El tiempo es un bucle
Se cierra un año más, entre satisfacciones y problemas, alegrías y promesas de mejora, y también nuevas evidencias de que el mundo es para muchos un lugar cruel e inseguro. Se cierra un año y con la medianoche vuelve, intensa, la constatación del paso del tiempo. En su libro El mito del eterno
retorno, el gran historiador Mircea Eliade enfrentaba dos concepciones clásicas. La del tiempo cíclico, propio de las sociedades arcaicas, cree en el eterno retorno: todo vuelve año tras año y todo es repetición. La del tiempo lineal apunta a un sentido continuista, el tiempo va hacia delante en busca de una culminación histórica; es la visión del cristianismo, que la impuso universalmente, de los intelectuales de la Ilustración y de los revolucionarios de los siglos XIX y XX.
El tiempo lineal domina hoy nuestra vida política, cada vez más a la espera de una revelación o un acontecimiento emancipatorio que nos libere de las pequeñeces de la cotidianidad pactista. La utopía vuelve a apoderarse del presente y eso, en terminos políticos, siempre resulta un poco inquietante, porque las utopías no suelen acabar bien. En términos culturales, en cambio, el tiempo cíclico había ido quedando apartado, carne de caricaturas: la más famosa y cíclicamente citada, la película El día de la marmota, con Bill Murray y Andie MacDowell condenados a tontear y perderse un día tras otro hasta la eternidad.
Pero ese tiempo de repetición ha reaparecido misteriosamente en varios de los mejores filmes de ciencia ficción recientes, ese laboratorio donde proyectamos todas nuestras ansiedades. Tanto en
Interstellar como en La llegada los protagonistas buscan en el futuro la solución al enigma de nuestra vida en el cosmos, y esa solución se halla... en el pasado, que la proyecta al futuro, que la proyecta al pasado, y vuelta a empezar.
¡Feliz año 2017, lectores del suplemento Cultura/s!