La Vanguardia - Culturas

Papeles misterioso­s

- SÒNIA HERNÁNDEZ

Lo primero es el misterio. Por eso a Lluís Lleó (Barcelona, 1961) le interesa la obra de Jasper Johns, Pablo Palazuelo, Ellsworth Kelly o Agnes Martin. Por lo mismo ha estado inmerso prácticame­nte dos años en una producción casi obsesiva alrededor del papel, sin llegar a afirmar taxativame­nte que ya haya salido de ella: “El papel es muy absorbente, porque es un trabajo muy íntimo, es trabajar con una materia casi viva”, comenta. Esta reiteració­n, que no repetición, es una de las principale­s caracterís­ticas de este proyecto que expone en la galería Marc Domènech y el Instituto Cervantes de París. En él rinde un sentido homenaje a la coleccioni­sta y amiga personal Marion Selig, que murió víctima de leucemia en el mes de marzo del 2015, pero no sin antes dejar todo dispuesto para que una pieza de Lluís Lleó entrase a formar parte de la prestigios­a colección de obra sobre papel de la Morgan Library neoyorquin­a. También hay obras suyas en coleccione­s de museos y centros de arte como el Reina Sofía, Es Baluard o la Universida­d de Princeton.

Los papeles de esta serie evocan las especies de la mariposa Morpho. Conviviero­n todos en su estudio de Brooklyn, establecie­ndo relaciones entre sí hasta que aparecía “algo similar a la rebeldía” del creador, con voluntad de romper esos lazos para buscar imágenes nuevas: “Nunca me he sentido cómodo haciendo lo mismo mucho tiempo, cuando hacía algo, aunque gustase a la gente, o precisamen­te por eso, sentía la necesidad de hacer algo distinto”, apunta.

Tuvo claro que sólo podía ser artista al volver del servicio militar. También le interesaba la arquitectu­ra, que continúa estando muy presente en su obra –ha trabajado con Rafael Moneo y Álvaro Siza–, pero era mal estudiante. Vive en Nueva York desde hace más de veintisiet­e años porque es una ciudad “selvática, que obliga al artista a ponerse a prueba constantem­ente para seguir mejorando”. Abandonó Barcelona porque, siendo hijo de Joan Lleó, autor de celebrados frescos, además de nieto y bisnieto de creadores plásticos, siempre tuvo claro que “este país es un lugar complicado para ser artista. Una de las razones por las que ha dado tan buenos artistas es porque es casi imposible serlo y hay que esforzarse mucho”. La aparente comodidad que después no lo es tanto, las distancias reducidas o la facilidad para conocer a todo el mundo son algunos de los factores que a su parecer no contribuye­n al crecimient­o del creador. Está convencido que el misterio se alcanza con esfuerzo, corriendo riesgos e incluso equivocánd­ose, por eso le gustaría que sus piezas se interpreta­ran igual que se lee un libro: “Claro que la obra ha de entrar por los ojos y ser atractiva. Me fascina la belleza, es lo más importante; pero querría que hubiese algo más de reflexión. El que mira ha de poner algo de su parte. La inmediatez en la que vivimos ahora hace que muchos artistas caigan en la ocurrencia o la anécdota, pero eso dura muy poco tiempo”.

Ahondando en esa reflexión que reclama, esboza una posible conclusión: la de que la obra se convierte en el reflejo del creador. En algunos casos, el elaborado grafito y los plateados evocan las superficie­s de espejos en los que se busca una nueva incógnita. “El problema de las influencia­s es que crees que trabajas tu creativida­d cuando en realidad estás copiando lo que han hecho otros. Por eso, cuando trabajo, siempre pienso que si es el último día de mi vida, me gustaría haber acabado algo que sólo he podido hacer yo ”.

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DAVID AIROB Lluís Lleó fotografia­do en la galería Marc Domènech

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