Veterano y brillante Pericot
‘Adam i Eva’, autoexpulsión del paraíso
El estrépito de las teclas de un piano bajo las rabiosas botas de militares fascistas que dicen haber liberado Catalunya. Esa es la primera escena que Iago Pericot (El Masnou, 1929) recuerda del franquismo. Asegura que por esa imagen, junto a la de las bombas brillantes que caían, a la de los fusilados en el Camp de la Bota o la de las columnas de refugiados que huían hacia Francia, se hizo hombre de teatro. Porque necesitó de la imaginación para vivir en un mundo aparte que no ha abandonado nunca: “Soy muy exaltado con eso de la imaginación –comenta–, porque es la que lo cambia todo, con ella puedes ir a cualquier sitio, y veo que todavía me queda”.
A sus 87 años, la capacidad de fabular sigue empujándole hacia territorios nuevos, incluso a los exoplanetas o hasta Proxima Centauri b. Pero tampoco cree que esto lo haga excepcional, puesto que leyó en internet una encuesta en la que el 98% de quienes contestaron estaban dispuestos a abandonar la Tierra e instalarse en otro planeta. Irreverente como es, se pregunta si no será porque creen que allí tendrán más sexo que aquí.
Iago Pericot ha convertido la transgresión y la provocación no sólo en sus rasgos más distintivos, sino en un verdadero método, no menos efectivo por recurrente: “Busco la provocación porque es una manera de que la gente reaccione. Si la pintura o el teatro no consiguen incitar sensaciones nuevas, mejor no hacer nada de eso”, explica. En 1977, con Sergi Mateu, estrenó en el túnel de la línea 2 del metro de Barcelona Rebel Delirium, donde se reivindicaba el fin de la marginación que sufrían los homosexuales. La prohibición y el rechazo de la sociedad en la que creció fue otro de los fenómenos que lo empujó a creer que la vida de verdad estaba en otro sitio. Ya en su madurez, en más de una ocasión llegó a afirmar que estaba dispuesto a denunciar a la Iglesia, al franquismo y a sus herederos por haberle robado la juventud.
En 1968 viajó a Londres para estudiar grabado en la Slade School of Fine Arts. Allí asistió a alguna fiesta de Francis Bacon e inició una técnica de estampación bidimensional que le reportó varios premios internacionales. Había llegado al arte huyendo de la angustia que le provocó ganar una plaza “para toda la vida” como maestro en Gualba del Montseny. Hijo de una profesora depurada durante los primeros años de la posguerra y que muchas generaciones de alumnos han convertido en leyenda por su defensa de la dignidad de las personas, estaba obligado a estudiar Magisterio, como sus otros tres hermanos, entre los que se encuentra el también artista Jordi Pericot. Asimismo, probó con la psicología (premio extraordinario de licenciatura) e incluso el escaparatismo, pero como Ricard Salvat escribiría en sus diarios, a Iago Pericot le gusta mucho ir a la suya.
En el arte encontró la libertad y participó en bienales como las de São Paulo o Venecia. Sin embargo, también descubrió que se trataba de una práctica eminentemente solitaria, mientras que a él siempre le ha apasionado estar con gente. Así, a finales de los sesenta, invitado por Josep Anton Codina, diseña con su hermano Jordi el espacio escénico para Balades del clam i la fam ,de Xavier Fàbregas, en la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual. Desde entonces, su nombre ha figurado en un lugar destacado del teatro catalán, especialmente en la escenografía, de la cual se le considera el principal renovador junto a Fabià Puigserver, con quien coincidió en el Institut del Teatre.
Otro de los hitos de su carrera lo estableció con MozartNu (1986), un espectáculo en el que un bailarín y una bailarina, completamente desnudos, recorren una enorme cruz mientras suena la Misa de la
Coronación de Mozart. El montaje llegó a representarse en Nueva York, y se reinterpretó en el 2008,
Llegó al arte huyendo de una plaza de maestro para toda la vida; ahora imagina una enorme pira con más de un centenar de sus cuadros