Cuatro figuras en busca de su destino
El calvinista escocés, autor de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, tenía 27 años cuando en septiembre de 1878 inicia a pie, acompañado de la burra Modestine, su travesía desde las Tierras Altas hasta el sur atravesando una de las regiones más agrestes y elevadas de Francia. Lo singular es que cubrió la ruta hoy mítica (con experiencia monacal incluida) en solo doce días y gastó ochenta y cinco francos y diez sous.
Cuando se trasladó a París en noviembre de 1792 tenía 33 años y había ya publicado
Vivió intensamente como extranjera las diferentes fases revolucionarias. Ha sobrevivido la anécdota siguiente: una mañana, al cruzar la plaza de la Revolución, resbaló en la tierra húmeda y al caer advirtió que era sangre de las víctimas del día anterior. Gritó. Un ciudadano se la llevó porque llamaba la atención de unos soldados. Mary se marchó a toda prisa, indignada. Esa imagen de Mary quedó como símbolo de su relación con la fase álgida del terror. De todos modos el desarrollo revolucionario trajo a Mary una felicidad inesperada: la hija que nació en Le Havre-Marat el 14 de mayo de 1794, a la que llamó Fanny y, rompiendo la tradición burguesa, amamantó, mientras el abuso de la espada y la guillotina provocaba náuseas en la muy sensible escritora británica.
Shelley fue quizá el único poeta romántico que no consumió drogas ni alcohol y reivindicó la dieta natural y el ejercicio físico. Murió en un naufragio. También quiso crear una nueva forma de vida, un nuevo tipo de comunidad con su esposa Mary y su hermanastra Claire, y desde que llegó a Italia en 1818, con 36 años, nunca abandonó la vida nómada que se tradujo en una intensidad creativa (poemas, ensayos, cartas, traducciones) que nunca antes había experimentado. Algunos paisajes italianos, especialmente la belleza de Nápoles, le provocó hondas depresiones e imprimió complejidad a su poesía.
Para reflejar el declive del romanticismo francés encarnado por el inestable Gérard de Nerval, Holmes se preguntó si podría escribir un retrato “biográfico de grupo” utilizando la cámara prodigiosa de Paul Nadar como punto de apoyo. Pues bien, una frase de Nadar le dejó sin habla. Al referirse a Baudelaire y Gautier, Nadar dijo que comparado con ellos la “cara del pobre Gérard estaba marcada tanto por el recuerdo de los hospitales psiquiátricos como por la premonición de su trágica muerte”. Días después Nerval, saciado de placeres pero falto de amor, “se suicidó en la maldita calleja junto al Sena, la Rue de la Vieille Lanterne” . Con él se extinguía la huella ya tan debilitada de la época romántica europea, “esa quimera –escribe Holmes– que yo he perseguido medio conscientemente durante tanto tiempo”.
He aquí que “en parte es pura biografía, en parte libro de viajes, en parte autobiografía, sin olvidar una pizca de
O el legado del Hemingway de
Como se quiera, una estupenda lectura.