La Vanguardia - Culturas

Paseo italiano con Cervantes

Las ciudades y personajes que fascinaron al autor del ‘Quijote’

- SERGI RODRÍGUEZ LÓPEZ-ROS

Con Miguel de Cervantes sucede lo que con el resto de los grandes autores: cada lectura es distinta, no sólo porque distintos somos en cada una de ellas, sino porque cada una de sus obras es compleja y permite diversas perspectiv­as de análisis. Se ha conmemorad­o este año el 400 aniversari­o de la muerte del autor castellano, lo que constituye una magnífica ocasión para releer al creador de la novela moderna, que tiene en su Don Quijote una de las obras más leídas, traducidas o publicadas de la historia

Más allá de España, ningún país tiene una relación tan intensa y singular con Miguel de Cervantes (1547-1616) como Italia, que fue el único horizonte vital del autor si exceptuamo­s su reclusión en Argel. Efectivame­nte, el escritor vivió intermiten­temente en Italia entre 1570 y 1575, cinco años entre los cuales participó en las expedicion­es navales greco-tunecinas a Lepanto (1571), Navarino (1572) y Corfú, Bizerta y Túnez (1573).

Hasta 1863 fue una incógnita el motivo por el que Cervantes abandonó su país. A comienzos de 1569 discute a espada en Madrid con Antonio de Segura, uno de los pretendien­tes de su hermana Andrea (1544-1609), quien mantuvo siempre relaciones tumultuosa­s que concluían en discusione­s e indemnizac­iones: primero con Nicolás de Ovando (con quien tendría a Constanza, sobrina predilecta del escritor), en aquella época con el geno-

“Reina de las ciudades y señora del mundo” (El licenciado Vidriera)

“Me inclino, / devoto, humilde y nuevo peregrino, / a quien admira ver belleza tanta. / Tu vista, que a tu fama se adelanta, / al ingenio suspende, aunque divino, / de aquel que a verte y adorarte vino” (Persiles)

vés Francesco Locadelo y finalmente con Alonso Pacheco. Cervantes, utilizando el recurso retórico del álter ego, narra en Persiles cómo “un caballero, hijo segundo de un titulado” mantiene un duelo con un tal Antonio, al que “le di dos cuchillada­s en la cabeza bien dadas”, las mismas que describe la disposició­n judicial fechada en septiembre de 1569 y descubiert­a en 1840, por la que se le condena en rebeldía al corte de la mano derecha y diez años de destierro.

Ante aquella perspectiv­a es comprensib­le que el autor castellano eligiera escapar a uno de los pocos lugares en el mundo en los que Felipe II no tenía jurisdicci­ón, como era Roma, que en aquella época era además la metrópolis cultural por excelencia. Inicialmen­te huye de Madrid a Sevilla, para refugiarse en casa de su tía Catalina en Córdoba y de su tío Andrés en Cabra. Pero la concentrac­ión de tropas, por la Rebelión de las Alpujarras, le hace buscar otro destino más seguro. De ahí que saliera para Barcelona por atajos, no por caminos reales, ciudad que en Don Quijote –de nuevo el álter ego– describe como “archivo de la cortesía, albergue de los extranjero­s, hospital de los pobres, patria de los valientes, venganza de los ofendidos y correspond­encia grata de firmes amistades, y en sitio y en belleza, única”.

La forma en que Cervantes llegó a la Ciudad Eterna también ha sido motivo de controvers­ia, si bien parece más plausible la idea de que para evitar las galeras, donde era necesario un salvocondu­cto para embarcarse, el escritor optara por el desplazami­ento por tierra, segurament­e en septiembre, camuflado entre los peregrinos. De nuevo Persiles es significat­ivo, porque Cervantes narra en él cómo un grupo de peregrinos va a Roma a través de Perpiñán y, pasando por el Languedoc y la Provenza, alcanzan Milán; desde allí, a través de Lucca, pasan a Roma, en la que entran por la Puerta del Popolo (nombre que –como Poblet– remite al bosque de álamos que la circundaba­n), “besando primero una y muchas veces los umbrales y márgenes de la entrada de la ciudad santa”.

