Vidas románticas
Tras pista de los autores viajeros del XIX
Es como una bonita caja que al abrirla depara cuatro hermosas sorpresas. El responsable del objeto, un profesor de Estudios Biográficos de la Universidad de East Anglia –donde ejerció de enseñante W.G. Sebald– llamado Richard Holmes (Londres, 1945) que escribió este libro, Huellas, siguiendo físicamente e intelectualmente los pasos de cuatro grandes figuras del romanticismo biografiadas en relación a determinadas fases de sus vidas. Hablo de artistas de la carnadura de Robert Louis Stevenson, Mary Wollstonecraft, Percy Shelley y Gérard de Nerval. Es la consecuencia de seguir en cierto modo la metodología de Sebald, combinando en un mismo texto presente y pasado, el relato de viajes con el fruto de indagaciones académicas y la autobiografía con las biografías de personajes protagonistas y secundarios (a veces no está claro si se trata de personas reales o ficticias), las reflexiones filosóficas y los sueños con pequeños ensayos eruditos sobre la época o ciertos hechos que se sitúan por encima del tiempo. En una palabra: textos seductores, apasionantes, potentes, que embrujan como si brotasen de la brillante imaginación de un creador.
¿Recuerdan aquellos Momentos estelares de la humanidad, la obra perdurable de Stefan Zweig? Me pregunto si quizá el entonces muy joven Richard Holmes la tenía en mente en 1964, al tomar la decisión de seguir la estela de Robert Louis Stevenson por el abrupto macizo central de Francia, la zona de Las
‘Huellas’ tiene trazos de libro de viajes, biografía, investigación académica, ensayo y reflexión filosófica
El libro recuerda a la memorable obra de Stefan Zweig ‘Momentos estelares de la humanidad’
Cevenas, ruta que en 1878 fue el origen del libro Viajes con una burra (Edhasa) –la burra de Stevenson se llamaba Modestine– y por parte de Holmes supuso el intento de captar las esencias del espíritu bohemio de la época. El arranque es ya alentador, incluso por el detalle de revivir con periódicos matices irónicos una prosa de formalismo anticuado que, sin embargo, encajaba a la perfección con la atmósfera del trayecto que se proponía reactualizar. La segunda pieza se titula 1968.
Revoluciones, y en ella Holmes se vale de su compromiso con el estallido revolucionario del mayo parisiense para rescatar el período de la Revolución Francesa a través de la mirada y los vínculos de Mary Wollstonecraft, pionera del feminismo y madre de Mary Shelley, la
esposa del poeta Shelley –quien protagonizará el tercer capítulo
1972. Exilios junto a Byron y Claire Clairmont en Italia– y autora de memoria imperecedera por su monumento gótico: Frankenstein .La cuarta y última sección, 1976. Sueños, Holmes la dedica, una vez más deambulando por París, a perseguir con las imágenes de Nadar la sombra de Gérard de Nerval, símbolo del declive del espíritu romántico, el artista hostigado por la locura que a finales de enero de 1855 se colgó en un callejón abocado al Sena (La Vieille Lanterne), creo que hoy ya desaparecido.
Muy interesantes los pensamientos agolpados en el cerebro de Holmes, perturbado por la complejidad de Nerval que lo sitúa ante el cauto dilema de si fue el último poeta del
Romanticismo tardío o un pobre psicótico al que unos años más tarde habría podido salvar el psicoanálisis. Inevitablemente, al final de esos viajes con encanto por las vidas extravagantes de las cuatro figuras que el biógrafo aborda intentando situarse a su mismo nivel –no a la altura de Dios– el propio Holmes parece entrar en crisis de identidad literaria. ¿Es válido el sistema utilizado? Creo que sí, puesto que el libro es hermoso, interesante sin desfallecimientos y ameno como la mejor novela histórica escrita por quien busca algo perdido –no sabe qué– que está oculto en sus páginas.