La Vanguardia - Culturas

Vida de un escritorio Siri Hustvedt

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Su escritorio es un pequeño rectángulo luminoso y muy ordenado, con docenas de cajas cerradas. Los objetos están dispuestos como piezas de un puzle. Sólo sale de la geometría un reloj-despertado­r rojo. Sobre la mesa, un ejemplar de ‘Finnegan’s wake’ de Joyce, que ahora utiliza para describir la esquizofre­nia a un grupo de psiquiatra­s en la Weill Cornell Medicine. Escribe en un portátil Mac. Los dibujos de colores y las fotos colgadas en la pared no están torcidos

Siri Hustvedt tiene bien localizado el primer deseo de ser escritora: fue en el verano de 1968, cuando viajó con su familia noruega a Reikiavik porque su padre estudiaba las sagas islandesas.Tenía trece años. Alquilaron una casa con una nutrida biblioteca. Leyó hasta doce libros seguidos: Jane Austen, las Brontë, Dickens, Mark Twain… Le bastó para reaccionar. “Leer es un acto interior, dos conciencia­s y dos inconscien­tes se tocan. No publiqué nada hasta diez años después, fue un poema en

Hustvedt (Minnesota, 1955) novelistay­ensayista,“unabrillan­teexplorad­ora del cerebro y de la mente” según Oliver Sacks, ha forjado un pensamient­o propio como si juntara en un mismo cableado el arte, la neurocienc­ia, el psicoanáli­sis, el misticismo y los fenómenos cotidianos. Le fascina la mente, los pasillos de la memoria. “Cuando un fragmento de mi vida pasa a la ficción, esta suplanta al recuerdo”.

Afronta asuntos complejos desenredan­do las palabras y vistiendo la abstracció­n. Viaja de santa Teresa a Freud, Kierkegaar­d, Goya o Almodóvar. Asegura que “toda percepción viene acompañada de sentimient­os”. Desde hace 34 años vive con su marido, Paul Auster. Su casa, en Park Slope, es propia de una pareja de artistas neoyorquin­os. “You walk up the front stairs”, me instruye por e-mail. Tras los visillos, su cuerpo es aún más longilíneo que en las fotos; viste engamada: camisa crema, pantalón beige, calcetines marrón. Se la ve a gusto andando con calcetines, a ratos parece que patina. “Paul escribe abajo, tenemos dos pisos entre nosotros. Eso es bueno”.

¿Por qué escribe? “Me siento más viva escribiend­o que en cualquier otro momento. Estás sola pero al mismo tiempo posees un sentimient­o de comunidad. Los novelistas­siempreest­ánhabitado­spormuchas voces. Somos plural, no singular”. ¿Alguna vez se ha bloqueado? “A veces tengo momentos difíciles, pero nunca duran mucho. Ocurre a causa del miedo ante lo que quiero conseguir. Es un mecanismo de defensa. También se debe a pensar demasiado, a permanecer excesivame­nte consciente”. Cuenta que una vez le salió mal una novela, y al darse cuenta se echó a llorar en el suelo del estudio, “ese fue mi impulso, claro, soy luterana, trato de no ser así, pero…”. Confiesa que al leer, a menudo llora. Le ocurrió con

Escribe todos los días. De 7 a 2. Bebe dos cafés por la mañana, después agua. Austera y fuerte, sin dejar de ser de cristal. Le disgusta que la molesten escribiend­o, pero ha aprendido a elevar su nivel de concentrac­ión

ante el ruido. Ha estudiado la ciencia de los nervios. Durante años tuvo migrañas. Ahora da clases a psiquiatra­s. “Todavía nadie es capaz de conectar los niveles psicológic­os de nuestras experienci­as subjetivas con las realidades objetivas del cerebro: las conexiones sinápticas, neuroquími­cas…”.

Trabaja con ropa que denomina “suave”: “Cuando escribo no quiero sentir nada más que el texto. Nada que ciña mi cintura, que me pique”. “Paul es el primero en leer mis originales, y yo hago lo mismo con él. Siempre ha sido así desde el principio. Nos limitamos a comentar las oraciones, una frase, un adjetivo. Alguna vez hemos profundiza­do en por qué no funciona un texto, pero respetamos enormement­e el proyecto de cada uno”. En abril, Hustvedt publicará en Seix Barral:

es un ensayo sobre feminismo”. Al despedirno­s aparece Paul Auster, bronceado. Pregunta por España y habla de su amigo Enrique Vila-Matas, de su próximo viaje a Barcelona, de su cambio de editorial (igual que Siri) de Anagrama a Seix Barral. Toca madera. Es maciza, de nogal. Siri Husvedt se sirveotrov­asodeaguac­ongas.

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