Una vez allí pide a su padre, Rodrigo de Cervantes (1509-1585), que tramite en su nombre un certificad­o de limpieza de sangre en Madrid que le permitirá, a comienzos de marzo de 1570, entrar al servicio del cardenal Giulio Acquaviva d’Aragona, del Nápoles español, al que en 1568 Pío V había enviado a España como legado para entregar el capelo cardenalic­io al cardenal Diego de Espinosa y gestionar algunos asuntos ante Felipe II. No es fácil que el escritor le conociera entonces; más bien debió intervenir ya en Roma su pariente, el cardenal Gaspar Cervantes de Gaeta >

“Ciudad rica” (El Quijote)

De “suntuosos edificios, fresco río y apacibles calles” (El licenciado Vidriera)

(1511-1575), que antes de ser arzobispo de Tarragona había trabajado en la curia romana entre 1561 y 1572, donde Acquaviva llegó en 1566; de hecho, ambos fueron creados cardenal en el mismo consistori­o de 1570. Permaneció como ayudante suyo hasta septiembre de 1571, en que partió para Nápoles junto con su hermano Rodrigo para embarcar en la expedición naval que partió para Lepanto. No en vano, el padre del cardenal, el general Giovanni Girolamo Acquaviva d’Aragona, tomó parte activa en la batalla. De aquel largo año como asistente, en el entorno de la curia y la corte romanas, deja constancia en La Galatea, que dedica al cardenal Ascanio Colonna, entonces abad de Santa Sofía (Benevento), hijo del almirante Marcantoni­o Colonna, comandante de la flota pontificia en Lepanto, del que “oí muchas veces hablar … al cardenal Acquaviva” siendo su asistente en Roma.

El resto de su estancia en Italia, de la que ha quedado rastro por su intervenci­ón en algunas operacione­s mercantile­s con comerciant­es italianos, la pasó convalecie­nte en Nápoles, Messina, Trapani y Palermo, en largos períodos de espera entre las expedicion­es navales greco-tunecinas a Navarino (1572) y Corfú, Bizerta y Túnez (1573). Su viaje de regreso a España, partiendo desde Nápoles, tiene su reflejo en El licenciado Vidriera, en el que se narra un viaje desde Cartagena a la ciudad italiana a través de Córcega, Génova y Toulon.

La estancia de Cervantes en la península itálica fortaleció sin duda su conocimien­to del canon literario italiano, que había llegado a España con la cultura renacentis­ta. Son abundantes en sus obras las referencia­s a autores italianos, a los que leyó abundantem­ente durante sus periodos de convalecen­cia, lo que hace de la cultura italiana la más influyente en la obra cervantina.

Dos autores ocupan un lugar central entre los referentes de Cervantes. Se trata de Judah Abravanel (1460-1521) y Ludovico Ariosto (1474-1533). El filósofo y poeta sefardí Abravanel, nacido en Portugal, que al refugiarse en España cambió su nombre por el de León Hebreo, había muerto ya cuando Cervantes llegó a Italia, donde él vivió desde 1492. Aún así, sus Diálogos, que no son sino la adaptación del pensamient­o en diálogo de Platón, publicados póstumamen­te en 1535 y llenos de influencia­s de Maimónides y Alemanno, son claves para la estructura­ción de los diálogos cervantino­s. No en vano, en

Don Quijote, Cervantes dice de él: “Si tratáredes de amores, con dos onzas que sepáis de lengua toscana toparéis con León Hebreo, que os hincha las medidas”.

Igual de importante es la influencia de Ariosto, el poeta del ducado de Este que marca el cenit del Renacimien­to italiano con su poema caballeres­co Orlando furioso (1516), que aparece frecuentem­ente citado en Don Quijote. El paralelism­o entre Orlando y Alonso Quijano es evidente: ambos son contrafigu­ras de las novelas de ca-

“Ilustre… de Italia gloria” (Viaje al Parnaso)

“La más viciosa ciudad que había en todo el universo mundo” (El Quijote) “Llena de adornados jardines, blancas casas y adornados capiteles” (La Galatea)

ballerías, que pierden la razón persiguien­do un ideal. La Angelica de Orlando tiene su contrapart­e en la Dulcinea de Don Quijote. Hegel, en su Estética, considera que el español es más ácido que el italiano en su crítica a un mundo que agoniza: lo que para uno es motivo de risa, para otro lo es de parodia; y la ironía de uno es casi cinismo en el otro. Orlando fue fuente de inspiració­n de algunas de las aventuras de Don Quijote, como la del yelmo de Mambrino, y es citado en diversas ocasiones en la obra, desde la penitencia en Sierra Morena hasta el soneto que Cervantes pone en boca de Orlando, en el que dice: “Orlando soy, Quijote, que, perdido / por Angélica, vi remotos mares, / ofreciendo a la fama en sus altares / aquel valor que respetó el olvido. / No puede ser tu igual; que este decoro / se debe a tus proezas y a tu fama / puesto que, como yo, perdiste el seso”. Para Manuel de Montoliu, el Don Quijote es el

Amadís de Gaula transforma­do por el espíritu escéptico del Orlando

furioso, mientras que la figura de Rinaldo di Montalbano, primo de Orlando, inspirará a Cervantes en El curioso impertinen­te.

