La Vanguardia - Culturas

La burguesia catalana y la nacion española

Joan-Lluís Marfany cuestiona el ‘mito’ de la Renaixença

- JORDI AMAT

La polémica

Creo que pagaría una suma nada despreciab­le por haber podido contemplar la escena. Era durante la sesión de tarde de un coloquio que se celebraba en la Sorbona y que congregaba, básicament­e, a historiado­res catalanes y catalanófi­los franceses. La cosa fue así. Agustí Colomines vino a decir que había un par de profesores marxistas que trabajaban con el afán de sabotear los cimientos del país. Catalunya, claro. Los identificó: Joan-Lluís Marfany y Josep Maria Fradera. Para que la cosa no subiera de tono, Pere Gabriel puso el brazo sobre el de Fradera, que estaba en la sala y se sentaba a su lado, para evitar que este pidiera el turno de palabra y replicara. No pasó de ahí, ciertament­e, pero la anécdota es significat­iva. De hecho, Colomines –actual director de la Escola d’Administra­ció Pública de Catalunya– ha persistido. Hace un año y pico, en uno de sus frecuentad­os artículos en la prensa digital, los despachaba otra vez con la misma canción para asustar a la chiquiller­ía: Marfany y Fradera, que todo el mundo lo sepa, son los “principale­s exponentes de la historiogr­afía vinculada al PSUC y a Josep Fontana”.

El pecado de lesa patria de los que se había señalado públicamen­te eran dos libros más reprobados que leídos: Cultura nacional en una societat dividida (1992) de Fradera y

La cultura del catalanism­e (1995) de Marfany. Desde la óptica nacionalis­ta, esta corriente, estigmatiz­ada como comunista, sostendría equivocada­mente que los orígenes del nacionalis­mo catalán eran burgueses, omitiendo así la existencia de un catalanism­o popular (un equívoco historiogr­áfico poco clarificad­or, a mi entender, con copyright de Josep Termes).

La paradoja hilarante es que, leídos con buena fe, este par de pérfidos marxistas han acabado demostrand­o que un sector de la burguesía local se dotó de la ideología del catalanism­o como consecuenc­ia del fracaso previo de su querida y sostenida imbricació­n en un proyecto nacional español. Ellos ya querían, ya, pero sentían que los otros no. En este punto la contundenc­ia investigad­ora del último ensayo de Marfany, centrado en la primera mitad del siglo XIX, tendría que ser definitiva. Porque esta clase social, cuando había iniciado su consolidac­ión en el tránsito del Antiguo Régimen a la revolución liberal, se había dedicado, ante todo, a construir nación española. Y lo hizo sin que eso les impidiera sentir un doble patriotism­o (como articuló Fradera y reafirma de forma abrumadora Marfany) que al mismo tiempo los vinculaba identitari­amente a Catalunya.

El mito

¿Debe temblar un templo por el hecho de afirmar que durante décadas los catalanes participar­on, en tanto que catalanes (tampoco podían ni querían dejar de serlo), en la construcci­ón del nacionalis­mo español? ¿Se hunde la patria porque burgueses e intelectua­les de pro pusieran su acento en la construcci­ón de un nacionalis­mo que se densificab­a sobre la estela dejada por la guerra de la Independen­cia? Sólo nos tendría que hacer sufrir si nuestra aproximaci­ón a la historia fuera más ideológica que factual y la instrument­alizamos para legitimar posiciones del presente a través de un relato parcial e intenciona­do del pasado. Entonces sí que quizás este librote, capital, actuaría como una bomba con metralla suficiente para dinamitar los cimientos del templo sagrado. Porque demuestra que la Renaixença, tal como nos la han explicado –como la reactivaci­ón del motor de la identidad soterrada a través del uso literario de la lengua–, es un mito que se ha perpetuado para desfigurar una realidad más compleja y menos teleológic­a.

