LA VENTANILLA DE GÓGOL
El acontecimiento es que Nórdica Libros celebra su esforzado y exigente trabajo en el territorio de la recuperación de grandes textos literarios lanzando una nueva traducción –la última si no me equivoco fue de Augusto Vidal (Círculo de Lectores, 1970)– ilustrada de (1842) de Nikolái Gógol (1809-1852). Hermosa edición de la novela que se considera fundacional del realismo crítico ruso, pese a que su autor la consideraba una suerte de poema épico.
Durante mucho tiempo el relato de las hazañas del pícaro y estafador noble Pável Ivánovich Chíchikov que recorre la vasta Rusia provinciana reclutando almas muertas de campesinos que él registra como ciudadanos activos para así demostrar que posee un cierto número de siervos a cuyas tierras tiene derecho de posesión, la crítica de la época y los lectores de décadas posteriores entendieron que Gógol ofrecía en su novela –nunca llegó a completar un segundo volumen– una visión veraz y radical, sin falsos lirismos, del sinfín de crueldades sociales que en las entrañas del imperio zarista personificaban campesinos, terratenientes, funcionarios, pequeños burgueses que aspiraban a explotar los estamentos más débiles de la ciudadanía. Todo estaba permitido en aquella sociedad marcada por el rígido sistema de castas. Así que el pusilánime Gógol se convirtió –a su pesar– en un narrador seriamente –en teoría– comprometido con la injusta realidad y la grosera prepotencia con que se acosaba al pueblo en pleno declive de la Rusia esclavista.
Esa lectura resultó válida hasta que el gran Vladimir Nabokov inició su
entre los años cuarenta y cincuenta en las Universidades de Wellesley y Cornell –no me cansaré de recomendar su lectura junto al textos ambos rotundamente insoslayables– con un librito dedicado precisamente a de Gógol. Para empezar asegura que sus “entornos imaginados y sus condiciones sociales son factores sin importancia” porque la experiencia de Gógol de la Rusia de provincias se reducía a “ocho horas en una posada de Podolsk, una semana en Kursk, (y) el resto lo había visto desde la ventanilla del coche”. Eso asegura Nabokov en su irreprochable (no para su colega Edmund Wilson) inmersión en la obra de Gógol, lo que ha obligado a leerla –incluso hoy– como lo que es: un producto literario de ficción, un clásico universal, antecesor de Dostoyevski, Tolstoi, Gorki, Chéjov, Turguénev, que por encima del tiempo revela su perennidad identificando las podredumbres morales del hombre posmoderno, desde la corrupción a la tiranía y la explotación de los desheredados del mundo. Es lo que Nikolái Gógol vio de su país –que según Nabokov apenas conocía– desde la ventanilla del coche y su fantasía poética transformó en una realidad subjetiva, tajante, que el tiempo ha situado al margen de los cambios históricos. Quizá no logró mejorar la moral de la vieja Rusia ensimismada, pero captó el aliento fétido de sus fantasmas. Una novela necesaria, absolutamentenecesariaentoncesyahora. NÓRDICA. TRADUCCIÓN DE MARTA REBÓN. ILUSTRACIONES DE ALBERTO GAMÓN. 400 PÁGINAS. 34, 95 EUROS