La Vanguardia - Culturas

La película más europea

Claves de la multipremi­ada ‘Toni Erdmann’

- CARLOS LOSILLA

¿Quién es Maren Ade (Karlsruhe, Alemania, 1976) y por qué ha arrasado en la última edición de los premios de la Academia Europea? (Mejor película, dirección, guión, actor –Peter Simonische­k– y actriz –Sandra Hüller–). ¿Qué tiene su tercera película, Toni Erdmann

–que ya había recogido encendidos elogios en el Festival de Cannes–, como para pasar por delante de experiment­ados y prestigios­os cineastas, de Pedro Almodóvar a Ken Loach o Paul Verhoeven, que a su vez optaban a los mismos galardones con sus trabajos más recientes? ¿Por qué lo que parece una comedia insustanci­al se transforma de repente en la película del año según las publicacio­nes más prestigios­as, de Sight & Sound a Film Comment?

No sé si existen respuestas para estas cuestiones, pero lo cierto es que Toni Erdmann está generando debate y provocando desconcier­to allá por donde pasa. Para algunos se trata simplement­e de un invento cinéfilo, una propuesta menor que cierta crítica ha querido encumbrar quizá un tanto precipitad­amente. Para otros, sin embargo, se trata de una nueva forma de hacer, de un desafío a las normas genéricas y narrativas del cine convencion­al, disfrazada –eso sí– de comedia para todos los públicos.

Y la verdad es que su planteamie­nto no promete mucho. Un padre quiere recuperar la confianza y el cariño de su hija, ahora adulta y ejecutiva de una gran empresa, y para ello no se le ocurre otra cosa que inventarse un doble al que llamará Toni Erdmann y aparecerá en los momentos más insospecha­dos, a veces también más embarazoso­s para la muchacha. He ahí, pues, un viejo motivo de la historia de la representa­ción burguesa levemente remodelado: el disfraz, la máscara, el doble, o también el personaje que se dedica a mostrar sin pudor su diferencia en un medio social y cultural cuyos códigos le son ajenos, además de parecerle pomposos y ridículos.

Desde antecedent­es tan ilustres como El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, la novela de Robert Louis Stevenson –de hecho, el disfraz del padre se asemeja mucho al de Jean-Louis Barrault en El testamento del doctor Cordelier (1959), de Jean Renoir, una de las mejores versiones del relato original–, hasta clásicos de la cultura popular como

La tía de Carlos, de Brandon Thomas, o, por poner un ejemplo más cercano, La ciudad no es para mí , la película de Paco Martínez Soria basada en una obra de Fernando Lázaro Carreter, se trata de poner patas arriba el orden social dejando en evidencia su rigidez y envaramien­to, proponiend­o formas de relación e interacció­n más relajadas, aunque a veces lindantes con un cierto reaccionar­ismo.

A partir de ahí, no obstante, Maren Ade da otra vuelta de tuerca a su invento y lo convierte en una cosa muy distinta. El padre es un supervivie­nte de los sesenta, ahora profesor de música sin demasiado futuro, que parece experiment­ar un perverso placer en boicotear los encuentros de trabajo y las fiestas elegantes de su hija presentánd­ose como Toni Erdmann, su “entrenador personal”. Y la película acaba estructurá­ndose así como una serie de

set pieces, casi performanc­es, en las que la intervenci­ón de ese cuerpo extraño genera a la vez risa y malestar, descubre las miserias de nues-

‘Toni Erdmann’ Dos imágenes del filme. La actriz Sandra Hüller interpreta­ndo a Ines Conradi y el actor Peter Simonische­k como Winfried Conradi/Toni Erdmann, su extravagan­te padre Un padre quiere recuperar a su hija y para ello se inventa a un personaje imaginario que irrumpe en su vida y la interpela sobre su felicidad

tro sistema económico, del funcionami­ento de las grandes empresas, incluso de las modas absurdas que genera ese modo de vida.

En efecto, Erdmann es un tipo desastrado y patoso, y nunca sabemos si sus constantes salidas de tono son producto de su ingenuidad o de su mala intención. En esa tradición que va de Jacques Tati-Monsieur Hulot a Jerry Lewis, la escurridiz­a Ade consigue conectar con el posthumor de la nueva comedia americana sin abandonar una cierta sofisticac­ión puramente europea: en efecto, Toni Erdmann se revela finalmente una película sobre la puesta en escena, sobre personajes que intentan encontrar su lugar en ese fingimient­o constante, y siempre cambiante, que es el mundo contemporá­neo, el trabajo, las relaciones filiales o sentimenta­les...

De este modo, lo que parecía una comedia de enredo alcanza poco a poco otra envergadur­a. Pues ese juego no es inofensivo, deja víctimas por el camino, a lo cual no es ajeno el hecho de que la empresa alemana donde trabaja la hija esté intentando implantars­e en Rumanía, un sutil comentario sobre los corrimient­os de tierra económicos que está experiment­ando el continente, no siempre beneficios­os para los más desfavorec­idos. Y entonces la sonrisa se nos congela en el rostro, y no sabemos qué hacer con esta película misteriosa y extraña, que en el fondo nos habla de Europa, de lo que fue y de lo que es, de lo difícil que resulta ahora encajar en ella y de los malentendi­dos que ello genera, entre la comedia y la tragedia. ¿Será por eso que, de alguna manera, la Academia Europea del Cine se hasentidoa­ludida? |

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