Un académico puro
“No sólo se tambalea el montaje de lo que ya ha sido consolidado, sino que no somos capaces de cultivar aquello que represente el más tenue síntoma de renovación”. Era el diagnóstico alarmado sobre la cultura catalana que Montserrat Roig formulaba al acabar los prodigiosos sesenta. “Las capas decisorias”, afirmaba, parecían mostrar un cierto rechazo hacia los jóvenes. Lo formuló en un reportaje publicado en 1970 en la catedral que era Serra d’Or. Los casos utilizados eran los de Ovidi Montllor, Josep Maria Benet i Jornet y Joan-Lluís Marfany. Habló con los tres. El cantautor tenía 27 años, el dramaturgo 29 y el historiador de la literatura 26. Las fotos del reportaje son, claro, de Pilar Aymerich. A Marfany –gafas de pasta, cigarrillo en la boca, camisa de manga corta– la sesión se la hicieron en una estación y la serie transpira tufo de posguerra industrial. Ya hablaba como el maestro, Joaquim Molas. Con la desgana decepcionada y sabia de quien se receta desesperanza sobre la proyección social del oficio. “Todos juntos, jóvenes y viejos, estamos igual de jodidos. Vivimos el mismo problema: la menopausia histórica de los intelectuales. Los intelectuales, como tales, no tenemos nada que hacer, ningún papel de verdad, en el mundo en que vivimos”.
Veintiséis años, insisto, pero ya había hecho camino en las principales plataformas del catalanismo progresista. En Serra d’Or y en Edicions 62. Como mínimo desde los veinte formaba parte de los comentaristas de la sección teatral de la revista que comandaba Jordi Carbonell. Podía hablar de Ionesco o Brecht. Pero me interesa subrayar el comentario con el que arrancaba su crítica de los tres sainetes del XIX que la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual había estrenado. “Por causas que sería muy largo de explicar, nuestra historia literaria es vista todavía, en 1967, según los esquemas interpretativos elaborados cien años atrás por la crítica romántica”. La voluntad de repensar esta historia ha sido el proyecto que Marfany ha desarrollado a lo largo de su extensa trayectoria.
El veneno no se lo insuflaron en desmadre que era la universidad, como le gustaba repetir a su amigo Benet i Jornet. Le habían fascinado las clases de Antoni Vilanova, como ya esperaba después de haberlo leído en Destino. Pero fue otro maestro, que aún no daba clases en la universidad, quien le marcó el camino: Joaquim Molas. Primera mitad de los sixties. Siguiendo una tradición iniciada por Ferran Soldevila, Molas acababa de pasar dos años como profesor de estudios hispánicos en Liverpool. Entre 1959 y 1961. Lo había precedido Jordi Nadal y lo sustituyó Joaquim Marco. Molas volvió de Inglaterra con la convicción de que la historia de la literatura catalana tenía que adecuarse a los estándares de las otras literaturas nacionales y que el texto se tenía que considerar en su dimensión social. Esta es la lección, exigente, que profesaría en los semiclandestinos Estudis Universitaris Catalans, donde sustituyó a Jordi Rubió. Los alumnos que asistían a sus clases, en la oscuridad de un piso de la Gran Via, se podían contar con los dedos. Uno de ellos fue Marfany.
Sabio precoz como su condiscípulo
Jaume Torras, formó parte de los primeros equipos de trabajo de Molas. El replanteamiento de la disciplina se vehiculaba, en parte, a través de 62. Marfany editó clásicos y modernos. En 1967 se licenció con la tesina Modernismo y sociedad dirigida por el catedrático Antoni Comas. Naturalmente colaboraría en la canónica Història de Riquer/Comas/ Molas publicada en Ariel. Estaba en los seminario s que organizaba RamonG ar rabo u–asistían N ad al, Fontana, E mil iG ir alto ErnestLlu ch–y estuvo en la redacción de Enciclopèdia Catalana. Harto de hacer de peón editorial, decidió cambiar de aires. Gracias a Molas, se marcha a Liverpool. Se casa. Se queda allí.
Conversando con Roig, sólo destacaba a dos autores de su tiempo: Pere Quart y Joan Fuster. “Es uno de los tipos más lúcidos de la fauna intelectual de todo el mundo ”. Su prosa, extraordinaria, es nítidamente deudora del Montaigne de Sueca. Por eso es tan valiosa su reseña de Literatura catalana contemporània de Fuster. La crítica del primer libro de Curial se publicó en el número fundacional de la revista Els Marges. “Sus páginas contienen algunas de las ideas más lúcidas, estimulantes e innovadoras que se han formulado jamás sobre la historia de la literatura catalana”. Al mismo tiempo no dejaba de señalar que esas ideas quedaban encorsetadas: Fuster no rompía el paradigma tradicional. Él lo intentaría. Estudiar para cambiar el paradigma. El primer fruto es un clásico: Aspec te sdelModern is me .1975. Ensayo innovador, en Curial y premio Serra d’Or. Todo parecía quedar en casa.
