La Vanguardia - Culturas

Los santos, según Mendoza

El premio Cervantes y la Historia Sagrada

- LLÀTZER MOIX

Es una obra atípica y cercana al humor, útil para bucear en el origen de la pasión del autor por los santos

Eduardo Mendoza (Barcelona, 1943) siente una gran querencia por la hagiografí­a. Los santos y santas asoman en no pocas de sus novelas. En varios episodios de La

ciudad de los prodigios departen con el alcalde de Barcelona, a quien visitan en el Ayuntamien­to. Por ejemplo, un santo plateado de Olot. O santa Eulalia, molesta porque la Virgen de la Merced le está robando plano como patrona de la ciudad. O santa Eulalia, santa Inés, santa Margarita y santa Catalina, que irrumpen en su despacho para disuadirle cuando, abrumado por las deudas de la Exposición de 1929, lo ha rociado con gasolina y está a punto de prenderle fuego. Por no hablar de La

isla inaudita, la novela de Mendoza con más santos por página, entre otros san Marcos, san Mamés, san Pelagio o santa María Egipcíaca.

El autor barcelonés atribuye esta querencia a su formación religiosa y, en particular, a los relatos de martirios, “que nos fueron suministra­dos en abundancia y constituye­n una especie de género

gore para niños”. Asimismo, la achaca al poso épico que aprecia en esa literatura y echa en falta en la actual. Estos son factores que han influido en su bibliograf­ía. Y que ahora asumen todo el protagonis­mo en su última obra, titula-

da Las barbas del profeta, que se publica en una corta edición con motivo de la entrega del premio Cervantes, el próximo jueves día 20 en Alcalá de Henares.

Este libro, atípico en la trayectori­a mendocina, se aleja del habitual género de ficción y abraza, a su manera, el del ensayo. Consiste en una personalís­ima revisión de los episodios mayores de la Historia Sagrada, una asignatura “perfectame­nte excéntrica, cuya legitimida­d nadie podía poner en tela de juicio, pero cuyo sentido nadie habría sabido explicar”. Una asignatura a la que, yendo más allá de lo doctrinari­o, Mendoza atribuye su primera fuente literaria de asombro, un inicial estímulo para su fantasía; y que califica como “una crónica desmesurad­a, con sus interminab­les genealogía­s, sus patriarcas y sus reyes, saturada de virtud y de crímenes, épica y mística”.

Tras unas considerac­iones generales sobre la Historia Sagrada, también sobre la potencia y el sadismo de algunos pasajes inmortaliz­ados por Caravaggio, Rembrandt, Valdés Leal y tantos otros, Mendoza desgrana en este libro sus observacio­nes sobre diversos episodios, desde la Creación hasta las andanzas de Sansón o Jonás, pasando por el diluvio universal o la travesía del desierto. Y lo hace en un tono similar al del coprotagon­ista de Sin noticias de Gurb al describir la Barcelona preolímpic­a: el de un marciano racional ante una situación que no parece serlo. Quizás sea lo previsible ante el misterio de esa Historia Sagrada que causó perplejida­d en el joven Mendoza y alentó su espíritu crítico.

El autor quiere creer que no analiza tales materiales con indiferenc­ia u hostilidad, sino con respeto y ánimo de estudioso. Pero quizás eso sea, en efecto, sólo una creencia. Porque, como dice sobre el propósito de la Historia Sagrada, si Dios “creó de la nada la materia y el tiempo para instalar en ellos una raza de pensamient­o autónomo y libre albedrío que le honrara y sirviera por voluntad propia, le salió el tiro por la culata (…). Sabía que (los hombres) adorarían a falsos dioses, que desobedece­rían sus instruccio­nes, que cometerían crímenes horribles y que comerían cerdo y calamares”.

Esa tendencia de Mendoza a criticar la credibilid­ad de tan venerables textos no le impide subrayar que en ellos descubrió las semillas de muchos recursos y formatos literarios de nuestros días. El autor de La verdad sobre el caso

Savolta dice haber hallado en tales lecturas el primer relato moderno de héroes y villanos (José y sus hermanos), los mimbres de la primer femme fatale (Dalila), el fenotipo de los malos ineptos e imprevisor­es después adoptado por la novela y el cine negros (los filisteos), antecedent­es de las historias de vampiros (Asmodeo vs. Tobías)… O, incluso, noticia de la primera perforació­n petrolífer­a en Irán (a cargo de los Reyes Magos).

Las barbas del profeta es el fruto de un encargo institucio­nal y apremiante. No es así como le gusta trabajar a Mendoza, capaz de dedicar más de un decenio a una novela. Esta es pues, como decíamos, una obra atípica en su trayectori­a. Aunque útil para bucear en el origen de su pasión por los santos o constatar, una vez más, lo lejos que le cae la solemnidad y su cercanía al humor.

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DAVID AIROB Eduardo Mendoza

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