La puerta del cielo
La Filmoteca de Catalunya recuperó hace unos días el “montaje del director” de La puerta del cielo, en homenaje a Michael Cimino, quien falleció el pasado julio. Casi cuatro horas dura la versión que su autor dio por buena de este semiwestern estrenado en 1980, al que se atribuye marcar un fin de época con su estrepitoso fracaso económico. Tras el cual, según se dice, los estudios de Hollywood no volvieron a dedicar grandes presupuestos a películas serias y artísticamente ambiciosas, que habrían quedado confinadas a la órbita independiente. Una teoría, claro, con bastantes excepciones.
Acudí a la Filmoteca como en peregrinación porque considero
El cazador, la obra precedente de Cimino, una de las cuatro o cinco mejores de la historia del cine; en su día me había perdido La puerta
del cielo (en la versión muy recortada que se estrenó) y quería recuperarla en pantalla grande. Como ya podía intuir, esta plasmación del choque entre ganaderos y emigrantes en el Wyoming de 1890 resulta fascinante en suntuosidad visual, cuidada ambientación, potencia épica y delicadeza de sus escenas intimistas. Pero significativamente todo lo que en
El cazador resultaba perfecto aquí se descompensa: el estallido de la violencia, que con la guerra de Vietnam no necesitaba explicación, ahora resulta confuso; la escena de baile que marcaba la ritualidad comunitaria se duplica esta vez perdiendo eficacia. El triángulo amoroso tan emotivo entre De Niro/Meryl Streep/Walken resulta poco verosímil entre Kristofferson/Isabelle Huppert/ Walken. El recurso a la elipsis típico de Cimino provoca que algún personaje, como el de John Hurt, no se entienda. Pero así y todo, qué orgullo para sus actores y técnicos el poder poner en su currículums que participaron en
La puerta del cielo, el film que marcó, quizás para mal, pero sin duda con grandeza, una época.