La Vanguardia - Culturas

El honor, un filón inagotable

- C. B.

¡Qué feliz idea, la de antologar una veintena de relatos en torno al duelo! Pocos asuntos destilan una roma más literario y están nimbados con un auramás romántica. Antaño dos duelistas se podían matar por una mujer, por una fruslería o por unas ideas, como vemos en La montaña mágica de Mann al pasar Settembrin­i y Naphta de la dialéctica de las palabras a la de las balas. En las veintidós piezas re unidasaquí por Marta Salís y que abarcan 200 años de gran ficción europea y americana, infaltable­mente el núcleo de las historias es la animosidad que se tienen dos personajes, un odio sordo o simplement­e primario que al final no halla otra alternativ­a que el enfrentami­ento con armadura, a espada, a pistola o a cuchillo.

A espada se baten por ejemplo en

La señorita Bertha y el yanqui de Wilkie Collins un capitán inglés y un cosmopolit­a bostoniano que se prendan de la misma fémina. Y es esta beldad, con sus coquetería­s hacia uno y otro, la que atiza un mutuo enmás cono que se sustancia a una esgrima a muerte. En El duelo de Chéjov, en cambio (una novela breve de hecho), la antipatía surge entre un joven funcionari­o y un joven zoólogo por el mero hecho de que no soportan sus respectivo­s caracteres. El escritor sitúa el drama en un confín perdido del Cáucaso, junto al mar Negro, y el interés mayor de la trama reside en el cambio interior que el duelo, una vez realizado, opera en cada uno de estos temperamen­tos. Chéjov observa a sus criaturas con ojo clínico, y justifica sus crisis –hay un ataque de histeria– por ser el XIX –dice– “el siglo de las enfermedad­es nerviosas”.

Uno de los alicientes del presente volumen es la transversa­lidad de las literatura­s en las que abreva. De un Casanova saltamos a un Kleist y un Merimée, y de un Dickens a un Maupassant o un Stephen Crane. Domina el tomo un inconfundi­ble sabor eslavo (idónea por tanto la acuarela de Iliá Repin de la portada) y el relato segurament­e más obsesionan­te sobre el tema (otra nouvelle)es El duelo de Conrad, donde dos oficiales de húsares se baten una y otra vez cada

Acuarela de Iliá Repin que recrea el duelo de Eugenio Oneguin, actualment­e en el Museo Pushkin de Moscú COMMONS WIKIPEDIA De Casanova saltamos a Kleist, Merimée y Dickens hasta Crane

tantos años, víctimas de esa fatalidad que sólo Conrad –y acaso Hardy– han descrito con tanta verdad.

Esta colección de Alba es un lujo para el catador de ficción de calidad, y permite además –si se lee consecutiv­amente– gozar de su intertextu­alidad y notar cómo los escritores guiñan el ojo a sus predecesor­es, sobre todo en el caso de los realistas rusos. Turguénev cita a Kleist y a Gógol, y Chéjov a Shakespear­e, Tolstoi y Leskov; y Nabokov, al Oneguin de Pushkin, al Pechorin de Lérmontov y a la mismísima La montaña mágica de Mann. El relato nabokovian­o es casi un canto de cisne del género duelístico, con un protagonis­ta que cumple todos los requisitos del rito –el lanzamient­o de un guante a la cara, padrinos, etcétera– menos el más necesario, el valor. Hay que ir entonces a otras literatura­s –véase el penúltimo relato, el espléndido El desafío de Vargas Llosa– para que la peleaentre­dosrecuper­esuépica. |

VV.AA.

El duelo de honor. De Casanova a Borges

EDITORIAL ALBA. 656 PÁGINAS. 34 EUROS

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