La cara humana de los escritores
cultural, recoge en un libro sus entrevistas con grandes escritores, cuyo prólogo y algunas anécdotas reproducimos aquí. También destacamos el breviario de Paco Camarasa sobre el género policiaco, y otras aportaciones sobre la magia de leer Ochenta encuen
Unas antiguas dependencias de la policía de Nueva York acogen el dúplex que la escritora Toni Morrison llama modestamente “mi estudio”. La entrevista tuvo que prolongarse, unos meses después, en el cercano campus de Princeton, donde daba clases, por motivos estéticos: “¡No, no me hagan fotos ahora! –comentó–, espérense a la fiesta de fin de curso en la universidad, por favor, que me habré arreglado y puesto guapa”). Morrison es un ídolo en Estados Unidos, la gente la detiene por la calle, la abraza y le comenta sus inquietudesmáspersonales,comosilaconocierandetodalavida (“a mi marido ya no le hago tanta ilusión, ¿sabes?”). Philip Roth anda descalzo por su piso. Lo primero que destaca en él son sus luminosos calcetines verdes. En la mesa del salón, descansa un CD de Brahms –cuarteto de primavera, opus 51–, y por la puerta del balcón se ven los rascacielos neoyorquinos. “Hay poca cosa, guardo todos mis libros y objetos personales en mi casa de campo en Connecticut”, explica. La cocina es americana, y hay unas teteras en los fogones. En la pared, un gran plano de Newark –su ciudad– del año 1933, el de su nacimiento. Y, en los estantes, dos fotos: Roth cuando era soldado del ejército (“estuve un año”) y Roth de niño, abrazado a su padre, durante unas vacaciones de verano. El 7 de octubre de 2010, en la planta 46 de un rascacielos de Manhattan con unas vistas espléndidas de Central Park y el río Hudson, reinaba un gran ajetreo, provocado por la llamada de la Academia Sueca que comunicaba a su propietario que había ganado el premio Nobel de Literatura. Flora, la chica hondureña que venía a limpiar los jueves, se quejaba, con un resoplido: “Hoy no conseguiré salir a mi hora, con tanto revuelo”, malmirando de reojo a un cámara de televisión que recogía sus bártulos. “Parece ser que el universo entero ha descubierto dónde vivo. Esto halaga enormemente la vanidad”, confesaba Vargas Llosa. La casa en Milán de Eco alojaba gran parte de su biblioteca de 35.000 volúmenes, distribuida de modo aleatorio entre dos plantas. “Este es el estudio de los ensayos, alláenellavabotengoaloslógicosingleses”.Pero,¿puede orientarse en este caos? “¡¿Caos?!”, clama fingiendo indignación. “¡A ver, dígame el nombre de un filósofo!”. “Mmm... Hume”. Y Eco aparta una butaca giratoria y avanza enérgicamente hacia uno de los tres tabiques de estanterías de su despacho, para agarrar un grueso volumen que contiene la Investigación sobre el entendimiento humano del escocés. “¡Dígame otro!”. Y, así, van apareciendo Aristóteles, Aquino, Wittgenstein... A los pocos días de que le concedieran el premio Nobel, en octubre del 2007, llamamos al timbre de su piso de Londres sin previo aviso. De ahí que sea la única entrevistada en bata, con la casa tan desordenada, y nos haya hecho esperar a que acabaran las carreras de caballos en la tele. La conversación tuvo lugar en un sofá del comedor: “Estamos sentados en mi cama, joven. Ahora duermo aquí por las noches, tengo la cama de verdad en el piso de arriba pero hay que subir siete tramos de escalera para llegar a ella, y me duele tanto la espalda… No creo que pueda ni acudir a la ceremonia”. Y, en efecto, en diciembre, envió su discurso por correo a Estocolmo. En el piso barcelonés de Ana María Matute había una casa en construcción, de tres plantas, de esas con las que juegan los niños, al lado de la ventana, “para que entren los gnomos”. La acompañamos a la escuela Palma de Mallorca, en el distrito de Nou Barris, donde hizo reír a los alumnos a carcajadas, les habló de temas como su depresión y de la muleta que le regaló el rey Juan Carlos: “Es muy bonita, con lucecitas, amortiguadores y todo. Se la vi a él cuando el premio Cervantes, ‘los dos llevamos muleta –le dije–, pero la suya es espectacular’, y me la envió a casa. Pero sólo me la pongo para las grandes ocasiones porque pesa mucho y es incómoda de llevar”.