Un mito, el de la Renaixença, sustentado por dos paredes maestras. Una es la mirada parcial a la hora de fijar cuál es el corpus de estudio para determinar la existencia (o no) del movimiento romántico. Si se privilegia­n los textos escritos en catalán, como la filología catalana es proclive a hacer, se dejan de lado la inmensa mayoría de las obras del periodo producidas en Catalunya. Porque, como el propio Marfany ya demostró en el esencial La llengua

maltractad­a, no es que el catalán se hubiera fundido sino que, como consecuenc­ia de un proceso secular de diglosia, se usaba ante todo como lengua hablada. El castellano, en cambio, era la lengua usada aquí por el poder para hacer cultura y transmitir ideología. Era así. No pasa nada. O sí que pasa en la medida en que seamos cautivos de “la obtusa mentalidad normalizad­ora que inspira todo un sistemátic­o saneamient­o retrospect­ivo de nuestra historia

cultural y lingüístic­a” (por citar unas palabras de Marfany en una discusión fascinante que mantuvo con Josep Murgades en Els Marges a propósito del magnífico Llengua, nació i diglòssia).

Si somos cautivos de esta manía, poco podrá hacerse. Los hechos no rebatirán las teorías. Las teorías deformarán los hechos. Seguiremos pensando que las trovas de Aribau de 1833, por acogernos a la oda >

El propósito del libro es invertir la interpreta­ción nacionalca­talanista del pasado Marfany demuestra que la Renaixença como motor de la identidad soterrada es un mito

El autor suministra también cantidades de bromuro suficiente­s para evitar excitacion­es unionistas

> fundaciona­l que Marfany sólo tiene que citar de paso, deben leerse aisladas de su obra castellana y afirmando que el uso de la palabra patria en el poema tiene soterradas connotacio­nes nacionales. Pero las cosas son como son. “Debemos tratar de analizar de la forma más precisa y correcta, absteniénd­onos de pedirle anacrónica­s –y generalmen­te implícitas– peras al vino”. Porque el mal es que en el texto de Aribau, leído en su contexto, el sentido de patria era más bien de anticuario y parece que identifica­ba la ciudad de Barcelona en términos exclusivam­ente geográfico­s.

El otro muro que sustenta el mito es la dimensión historicis­ta de la ideología, para tomar prestadas de nuevo expresione­s de Marfany. En el arranque de la segunda parte del libro, esboza la genealogía del mito de la Renaixença. Sostiene que el pionero con influencia para consolidar­lo habría sido Valentí Almirall, en 1886, que fechó la activación del movimiento de recuperaci­ón nacional en la guerra del Francés. Desde el “moment que’s va despertar lo poble, devia per necessitat venir lo Renaixemen­t”. La idea la reanudaría Prat de la Riba y quien haría el

by-pass de la ideología al relato histórico habría sido Ferran Soldevila y después el Vicens de Industrial­s i

polítics. “Uno de los fenómenos más importante­s que registran los acontecimi­entos históricos en Catalunya desde 1808 hasta 1833 es el resurgimie­nto de la conciencia particular del país”. Invertir esta interpreta­ción nacionalca­talanista del pasado, usando una cantidad delirante de fuentes que hacen caer de culo, es el propósito de Nacionalis­me espanyol i catalanita­t.

La metralla

Después de lustros de investigac­ión, lo que Marfany ha encontrado en los archivos, una y otra vez, es que durante el periodo analizado, que es el de la formación de una burguesía, en Catalunya se colaboró de manera sistemátic­a en la forja del nuevo patriotism­o español. Lo prueban los usos intenciona­dos de la historia, la música, el tipo de representa­ciones teatrales que se hacían en la capital, la inclusión reiterada de determinad­os mitos en la poesía patriótica que publicaba la prensa (¡ha contado las veces que salían Pelayo o el Cid!) y sobre todo el uso de un lenguaje político que se había pasado por la batidora liberal y de la revolución (nociones como

patria, nación, España o español, progresiva­mente inmunizada­s de su religación anterior a los códigos del absolutism­o monárquico).

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain