Historias del bacalao
¿Era justa la mala fama de esta musica de baile?
Pocos fenómenos lúdico-culturales acabaron tan denostados y con tanta mala fama como la llamada ruta del bakalao, aquella concentración de discotecas y música de baile en Valencia y alrededores que durante unos quince años –entre 1980 y 1995– atrajo a miles y miles de seguidores a sus fiestas. Cierto es que corrió por allí bastante sustancia estupefaciente –las míticas mescalinas, sobre todo– y que el periplo de discoteca en discoteca podía, en sus momentos álgidos, prolongarse durante todo el fin de semana sin interrupción (si hacía falta, se cocinaba una paella en el parking de la discoteca, para que el cuerpo aguante). Pero no parece justo que la historia de aquellos días deba resumirse únicamente en sus aspectos más polémicos. Para muchos, hubo allí algo más que drogas y desenfreno. Y ahora, con un poco de la perspectiva que otorga el tiempo, el periodista barcelonés –y también disc-jockey– Luis Costa ha explorado esa historia y la cuenta en las páginas de ¡Bacalao!
Algo que intentan desmentir la mayoría de los protagonistas de aquellos días que han narrado su versión de los hechos para el libro –discjockeys, promotores de conciertos, directores de discotecas...– es que aquella movida valenciana fuera únicamente una fiesta maquinera, es decir, de esa música que prioriza el ritmo de chunda-chunda, muchos beats por minuto (bpms), mucho volumen y poca sustancia musical. Por contra, reivindican un fenómeno abierto de miras (de oídos) y en el que se daban cita desde las corrientes más comerciales a las más vanguardistas del momento: del pop guitarrero al punk, siniestros, nuevos románticos, electrónica... Un cóctel de modernidad musical importada por un puñado de fanáticos de espíritu emprendedor (eso ahora tan de moda) que difundían su credo desde las cabinas de los disc-jockeys (prehistóricas, comparadas con las de hoy en día), tiendas de discos y programas de radio. Así, en aquellas salas de baile, de Barraca a Chocolate o Spook (por citar al trío más emblemático de sus inicios) podían convertirse en hit canciones de un grupo vanguardista como The Residents (Kaw-Liga )o sonar temas a priori tan poco discotequeros como el pop melódico de
Tinseltown in the rain, de los Blue Nile, o incluso el piano minimalista de Wim Mertens con Maximazing the audience.
Ese empuje de unas cuantas personas encontró respuesta en miles de jóvenes con ganas de fiesta en un momento histórico –posfranquismo, primeros años de la democracia– en el que las ansias de libertad y la permisividad se conjugaron para hacerlo posible. Como todo fenómeno, el
bacalao es hijo de su tiempo: tan definitivos fueron seguramente los inputs musicales que llegaban del exterior como la falta de normativa sobre horarios de cierre de los locales nocturnos o la ausencia de legislación sobre las drogas sintéticas. Y es hijo también de un lugar específico. A favor de Valencia jugó seguramente el estar fuera de los focos que iluminaban todo cuanto se cocía en Madrid o Barcelona. Y precisamente cuando el fenómeno empezó a llamar la atención de los focos –los medios– empezó a gestarse el final de la historia. Si los años ochenta vieron el apogeo, en los noventa, una deriva musical ahorasímás maquinera, la llegada del éxtasis y las ambiciones económicas de algunos, derivaron en presión policial y mediática sobre horarios y consumo de drogas; y se inició el declive.
De algún modo, la expresión “morir de éxito” es perfectamente aplicable. De éxito y tal vez de precocidad,
En años de incipiente democracia, se citaron en unas pocas discotecas ansias de libertad y permisividad Hace no menos de veinte años la llamada ruta del bakalao, por las pistas de baile valencianas, dio mucho que hablar. Un libro recoge ahora su historia dando voz a algunos de sus protagonistas
adelantándose a fenómenos posteriores como la fiebre acid house ibicenca o el Madchester sound. Ciertamente, la movida valenciana, con bakalao o sin él, fue algo mucho más underground que otros fenómenos similares y/o coetáneos. Y en su propia esencia estuvo también su fecha de caducidad.
Luis Costa ofrece en su libro una crónica bastante pormenorizada de todo ello y, cediendo la voz a los protagonistas, evita juicios y valoraciones. Del conjunto emerge una historia necesaria (apenas hay bibliografía sobre el tema) y los retratos de unos personajes entre los que hubo también episodios de celos en una época en la que los disc-jockeys no eran todavía las estrellas en las que hoy se han convertido. A su favor, en cualquier caso, no mostrarse excesivamente nostálgicos de aquellos años deba ka la o. O bacalao .|