La gran aventura de la conversación
Aterrizar en el aeropuerto de Lagos y que, en la misma pista, te estén esperando dos guardaespaldas bien trajeados y armados con sendas pistolas, para hacerse cargo de tu seguridad, no se corresponde a la idea que uno tiene, en la facultad de Comunicación, de lo que va a ser el oficio de periodista literario. Mucho menos épico es llamar sin cita previa al timbre de Doris Lessing, una mañana lluviosa, en un barrio residencial de Londres, y que ella misma, al poco de haber ganado el Nobel de Literatura, te abra la puerta en bata y te invite a pasar a la cocina... Al evocar el contexto en que fueron hechas las entrevistas recogidas en La vuelta al mundo en 80
autores –el título que Libros de Vanguardia pondrá a la venta el día 14– se me aparecen en la memoria imágenes muy diversas: un pequeño coche en el que seis o siete personas apretadas como sardinas en lata intentábamos atravesar una inesperada tormenta de nieve en Islandia; otro recorrido en carretera por el norte de Suecia, esquivando literalmente los ciervos, con el padre de Stieg Larsson al volante; una madura Catherine Millet enseñando sus pechos al fotógrafo en un aula del Instituto Francés de Barcelona; Ana María Matute desayunando furtivamente un vaso de whisky en un bar de barrio regentado por chinos; Frédéric Beigbeder tumbado en un banco gaudiniano del paseo de Gràcia tras una noche de juerga…
Pero, de todas las anécdotas que uno explica a los amigos en las sobremesas, la más exitosa es la del día en que intenté que García Márquez me franqueara la puerta de su casa de México diciendo que le traía una maleta con los regalos de Navidad de una amiga. Esa amiga era la agente literaria Carmen Balcells, cómplice indispensable que me hizo portador desde Barcelona de 45 kilos de productos navideños. García Márquez era muy reacioaconcederentrevistas,ydehecho volé a Ciudad de México sin tener ninguna cita. “Debes alojarte en este hotel una semana y ellos se pondrán en contacto contigo”, me aseguró Balcells. Como en una película de espías, consumí, hecho un manojo de nervios, más de 30 horas encerrado en mi habitación, esperando la llamada, que al final se produjo. Una vez en su casa, la conversación se prolongó durante horas, con un anuncio al mundo: “He dejado de escribir”, titular del que se hicieron eco más tarde desde la CNN hasta Al Yazira.
Ha llovido mucho desde finales de los años ochenta, cuando empecé a entrevistar a escritores en revistas universitarias. La primera que publi-