Espías infiltrados
Primero leí a Graham Greene y a John le Carré, luego conocí a algunos espías reales. Cuando empezaba en el periodismo entrevisté a Philip Agee, exagente de la CIA que había escrito un libro muy comprometedor para la institución, sobre todo respecto a su turbio papel en Latinoamérica. De aspecto elegante y trato seco, no me causó especial impresión.
Años más tarde, en la Universidad de Boston, tuve la oportunidad de matricularme en un curso sobre información especial y desinformación. El profesor, Lawrence Martin Bittman, había sido uno de los jefes del espionaje checo anterior a la primavera de Praga del 68. Luego se pasó a Occidente, le pusieron en observación, cantó La Traviata a sus interrogadores, se cambió el nombre y, como era un hombre inteligente, había encontrado un hueco en la enseñanza. En clase contaba historias curiosas, como la operación Neptuno que tramó para desacreditar a informantes exnazis trabajando para gobiernos occidentales. A fin de curso nos obsequió, a sus alumnos, con una agradable comida en su casita de Pigeon’s Cove, Rockport, supongo que sin micrófonos.
Me he acordado del simpático profesor Bittman y sus relatos de guerra fría viendo en Movistar la serie El mismo cielo, que sigue las incidencias de una supuesta operación Romeo puesta en marcha por la Stasi en el Berlín de los años setenta. Un equipo de jóvenes galanes es enviado al otro lado del Muro para que seduzcan y luego sonsaquen a señoras con conocimientos estratégicos pero faltas de cariño. Buena ambientación e interesante mirada a la falsedad intrínseca al oficio, llevada a sus extremos más íntimos.
Pero para sumergirse en la psicología del infiltrado, y también en aspectos bastante estremecedores del mundo en que vivimos, nada mejor que la última novela de Daniel Silva, La viuda negra (Ed. Harper Collins). Aquí se trata de una joven médico israelí enviada a Siria, a hurgar en las filas del Estado Islámico, con el trasfondo de los atentados en Europa. Había leído libros anteriores del autor, con el personaje de Gabriel Allon y su accidentado ascenso en el espionaje judío; me parecieron correctos, pero no memorables, y su sionismo algo excesivo. Con esta obra ha conseguido un cambio de escala, y se coloca entre lo mejor del género.