El héroe somatizado
Juan Pablo Villalobos, premio Herralde 2016, se convierte en personaje de ficción y relata con descabellado humor su vida en Barcelona
La escritura de Juan Pablo Villalobos (Guadalajara, 1973) está marcada por el humor, la extravagancia y la violencia. Con una sólida formación literaria, es autor de crónicas de viaje y crítico literario y cinematográfico. Hasta ahora sus novelas, de Fiesta en la madriguera (2010) a
Te vendo un perro (2015), se habían ambientado en el México de la violencia y del narcotráfico. En No voy
a pedirle a nadie que me crea, junto a la corrupción y la violencia aparecen diferencias notables y sorprendentes. Si en Pirandello y en Unamuno los personajes de ficción se rebelan contra sus creadores para imponer su identidad, ahora es Villalobos, como tantos escritores contemporáneos, quien se convierte en el personaje de ficción. Con referencias a su ciudad de nacimiento y a la veracruzana Xalapa, donde estuvo como becario del Instituto de Investigaciones Lingüístico-literarias, la acción se desarrolla en Barcelona, donde reside, y tiene como centros la plaza del Sol, en el ba- rrio de Gràcia (“es muy chulo pero las fincas son viejas y no tienen ascensor”) y Sant Gervasi (“un barrio de franquistas”). Si de los mexicanos se nos dice que “somos huevones, corruptos, una suerte de raza degenerada”, no salen mejor parados Barcelona (con “las mariconadas de Gaudí”), Catalunya (“los boludos de los catalanes, que como no conocen nada dicen que Catalunya lo tiene todo”) y España en general: (“como los españoles no viajan no tienen cómo hacer comparación y por eso España les parece lo mejor del mundo”; “habéis robado todo el oro de América y ahora os quejáis de la inmigración”). Peor parados salen la policía y los políticos, y de ambos será víctima un iluso Juan Pablo Villalobos, el protagonista, y su ex novia Valentina. Aviso para navegantes: novela con una provocadora dosis de humor, hay que leerla con sentido del humor.
La enorme vitalidad del libro se refleja en su peculiar estructura, en la que se van alternando las aventuras y desventuras de Juan Pablo, las cartas que le escribe su madre pidiéndole que por favor se ponga en contacto con ella, las cartas de su primo que le llegan cuando está ya muerto y que están escritas, por así decirlo, desde la muerte, y el diario de Valentina. Progresivamente todos los personajes acaban por relacionarse los unos con los otros, dentro de una trama propia de la novela negra. Todos están marcados por algún rasgo, especialmente Juan Pablo, “el héroe somatizado” por la gastritis y la dermatitis, y su novia
Habla de Gràcia “sin ascensor”, de Sant Gervasi, “barrio de franquistas”, de Gaudí y sus “mariconadas”...
Laia Carbonell, con la boca medio torcida por culpa de los dientes. Todos usan y abusan de distintos comodines expresivos: boludo, pendejo, tío, cabrón, pinche y todas las variaciones de chingar (“un hijo de la chingada me quiso chingar, y si te llegó la carta es porque el muy hijo de puta me chingó”). Curiosamente, todos tienen estudios superiores, incluso el pakistaní Ahmed, vendedor de cervezas. Y, por supuesto Juan Pablo, estudioso de Ibargüengoitia, admirador de Sergio Pitol, Monsiváis y Monterroso, en fin, de los maestros del humor, y autor de la inacabada No voy a pedirle a nadie que me crea. Es decir, estamos asistiendo al desarrollo de una novela escrita, en clave paródica, dentro de la más pura tradición de la autoficción y de la metaliteratura y en la que, al desaparecer su protagonista, y a diferencia de lo que exige la trama de la novela negra, (“las historias necesitan un final”), desaparece el texto. Novela audazmente descabellada, porque “no hay peor enemigo de la verdad que la lógica narrativa ”.
Juan Pablo Villalobos No hay que perdirle a nadie que me crea ANAGRAMA. PREMIO HERRALDE DE NOVELA 2016. 280 PÁGINAS. 16,90 EUROS