Pero Marfany no quiso encerrarse en el modernismo. El cambio fue noticia en las páginas de este diario. Verano del 90. Investigaría los orígenes del nacionalismo. Cuando en 1995 Empúries publicó La cultura
del catalanisme, la alarma de la ortodoxia empezó a sonar. Joaquim Coll disparó desde la sección de Opinión. “A nuestro parecer el libro no ayuda nada a un conocimiento matizado –lejos de prejuicios– de la historia de Cataluña”. Según decían, Marfany había defendido que el origen del nacionalismo era burgués. Debía ser rebatido. “De otro modo, podría repetirse lo que ya ocurrió hace más de veinticinco años cuando otro, no historiador, consiguió imponer una explicación simpática y maniquea del nacionalismo pratiano que ha pesado como una losa sobre la historiografía catalana”. Dicho en plata: podía ser una encarnación del diabólico Solé Tura. Se siguió cierto ritual de excomunión. Marfany persistió. Ahora, negando la existencia de la Renaixença como se ha explicado, redobla la coherente apuesta de conocimiento que fundamenta desde hace medio siglo.
Podía ser una nueva encarnación del diabólico Solé Tura; y se siguió un cierto ritual de excomunión
¿Implicarse a fondo en este proceso de nacionalización en clave española suponía abdicar de la identidad catalana? De ningún modo. De hecho, por ejemplo, el recuerdo de la derrota de 1714 fue una temática nostálgica constante y recurrente. Los catalanes habían perdido. Nadie lo dudaba. Pero la conciencia de aquella derrota y de la pérdida de las instituciones propias no era usada para construir una mítica de nacionalismo local. “No somos una exigencia, somos un recuerdo”. La idea que se consolidó, con la potencia arrolladora de un torrente, era la que sintetiza la siguiente cita. Es una cita elegida entre centenares de citas posibles. “Quien no ama a su provincia no ama a la común patria”. La provincia era Catalunya y España la patria común. Una más. “Todos somos ya Catalanes y verdaderos Españoles”. Lo que se pretendía consolidar era una gradación de identidades que acaban subsumidas en una nación que las trascendía todas: España, “amada patria mía”.
que el españolismo mediático del presente, llegados hasta aquí, no se me excite más de lo que permite la materia desnuda. Marfany suministra también considerables cantidades de bromuro para evitar excitaciones unionistas de proporciones variables. Porque, primero, colaborar en la forja del nacionalismo español no implicó en ningún caso la desaparición de un consolidado “anticastellanismo visceral y furibundo”. Segundo, la aportación catalana a este nacionalismo nunca dejó de tener una especificidad irrenunciable. Era un patriotismo subordinado, sí, pero cuyas virtualidades se fueron desovillando. La apelación a la provincia, poco a poco, fue mutando en un regionalismo consciente. Un regionalismo con “unos muy concretos y nuevos intereses sectoriales económicos, sociales y políticos”.
Mostrarlo es el propósito de la tercera parte del libro, que, para decirlo en términos clásicos, es un auténtico flipe. El argumento nuclear es el siguiente: la aceleración industrial iba acompasada con la elaboración de un discurso regionalista –de carácter literario o histórico, con propuestas de reforma urbana o ramificaciones monumentales– que interconectaba las glorias del comercio medieval catalán con la pujanza de una burguesía que tenía una propuesta modernizadora para España. Se consolidan algunos tópicos: el contraste entre un MaPero drid pasivo y una Barcelona copiosa, o el imaginario de las naves catalanas avanzando mayestáticas por el Mediterráneo. Leer los poemas de Rubió i Ors –Lo Gaiter del Llobregat– en esta clave les da una significación mucho más plausible. “Y al cobrar nova vida / A sa troncada historia / Cada jorn escriurá una plana d’or; / Y tindrá altra vegada / Las naus á mils per passejar les ones”. Medievalismo comercial. La catalanidad quedaba asociada al espíritu de empresa y este binomio fue empapando las manifestaciones de nacionalismo español que se hacían desde Catalunya.
La falta de receptividad estatal con que fueron recibidas las propuestas políticas y económicas formuladas por esta burguesía forzarían, al fin y al cabo, a una profunda reformulación ideológica en Catalunya. Marfany tiene los documentos para explicarlo. Todo parece indicarqueyasehapuestoaescribir.