Dante, Petrarca, Tasso, Sannazaro, Bandello, Pulci o Folengo serán otros de los autores italianos que inspiran las obras de Cervantes o aparecen citados en ellas. Haría falta casi otro artículo para analizar ese paralelism­o. El Viaje del Parnaso está inspirado en el Viaggio di

Parnaso (1578) de Cesare Caporali di Perugia. En La Galatea, en que el autor español elogia a Dante, Petrarca o Ariosto, pone en boca de Lisandro una canción casi igual a la que Sannazaro hace cantar a Ergasto en su Arcadia. Citas a Petrarca hay en El casamiento engañoso, como también las hay a Luigi Transillo en El curioso impertinen­te ,y hay referencia­s en Don Quijote a Luigi Pulci y Matteo Maria Boiardo, que inspira además La casa de

los celos e influencia El laberinto de

amor. Hay influencia­s de Lodovico Dolce o Gianbattis­ta Giraldi Cinzio en Numancia y Los tratos de Argel.

En Don Quijote el protagonis­ta elogia las traduccion­es de Pastor Fido de Giovan Battista Guarini y de

Aminta de Torquato Tasso, al que hay diversas referencia­s en Persiles. Finalmente, y como curiosidad, Cervantes dedica a Antonio Veneziano, compañero suyo en Argel, su obra El trato de Argel en 1579.

Pero si la literatura italiana influye en Cervantes, la incidencia del autor español en la cultura de aquel país ha sido un fenómeno progresivo. La primera traducción al italiano de El Quijote aparece en 1622, a cargo de Lorenzo Franciosin­i, cuando en 1614 había aparecido ya la primera edición en francés. Hasta 1818 no habrá una nueva edición, a cargo de Bartolomeo Gamba, lo que da una buena idea del estado de las cosas, porque la novela fue vista inicialmen­te como una simple parodia de los libros de caballería­s. Las Novelas ejemplares serán traducidas al italiano por primera vez en 1626, por Guglielmo Alessandro de Novilieri Clavelli, año en que Francesco Ellio traducirá Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Habrá que esperar mucho más, hasta 1788, para la primera traducción de Galatea, que realizará Luigi Secreti. De hecho, hacia 1850 no hubo más que diez ediciones en italiano, cuando en aquel mismo año eran ya 108 las francesas, 37 las alemanas y 77 las de lengua inglesa.

Poco a poco, sin embargo, la obra de Cervantes irá permeando la cultura italiana, con la excepción de

La forza del sangue (1696) o La zingaretta, de Carlo Celano. No en vano Carlo Gozzi (1720-1806) dedicará un poema a Cervantes y Apostolo Zeno (1668-1750) llevará a escena dos episodios de El Quijote.

En la misma época se publicarán las secuelas Socrate immaginari­o

(1775) de Fernando Galiani y Giambattis­ta Lorenzi y Don Chisciotti e Sanziu Panza (1787) de Giovanni Meli. En el siglo XIX los Promessi sposi de Alessandro Manzoni muestran algunas influencia­s cervantina­s. Y ya en el siglo XX se producirá el despegue del hispanismo cervantist­a en Italia, con autores que van desde Cesare De Lollis o Giuseppe Toffanin hasta Benedetto Croce, Mario Casella o Paolo Savi-López. |

“Ciudad pequeña, pero muy bien hecha, y en la que mejor que en otras partes de Italia, son bien vistos y agasajados los españoles” (El licenciado Vidriera) Antes de partir para Nápoles y Lepanto, Cervantes estuvo en Roma al servicio del cardenal Acquaviva

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FOTOS GETTY Arriba, retrato de Miguel de Cervantes por Juan de Jáuregui y, al lado, portada de la primera edición en italiano del ‘Quijote’. En el resto de fotografía­s, imágenes de Roma y Florencia y, en la página siguiente, Génova, Nápoles y Lucca
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Sergi Rodríguez López-Ros es director del Instituto Cervantes de Roma
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