los modos narrativos son muy distintos, dado que la espectacularidad, la puntillosa recreación de época y una fotografía tan deslumbrante como preciosista reemplazan a la mirada más despojada de Wiseman, pero el núcleo conceptual permanece, situando en primer término la dureza de la danza y el despliegue físico y psíquico –a veces al borde del suplicio– que esta disciplina requiere.
La bailarina recrea el periplo vital y el legado artístico de Loïe Fuller, (1862-1928), bailarina autodidacta que se aventuró lejos de su Norteamérica natal para convertirse en un icono del París de la belle époque, triunfar en el Folies Bergère y en el Teatro de la Ópera de la capital gala y devenir musa de artistas como Toulouse-Lautrec o Auguste Rodin. Pese a sus recurrentes dolores de espalda y a sus problemas oculares derivados de las luces de los escenarios, Loïe no se arredró en su empeño sofisticado y perfeccionista. Con su empleo de grandes telas volátiles, serpentinas y otros accesorios acuñó coreografías rupturistas, repletas de efectos visuales y lumínicos, precursoras de la danza contemporánea.
El filme conjuga el retrato de su abnegada dedicación con el dibujo de su relación con Isadora Duncan, primero su alumna y luego su rival. Revolucionaria como ella, aunque en otra orientación, Duncan fue ya objeto de un notable pero hoy olvidado biopic, Isadora (1968), obra de Karel Reisz, viejo adalid del free cinema británico. Entre saltos temporales y odas a la sensualidad, Isadora desvelaba asimismo los contornos de una vida tormentosa y obsesiva, no tan lejana a la de esta Loïe Fuller que vive según un patrón que la película hace implícitamente suyo: creer en los propios sueños y perseguirlos al precio que sea. De hecho,
La bailarina se inscribe en una línea que aúna ese “todo por un sueño” con el reflejo del impulso autodestructivo del artista, un sendero que el binomio cine/danza ha transitado con elocuente frecuencia, y del que Las zapatillas rojas, de Michael Powell y Emeric Pressburger, es sin duda el título de referencia .|
El filme aúna ese ‘todo por un sueño’ con el reflejo del impulso autodestructivo del artista