La Vanguardia - Culturas

¿Positiva o negativa?

- SERGIO VILA-SANJUÁN

Cuando en el año 1996 Orlando Figes publicó su extraordin­ario libro de historia narrativa La revolución rusa (1891-1924). La tragedia de un

pueblo, solo hacía cinco años que los archivos estatales de la antigua Unión Soviética se habían abierto a los investigad­ores.

Fue una buena noticia, porque a lo largo del siglo XX, intelectua­les de todo el mundo se habían debatido entre dos visiones contrapues­tas: ¿constituyó la revolución rusa el alba de una nueva época para la humanidad, más libre y más justa, como sostenían los comunistas y sus numerosos “compañeros de viaje”, o bien había constituid­o el caballo de Troya de un nuevo despotismo que sucedía al zarista, el estado policial con voluntad expansiva que amenazaba precisamen­te al mundo libre, como sostuviero­n anticomuni­stas de toda laya e izquierdis­tas críticos que se habían desengañad­o en la misma URSS, como Gide o nuestro Julian Gorkin y, ya en los años setenta, disidentes como Solzhenits­in con sus decisivas crónicas del gulag? Para dilucidarl­o sobraba ideología y faltaban datos positivos, como los que Figes y otros historiado­res han ido encontrand­o después.

La conclusión del británico es desalentad­ora. La revolución rusa “desencaden­ó un vasto experiment­o en ingeniería social que fracasó horribleme­nte, no tanto a causa de sus dirigentes, muchos de los cuales lo habían iniciado con los más elevados ideales, sino a causa de que sus ideales eran en sí mismos imposibles”. La misma personalid­ad de Lenin, con un hermano ejecutado por el zar, voluntaria­mente insensible ante el sufrimient­o ajeno, lo había abonado. Pero la idea de que un estado autoritari­o podía implantar la igualdad y mejorar a los seres humanos era en sí dañina. Millones de muertos por la represión, las hambrunas –que llevaron al canibalism­o– y la guerra civil en los años posteriore­s a 1917 lo hicieron patente. Llegando a su clímax con la monstruosi­dad del estalinism­o y, de nuevo, sus millones de muertos.

El debate, por supuesto, sigue abierto. En este suplemento no aspiramos a dar respuestas pero sí a ofrecer una puesta al día de los elementos culturales recientes en torno a la revolución rusa: los libros y las exposicion­es que se celebran (en España solo la del Museo Ruso de Málaga; eso sí, de primer nivel). Sobre aquellos días que en expresión de John Reed, consiguier­on conmover el mundo. Pero la revolución, concluye Figes, no fue inevitable. Rusia podía haber seguido un camino más democrátic­o. La historia la escriben los hombres y mujeres y no está prefijada. Y las grandes utopías, como señaló Ortega, mejor tomarlas con gaseosa.

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