La importancia de ser pretencioso
Un supuesto defecto que, en cultura, puede ser una virtud
Lo que sucedió en los últimos premios Grammy se entendió casi universalmente como un conflicto del tipo música negra versus música blanca, cuando Adele ganó el premio a Artista del Año en lugar de la favorita, Beyoncé. Incluso la británica consideró que había sido un robo y al recogerlo se preguntó: “¿Qué tiene que hacer Beyoncé para que le den un Grammy?”. Hubo algo de eso, y desde luego, esos galardones no tienen el historial más aperturista. Pero lo que estaba en liza también era una pugna entre el disco pretencioso contra el disco
sencillo. Y se plasmó perfectamente en cómo se defendieron esa noche en el escenario. La ex Destiny’s Child, que acababa de hacer público su embarazo de la manera más rebuscada posible, con una sesión de fotos del artista Ewol Erizku con referencias a Brueghel y Botticelli, defendió su álbum visual, Lemonade, un compendio de música y videoarte con numerosas citas (¿o plagios?) a centenares de artistas contemporáneos, con una actuación hipnotizante y desvergonzadamente over the top que bebía de la tradición yoruba, las diosas africanas de la fecundidad y la imaginería de las vírgenes cristianas. En cambio, Adele, cuyo álbum se llama 25 porque los anteriores eran
21 y 19 –¿hay algo más simple que eso?– se limitó a hacer lo que hace siempre: salir con un micro bajo un foco y cantar.
El ejercicio de una corría el riesgo de resultar risible o sublime (o una mezcla de ambos), el de la otra no. Howard Devoto, autor de himnos punk engañosamente sencillos ALPHA DECAY para las bandas Buzzcocks y Magazine, lo resumió así antes de que nacieran Beyoncé o Adele: “Lo pretencioso es interesante. Por lo menos estás haciendo un esfuerzo. Tu ambición tiene que sobrepasar a tus habilidades en algún momento”. Y su contemporáneo, David Bowie, se concedió en muchas ocasiones el título de mayor pretencioso de la historia de la música popular. “Durante mis primeros años salí adelante a base de pura pretensión –declaró en una entrevista a
Playboy en 1976–. Si le enseñas a la gente algo en lo que se ha aplicado análisis intelectual o pensamiento analítico, la gente bostezará. Pero algo pretencioso… ¡eso te mantiene alerta!”.
De todo esto se habla en Pretenciosidad. Por qué es importante ,un ensayo corto y claro del crítico de arte Dan Fox que publica el mes que viene en España Alpha Decay. Fox despotrica contra el abuso del adjetivo pretencioso para calificar todo aquello que no se comprende del todo o que se teme, sobre todo porque ese apelativo busca hacer lo contrario de lo que debería hacer
Se abusa del adjetivo ‘pretencioso’ para calificar aquello que no se comprende del todo o que se teme
un juicio cultural, acabar la conversación en lugar de empezarla. Cuando alguien dice de un libro o de una película que es pretencioso, lo está acusando de
fracasar de una manera muy particular. Por falta de habilidad y de humildad, por querer moverse del sitio que se le tiene asignado y, por último, por no conectar con la media del gusto popular.
El autor fundó y dirige la revista de arte contemporáneo Frieze y por tanto está acostumbrado a oír ese insulto referido a su propio medio de vida, ya que nada merece ese vituperio tan a menudo como el arte contemporáneo, debido a la manera tradicional en la que se juzga todavía la actividad creativa. Al fin y al cabo, producir un libro o una película requiere cierto esfuerzo físico, el trabajo conjunto de artistas y técnicos cualificados, mientras que una vez que las artes visuales dejaron de ocuparse de representar el mundo de manera realista, todo lo que queda es un puñado de ideas. Y, ¿qué hay más pretencioso –y peligroso– que una idea? “El error es el mecanismo con el que las artes se mueven hacia delante, como la ciencia. No todos los artistas pueden hacer una obra de arte pero son los experimentos los que calladamente se aproximan hacia ellas. Hay una visión más generosa de la pretenciosidad que entiende que el espacio entre las expectativas y la realidad es una necesidad en lugar de una tara”, abunda Fox, y concluye con una cita de un director que, irónicamente, se ha divertido mucho en su filmografía riéndose de personajes y de obras de arte que considera pretenciosos, Woody Allen: “Si no fallas de vez en cuando, es una señal de que no estás siendo muy innovador”.
Si el debate importa, más allá de una entretenida discusión de Twitter o de salón, es porque casi siempre que surge una controversia en el ámbito cultural, los términos pueden reducirse así. Lo pretencioso contra lo popular, lo auténtico contra lo afectado. Tomemos, por ejemplo, un asunto tan enconado como el que envuelve a la nueva dirección artística del Matadero de Madrid. Ahí confluyen política y otras corrientes turbias –una ley no escrita del periodismo digital actual dice que jamás se desaprovechará la oportunidad de escribir “Carmena” en el titular. Es como “Mercadona” o “Photo-
Bowie se autoconcedía el título de mayor pretencioso del pop: “Salí adelante a base de pura pretensión”